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La guía de los CEO para conseguir lo que quieren de Trump

Apple, Intel y Nvidia descubrieron cómo ganarse el favor de Trump: inversiones millonarias, halagos y regalos hechos a la medida. Una guía práctica del poder corporativo en la era del trueque político.

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(Ben Denzer)

Donald Trump se autodenomina el Presidente más transparente de la historia. Y en cierto modo tiene razón. Mientras que muchos nos mortificaríamos si el mundo pudiera escuchar a escondidas nuestros monólogos internos —todas nuestras quejas, deseos, celos y agravios personales expuestos públicamente—, Trump no muestra tal inhibición. Su torrente diario de publicaciones en Truth Social y las horas que pasa ante las cámaras cada semana diciendo lo que se le ocurre ofrecen a todos una transcripción sin censura de las conversaciones de un Presidente consigo mismo.

Entre las cosas que Trump no oculta está su deseo de recibir premios y regalos. Hablaba abiertamente de su anhelo por el Nobel de la Paz y de su molestia porque Barack Obama lo tenga y él no. Publica efusivos mensajes de autocelebración tras declararse ganador en torneos realizados en sus propios clubes de golf. “Es bueno ganar”, dijo a los reporteros a bordo del Air Force One después de un campeonato en su campo de Júpiter, Florida, uno de seis trofeos que ha ganado este año. “¿Se enteraron de que gané? ¿Lo oyeron? Para que quede claro: gané”.

Esta obsesión no ha pasado desapercibida para líderes de importantes corporaciones como Tim Cook. Después de que Trump amenazara este verano con imponer fuertes aranceles a los semiconductores fabricados en el extranjero, un impuesto que encarecería iPhones y otros dispositivos, el CEO de Apple Inc. llegó en agosto a la Casa Blanca con la promesa de invertir 100 mil millones de dólares adicionales en manufactura en EU, ayudando a Trump a cumplir una promesa de campaña.

No fue el único obsequio que el líder de Apple trajo al Despacho Oval ese día. El ejecutivo, cuya relación transaccional con el presidente ha tenido muchos altibajos, abrió una caja blanca para revelar un regalo “único”, hecho a la medida de Trump: un logo de Apple en vidrio sobre una brillante base de oro de 24 quilates. Cook extendió la mano al único hombre que ganaría semejante premio. “Felicidades, señor Presidente”, dijo, para deleite de Trump.

Cook salió de la Casa Blanca con una promesa del Presidente que valía más que el propio trofeo: Trump anunció que permitiría a Apple y a otras compañías que invierten en la manufactura estadounidense eludir los aranceles a los chips.

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Cook (segundo desde la derecha) llevó regalos cuando visitó a Trump en agosto. (Win McNamee )

El servilismo de Cook puede haber sido excesivo, pero su método no es único. Apple es una de varias grandes corporaciones cuyos CEO han conseguido recientemente un trato favorable del Gobierno de Estados Unidos al darle a Trump la oportunidad de obtener un premio sustancioso, y motivos para presumir. Nvidia Corp. y Advanced Micro Devices Inc. lograron que Trump abandonara su oposición a que las compañías vendieran chips de IA a China tras sellar un polémico (y posiblemente inconstitucional) acuerdo para ceder al gobierno 15 por ciento de sus ingresos por ventas en ese país. Un mes antes, Trump aprobó la compra de US Steel Corp. por parte de Nippon Steel Corp. luego de que los ejecutivos aceptaran otorgar al gobierno una llamada acción de oro en la compañía, que le da a la administración poder de veto en decisiones clave. Y a inicios de septiembre, los ejecutivos del sector tecnológico acudieron a una cena en la Casa Blanca, donde compitieron por elogiar el enfoque “manos fuera” de Trump hacia la inteligencia artificial.

No hay nada intrínsecamente malo en que un gobierno respalde a ciertas industrias o compañías. Francia invierte fuertemente en energía nuclear, que provee la mayor parte de la electricidad del país. China destina miles de millones a Huawei Technologies Co. y otros campeones nacionales como parte de su impulso por superar a Estados Unidos como potencia tecnológica. Pero las inversiones estatales exitosas dependen de objetivos claros y planeación cuidadosa, señala Rebecca Henderson, profesora de Harvard Business School. “Me parece poco probable que estas inversiones generen beneficios significativos para la economía o para los estadounidenses”, dice. “Porque son aleatorias”.

Los acuerdos del Presidente con los CEO suelen cerrarse con prisa, y sus decisiones sobre qué compañías favorecer parecen tener más que ver con quién se enojó y con quién se reconcilió esa semana que con una política consistente. Una portavoz de la Casa Blanca, Taylor Rogers, dijo en un comunicado que Trump ha negociado “buenos acuerdos en nombre de los trabajadores estadounidenses” y “da la bienvenida a las inversiones privadas y extranjeras en Estados Unidos”.

