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Lo que quedó de ella en la Tierra es el alma puesta en la música. El cuerpo perdió la guerra, anunciada en 2010, contra el cáncer de páncreas. Y los excesos. Esos demonios que Aretha Franklin conoció desde que su voz de niña descubrió sus alas en la iglesia bautista de su padre.
Se elevaba al cielo en forma de gospels por las mañanas. Pero en el 4210 de la calle Hastings, en Detroit, lo que elevaba los espíritus por la noche y hasta el amanecer era el blues. Y, de acuerdo con lo que se narra en Respect (2014) -el libro con que David Ritz, autor de la biografía autorizada de Aretha Franklin, decidió contar "la verdadera historia"-, aquella música acompasaba reuniones en las que, entre alcohol y hierba, la diversidad y la libertad sexual eran liturgia en New Bethel Baptist Church.
El mismo Ray Charles –quien en aquellos años 50 era ya una figura de la música negra- da cuenta de ello en las páginas del libro. Él mismo reconoce su sorpresa ante la naturaleza polisexual de las sesiones. "Cuando se trataba de canto puro, no había nadie como ellos; cuando se trataba de sexo puro, eran más salvajes que yo, que por aquellos días era afecto a las orgías".
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Aunque no hay registro alguno de que la pequeña Aretha haya asistido a aquellas fiestas, no hay duda que tanto en el arte como en la vida fue precoz. A los 12 años ya realizaba giras cantando góspel y su fama de niña prodigio crecía. A esa edad también tuvo su primer hijo, Clarence -nombrado como el padre de ella. Dada la reputación del Reverendo Franklin, mucho se especuló que él concibió a la criatura, pero lo cierto es que Aretha lo tuvo con un compañero de la escuela llamado Donald Burk.
Dos años después nació el segundo. Edward. Hijo de otro chico de nombre Edward Jordan. Ambos bebés quedaron bajo el cuidado de su abuela Rachel y su hermana Erma. Mientras tanto, la pequeña Aretha se dedicaba a su carrera musical, que por entonces llegaba a su primera grabación, The gospel soul of Aretha Franklin, con un potente sonido de soul.
Una carrera que mucho se nutrió del caldo que bullía en secreto dentro las iglesias negras, donde lo marginal era centro.
"Era la feligresía con la mente más amplia", recuerda, también en las páginas de Respect, el cantante de soul y R&B Billy Preston. "Todo se valía. Fuera de la iglesia los hombres gay eran llamados maricas, pero adentro, mucha de la música era creada por ellos. En la iglesia casi te podías sentir orgulloso de ser parte de la elite gay de los músicos".
Aretha creció en un ambiente de grandes figuras -aunque no frecuentasen la iglesia del padre-, como Dinah Washington o Ella Fitzgerald. Clarence Franklin era, además, uno de los confidentes de Martin Luther King.
Así que en New Bethel no todo era escándalo. Allí se cocinaba la contracultura, la liberación; era órgano vital en una ciudad que en la década de los 40 y 50 se asentó como destino de los migrantes negros del Sur que buscaban una mejor vida. Como lo hicieron los Franklin.
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La familia provenía de Memphis, donde Aretha nació. Cuando tenía cuatro años, Clarence, su esposa Barbara y sus cinco hijos se mudaron a Detroit, donde el ministro, apodado "la voz del millón de dólares" se hizo una celebridad y su hija con él.
La temprana promiscuidad de la niña vino acompañada por otros fuertes apetitos, con el tiempo adicciones a la comida y al alcohol –acentuados por un carácter voluntarioso y berrinchudo. Falsos remedios para llenar, quizá, el vacío que dejaron como saldo las prácticas del reverendo. Barbara no compartía sus prácticas sexuales y lo abandonó cuando Aretha era una niña. Murió poco después, en 1952.
Su historia amorosa no fue menos complicada, y tuvo uno de los capítulos más difíciles cuando, con 19 años, se empeñó en casarse con Ted White, un proxeneta que terminó por convertirse también en su mánager y que hizo de la violencia doméstica su ritual cotidiano.
La carrera de Aretha apenas comenzaba. Al igual que la pesadilla.
El alcohol se convirtió en el escape a la mano y la cantante terminó por fumarse tres cajetillas diarias, y a sumar accidentes en el escenario y cancelaciones, justo en sus años de mayor importancia para la lucha racial afroamericana de la que era ya un símbolo, entre 1967 y 1968. Finalmente se separaron.
Pero la vida interior de la Reina continuaría siempre pendiendo de los extremos, en la lucha contra la bebida y los desajustes emocionales; los atracones y la obesidad, demonios que nunca abandonaron a la de voz alada.