Mi trayecto diario al trabajo, en Beijing, solía ser una prueba de combate urbano de 50 minutos.
Abordaba un vagón de metro en hora pico, y, por "abordar", me refiero a embutirme a la fuerza en una masa de humanidad tan apretada que no podía doblar un brazo para mirar el teléfono.
Hace unos meses, una nueva y semiirónica vejación empezó a sumar aún más tiempo al calvario: la necesidad, afuera de cada estación, de navegar por un inmenso mar de bicicletas en renta, numeradas en decenas o incluso centenas, obstruyendo las zonas peatonales.
Las bicicletas son el inventario siempre creciente de dos startups de Beijing, Mobike y Ofo, y varias empresas que las copian. Los servicios se han vuelto casi idénticos: escaneas un código QR para liberar una bici, luego la sueltas en cualquier lugar, sin necesidad de dejarla en una estación o puerto de anclaje.
Moverte en bici en Beijing no es precisamente fácil. Muchas avenidas grandes tienen carriles exclusivos, pero a menudo están bloqueados por automóviles estacionados, cunetas inexplicables y una colección de objetos en movimiento: repartidores en moto, turistas serpenteando en rickshaws, trabajadores de la construcción acarreando ladrillos en carretillas oxidadas y pequeños vehículos en forma de cápsula que parecen cebollas motorizadas.
A veces, un carril de bici termina sin previo aviso, obligando a los ciclistas a elegir entre la acera y la calle. Esta última opción es preferible, a menos que el coche que se aproxima sea un BMW o un Lexus, pues los propietarios de automóviles de lujo están acostumbrados a romper las reglas, incluso aquellas sobre arrollar ciclistas.
Pero todo vale la pena. Recientemente renuncié al sofocante metro y probé las bicicletas. Mi trayecto se ha reducido a la mitad, 25 minutos. En una ciudad difícil, la súbita omnipresencia de las bicicletas compartidas ha traído un poco de amnistía y todo es cortesía de la cultura startup de marca china.