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Leí en mi juventud con escalofríos el cuento de Chamisso sobre el hombre que vendió su sombra. Para mí era el momento más grave aquel en que arreglada la transacción, el Diablo se agachaba y cuidadosamente enrollaba la sombra del hombre que la había vendido.
Siempre me pareció que algunos grandes poetas vendieron, de una manera u otra, la sombra que les acompañó. Esta fue recortada del suelo, enrollada, disminuida y arrancada a su propietario por diversos diablos, entre los cuales estuvieron la moda del momento, la intrascendencia sin ambición, el salón literario y a veces también el paulatino soborno de la burguesía.
Heredamos de Maiakovski su incompleta poesía y su vastísima sombra.
Es la imagen del poeta que no venderá su sombra, que la usará toda su vida abrigándose con ella como con una capa y durmiendo envuelto en aquella sombra personal que hacía destacar cada uno de sus actos y de sus sueños en blanco y negro con la dramática luz y oscuridad de su persona insustituible.
POEMA 6
Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma!
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
Poema 6 del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda (Booket), 2018. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.
Su poesía, desde fuera, nos parece incompleta porque la muerte la cortó con su espantosa tijera. Mientras tanto la Unión Soviética creció de manera prodigiosa. Hace falta el poema de Maiakovski sobre Valentina, la cosmonauta, la mujer que fue más lejos y más alto que todas las mujeres de la historia humana. Solo Maiakovski tendría esos tonos como disparos para celebrar la nave espacial. Estos poemas que no alcanzó a escribir ya nadie podrá hacerlo porque él tenía la apostura imperiosa del cosmonauta y hasta sus poemas de amor y de combate tienen sustancias cósmicas. Él arreba tó a su tiempo tantos materiales nuevos con el énfasis de un conquistador y la elocuencia que es su gran atributo, que la poesía cambió con su entrada y salida como si hubiera sobrevenido una tempestad natural.
Si a cada revolución corresponde más de un poeta, por que la poesía se electriza en el movimiento humano, no todas las revoluciones se hacen cuerpo, sangre y alma en un poeta como en el caso de Maiakovski.
La gran palpitación humana de la Revolución de Octubre quedó viva en su poesía de tal manera que sus cantos son acontecimientos, sucesos memorables con los cuales hay que contar. En revoluciones anteriores un poeta dio una canción o muchos otros dieron adhesiones sonoras más o menos logradas. Maiakovski en tregó su alma turbulenta, que se consumió de arriba abajo, entregando su poesía como un material deslumbrante para la construcción socialista.
XII
México (1940)
México, de mar a mar te viví, traspasado
por tu férreo color, trepando montes
sobre los que aparecen monasterios
llenos de espinas,
el ruido venenoso de la ciudad, los dientes solapados
del pululante poetiso, y sobre
las hojas de los muertos y las gradas
que construyó el silencio irreductible,
como muñones de un amor leproso,
el esplendor mojado de las ruinas.
Pero del acre campamento, huraño
sudor, lanzas de granos amarillos,
sube la agricultura colectiva
repartiendo los panes de la patria.
Otras veces calcáreas cordilleras
interrumpieron mi camino,
formas de los ametrallados ventisqueros
que despedazan la corteza oscura
de la piel mexicana, y los caballos
que cruzan como el beso de la pólvora
bajo las patriarcales arboledas.
Aquellos que borraron bravamente
la frontera del predio y entregaron
la tierra conquistada por la sangre
entre los olvidados herederos,
también aquellos dedos dolorosos
anudados al sur de las raíces
la minuciosa máscara tejieron,
poblaron de floral juguetería
y de fuego textil el territorio.
No supe qué amé más, si la excavada
antigüedad de rostros que guardaron
la intensidad de piedras implacables,
o la rosa creciente, construida
por una mano ayer ensangrentada.
Y así de tierra a tierra fui tocando
el barro americano, mi estatura,
y subió por mis venas el olvido
recostado en el tiempo, hasta que un día
estremeció mi boca su lenguaje.
Fragmento del poema México (1940) del libro Canto General, de Pablo Neruda (Booket), 2018. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.
Por eso la sombra de Maiakovski es tan incalculable y no se gasta, sino que se acrecienta.
Esta sombra pasa el Ecuador y llega como cola de cometa a los arrabales perdidos de América Latina, iluminando la conciencia del joven escritor. Esta sombra sale de una biblioteca echando abajo, en forma ruidosa, muchos volúmenes de palabras dogmáticas. Irrumpe en las luchas callejeras y entra como influencia sutil en la conducta de los seres. Esta sombra es a veces como una espada y otras veces es como una naranja, tiene el color del verano.
Los poetas de mi generación intentamos dejar a Maiakovski como un buen clásico, muy bien ordenado en el anaquel. Pero su pésima educación lo hace salirse cada día de su sitio y tomar parte con nosotros en los combates y en las victorias de nuestro tiempo. Es que Maiakovski fue por sobre todo un buen compañero.
Un gran compañero para todas las latitudes, para todas las razas, para todos los pueblos, para todos los poetas.
Y un maestro para los poetas de todas las latitudes, de todas las razas, de todos los pueblos.