“¿Qué va a pasar con el dólar?” suele ser la pregunta de sobremesa en cualquier comida. A veces incluso, con mayor sofisticación, alguien se anima a preguntar: “¿Hay que preocuparse por el déficit externo?”. Quienes vivimos en economías con fuertes vaivenes solemos hablar de economía aún sin ser economistas.
Pero la disciplina, caracterizada por ecuaciones y gráficos extraños, suele parecer distante del ciudadano común. Y cuando no es inaccesible, es sesgada, enseñada como dogma más que como ejercicio de pensamiento.
Alguna ocasión incluso se le caracterizó como la “ciencia lúgubre”.
En ese entorno aparece el libro Economía conversada, de Alberto Ades, un texto que se atreve a hacer de la economía un tema genuinamente conversable.
Lejos del manual académico, Ades propone un viaje a través de diálogos ficticios entre Sócrates, Glaucón y otros filósofos, entrelazados con entrevistas reales e imaginarias a economistas de renombre. El recurso narrativo, inusual en textos de esa disciplina, se convierte en ventaja: explica con humor, pedagogía y sentido común aquello que suele ser árido y solemne.
El libro está organizado en tres partes, que recorren los pilares de la economía. La primera se centra en la microeconomía, es decir, en cómo tomamos decisiones cotidianas: comprar, ahorrar, endeudarnos. Ades recurre al concepto de rational choice, que imagina a individuos con información perfecta y cálculo impecable, pero de inmediato matiza con la economía del comportamiento y la psicología de los sesgos: desde el impulso de comprar un chocolate al salir del supermercado hasta el clásico sesgo de confirmación.
De paso, rescata y explica la tan citada como mal entendida “mano invisible” de Adam Smith, aclarando cuándo los mercados generan bienestar y cuándo fallan —como en la contaminación o en los monopolios artificiales.
La segunda parte aborda la macroeconomía con el mismo método. Aquí Sócrates se enfrenta a dilemas como la inflación, el déficit fiscal, las tasas de interés o la desigualdad. Ades no esconde las diferencias entre escuelas, pero tampoco caricaturiza. Reconoce la visión monetarista que vincula inflación con exceso de dinero, pero también la de quienes enfatizan los espirales de precios y salarios. Y lo hace con ejemplos simples y cotidianos: “Si sube el pan, pido más sueldo; al aumentar mi sueldo, el panadero sube el precio otra vez, y entramos en una carrera que nunca termina”.
El tercer tomo expande el horizonte hacia la economía internacional: comercio, tipo de cambio, flujos de capital y balanza de pagos. Aquí aparecen diálogos imaginarios con Milton Friedman, Robert Mundell y hasta el ex ministro argentino Domingo Cavallo, donde se comparan ventajas y desventajas de regímenes cambiarios fijos o flotantes. También emergen discusiones actuales, como la entrevista ficticia con Jerome Powell sobre la pandemia o con Satoshi Nakamoto sobre las criptomonedas. De esa manera, Ades conecta la teoría con la historia y con la coyuntura global.
Más allá de la estructura temática, el libro se sostiene en un principio pedagógico: la economía puede enseñarse sin matemáticas ni fórmulas, y no por ello perder rigor.
Otro aporte central es su reflexión sobre la racionalidad económica. Los modelos que asumen individuos racionales no son descripciones exactas, sino instrumentos útiles para entender patrones. Ades nos recuerda que las decisiones reales están plagadas de emociones, impulsos, información incompleta y racionalidad limitada. Esa dosis de pragmatismo le permite tender puentes entre la economía clásica y la economía del comportamiento sin caer en dogmatismos.
En definitiva, Economía conversada es un tratado generoso y profundamente humanista. No pretende convencer, sino contagiar curiosidad. No ofrece fórmulas para repetir, sino marcos para pensar. En tiempos en los que la economía suele usarse como arma política o lenguaje de autoridad, Ades rescata el espíritu socrático: preguntar, repreguntar, pensar en voz alta.
Al final, quien lea el libro no solo entenderá mejor qué es la restricción presupuestaria, por qué existen los bienes públicos o cómo funciona el trilema cambiario. También estará mejor preparado para responder con serenidad, en la próxima sobremesa, a la pregunta inevitable sobre el dólar, la inflación o la deuda.
Y quizá, como haría cualquier buen economista, podrá contestar con la frase más honesta y a la vez más precisa: “Depende”.