Cuando Brian Kiriba regresó a su natal Kenia tras pasar gran parte de su juventud en el extranjero, descubrió que sus amigos se dedicaban a masticar khat, un estimulante suave que los africanos del este han usado por siglos. Kiriba se metió un puñado en la boca y no le gustó. Las hojas amargas le rasparon el paladar y le cortaron la lengua, haciéndole cuestionar por qué alguien dejaría los clubes de Nairobi para pasar las noches en cuartos oscuros mascando khat. Entonces llegó el efecto narcótico. “De repente, lo entendí”, recuerda. “Pero supe que tenía que haber una mejor manera de experimentar esa sensación”.
Había escuchado que algunos locales preparaban una bebida a base de khat, una mezcla llamada jaba, pero se vendía solo de manera informal. Pensando que había un mercado sin explotar para un producto de mayor calidad, Kiriba comenzó a experimentar en su cocina. Descompuso dos licuadoras intentando procesar las duras hojas antes de lograr un extracto decente; pero era tan potente que él y sus amigos vomitaron después de probarlo. Al poco tiempo, dio con una combinación más viable: diluir el extracto con agua y añadir azúcar, y jugo de frutas para darle sabor.

Kiriba pronto fundó Handas Jaba Juice, la empresa pionera entre una serie de productores emergentes en Kenia. Su compañía ha ayudado a crear un mercado en auge para la bebida estimulante, cada vez más popular entre extranjeros de altos ingresos y kenianos de clase media, aunque inalcanzable para la mayoría de la clase trabajadora. Kiriba cobra 450 chelines (3.48 dólares) por una botella de medio litro de jugo estándar, aproximadamente lo mismo que el salario mínimo legal diario en Kenia. Las presentaciones premium —extractos prensados en frío, variedades con gas y concentrados extrafuertes— se venden por más del doble. Sus productos ya aparecen en todos lados, desde clubes de moda en la capital hasta fiestas de luna llena en la costa suajili.
“En los primeros días hacíamos 50 litros y la mayoría los regalábamos”, dice Kiriba, de 33 años. “Había un estigma enorme. Nos costó mucho convencer a la gente de probarlo”.
A pesar de su creciente presencia, el jaba juice existe actualmente en un limbo legal en Kenia. La planta de khat, Catha edulis, es legal de cultivar y vender, pero los químicos psicoactivos que contiene —catinona y catina (ambos anfetaminas naturales)— fueron clasificados como narcóticos bajo una ley de 1994.
“Por esta contradicción no hemos podido crear un estándar que regule el jaba juice”, señala Geoffrey Muriira, director en la Oficina de Normas de Kenia. Si se resolviera la cuestión de legalidad, dice, podrían determinarse cantidades seguras de catinona y catina en la bebida, que su agencia luego certificaría y supervisaría. Aun sin esa regulación, prácticamente nadie enfrenta sanciones por consumirlo en cualquier forma.
El khat —conocido localmente en suajili como miraa— se cultiva en las tierras altas de Kenia desde hace generaciones y tradicionalmente se mastica en grupos de hombres por la tarde mientras conversan. La hoja aumenta el estado de alerta, la concentración y la sensación de bienestar. Fue prohibida brevemente por la administración colonial británica en la década de 1940, y hoy suele asociarse con conductores de mototaxis, camioneros de largas distancias, trabajadores nocturnos y otros que necesitan un extra.

De acuerdo con la Autoridad de Agricultura y Alimentos del país, los agricultores kenianos produjeron alrededor de 32 mil toneladas métricas de khat en 2024, con un valor aproximado de 100 millones de dólares. Está prohibido en Estados Unidos y Europa, pero es popular en el Cuerno de África y Yemen. Somalia representa prácticamente la totalidad del mercado de exportación de Kenia, aunque un reciente acuerdo comercial con Yibuti abrió también ese mercado a las importaciones de khat keniano. Aun así, el 80 por ciento del khat cultivado en Kenia se consume localmente, casi todo masticado en crudo, pese a numerosos intentos de incorporarlo en chicles y bolsitas de té.
El jaba juice es, por mucho, la forma más prometedora de consumirlo, aunque las bebidas resultan considerablemente más caras que masticar. Bamba, un popular restaurante de Nairobi conocido por su música en vivo, prepara cada día un lote propio que se ha convertido en alternativa de moda frente a energéticos importados como Red Bull. Los bartenders lo mezclan con mezcal para crear el cada vez más popular cóctel “Smoke & Miraa”, y en noches concurridas Bamba sirve más de 100 shots de jaba con jengibre y limón, a 300 chelines cada uno. “Queríamos usar ingredientes locales y apoyar la economía nacional”, explica Rubi Taha, copropietaria del lugar. “El jaba forma parte de eso”.

Pese a la incertidumbre legal, las empresas de jaba avanzan y aprovechan mientras la ley se pone al día. Numerosas marcas han entrado al mercado con empaques sofisticados, marketing profesional y presencia en redes sociales que busca vincular sus productos con la imagen de jóvenes profesionales citadinos en fiestas y festivales.
En Handas, las hojas frescas llegan cada día desde las tierras altas de Kenia y se vierten en licuadoras industriales que reemplazaron las máquinas caseras de los inicios, produciendo una pulpa verde brillante. Esta se prensa a mano para extraer el concentrado, que luego se diluye, saboriza y endulza para obtener hasta mil litros diarios. Kiriba admite cierta preocupación por el limbo legal en que opera su negocio, pero dice confiar en que una mayor atención al jaba motive al gobierno a legitimar su producto. “Todo el mundo lo conoce, todo el mundo lo consume”, asegura. “Es cuestión de tiempo. No se puede pelear contra el mercado”.
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