Casi siempre la Selección brasileña es un rosario de presencias. Esta vez se notan más sus carencias.
La que jugó en 1958 tenía, ni más, a Djalma Santos, Didí, Vavá, Garrincha, Zagallo y Pelé; la del 62, al mejor Garrincha; la del 70, a Gerson, Rivelino, Carlos Alberto y Tostao (más Pelé); la del 82 a Sócrates, Zico, Falcao y Toninho Cerezo; la del, 94 a Romario, Cafú y Bebeto y la de 2002 a Rivaldo, Ronaldo y Ronaldhino.
La numeración puede ser bochornosa, pero sirve para explicar por qué pasa tantos problemas este Brasil en la cancha. No tiene un centro delantero eficiente, Fred es un fantasma; tampoco un jugador creativo, Neymar es un adolescente para el cargo y, mucho menos, extremos atinados. El equipo de Scolari es de otro país justo cuando juega en su país. La única fortaleza indiscutible es David Luiz, el mejor líbero en muchos años a nivel internacional. Brasil no llegará lejos en esta Copa porque tampoco tiene mucho para hacerlo; es una triste realidad.