Algunos CEO han convertido la desgracia de incurrir en la ira de Trump en una ventaja, usándola para conseguir una codiciada reunión uno a uno que termina con Trump adjudicándose la victoria y reduciendo sus ataques. Eso ocurrió en agosto, cuando el CEO de Intel Corp., Lip-Bu Tan, se vio repentinamente asediado.

Tan, ciudadano estadounidense nacido en Malasia, asumió la dirección de Intel en marzo con planes de revitalizar al fabricante de chips. Alguna vez líder de la industria, en años recientes ha batallado para alcanzar a competidores más veloces. Revivir a Intel fue pieza central de la Ley chips y ciencia de 2022 del Presidente Joe Biden. El Gobierno de EU estaba listo para otorgar a Intel más de 8 mil millones de dólares para ayudar a construir fábricas en el país. Pero Trump no compartía el entusiasmo de Biden por la empresa, especialmente después de que Tan intentara recortar costos al frenar planes de fabricación nacional.

Trump aprovechó cuando el senador republicano Tom Cotton de Arkansas pidió al Presidente del consejo de Intel que respondiera sobre las inversiones pasadas de Tan en compañías chinas de semiconductores y otras con supuestos vínculos con el Ejército chino. “Siempre he actuado dentro de los más altos estándares legales y éticos”, dijo Tan en un mensaje a los empleados. Sus inversiones no violaron ninguna ley, pero desataron la furia de Trump. “El CEO de INTEL está altamente CONFLICTUADO y debe renunciar, de inmediato”, publicó Trump en Truth Social. “No hay otra solución para este problema”.

Aparentemente sí había otra. Tan no renunció. En su lugar, corrió a la Casa Blanca, donde entregó al Presidente un premio irresistible: aceptó vender el 10 por ciento de la compañía al Gobierno de Estados Unidos por 8 mil 900 millones de dólares. Era justo el tipo de arreglo poco ortodoxo y polémico que a Trump le encanta, y le gusta presumir. “Creo que es un gran acuerdo para ellos”, dijo después a reporteros. “Entró queriendo conservar su empleo, y terminó dándonos 10 mil millones para Estados Unidos”.

Es pronto para saber si esos miles de millones resultarán una inversión sabia para los contribuyentes. Pero probablemente sea un buen negocio para Intel en el corto plazo, dice Kunjan Sobhani, analista principal de semiconductores en Bloomberg Intelligence. El Gobierno no tendrá asiento en el consejo, por lo que no influirá directamente en las decisiones de la empresa. Al mismo tiempo, “contar con el respaldo del Gobierno de Estados Unidos implica de manera no oficial que, si fallan, el Gobierno podría ayudarlos con un rescate”, dice Sobhani. Señala otro beneficio implícito: el muy público apoyo de Trump a Intel podría crear un incentivo —o presión— para que otras compañías usen las fábricas de Intel en EU para producir sus chips en lugar de recurrir a rivales extranjeros como Taiwan Semiconductor Manufacturing Co.

El acuerdo sin duda benefició al propio Tan. Apenas días después de exigir su renuncia, el Presidente no tuvo más que elogios: “Su éxito y ascenso es una historia increíble”, publicó Trump en línea.

Rendir homenaje a Trump no garantiza indulgencia duradera. Hyundai Motor Co. prometió invertir miles de millones en manufactura en EU, acuerdos que el Presidente presumió este año. Eso no impidió que los agentes migratorios de Trump allanaran una planta de baterías para vehículos eléctricos de Hyundai-LG Energy Solutions Ltd. en construcción en Georgia, arrestando a cientos de ingenieros y subcontratistas extranjeros.

El acuerdo con Intel le ha dado a Trump el gusto de usar el dinero de los contribuyentes para comprar participaciones en otras empresas tecnológicas y posiblemente de defensa. No hace muchos años, los republicanos se opusieron al rescate de la industria automotriz estadounidense de 2008-2009, argumentando que el Gobierno no debería interferir con el libre mercado. Ya no hay muchos comentarios similares por parte de los republicanos. Un puñado de podcasters de derecha ha criticado la compra de acciones de Intel por parte de Estados Unidos, y cuatro congresistas republicanos han expresado sus reservas. El más audaz, el senador Rand Paul de Kentucky, lo calificó de “un paso hacia el socialismo”. Si alguno de los otros 268 republicanos en el Capitolio de Estados Unidos tiene una queja similar sobre la mano no tan oculta de Trump en el mercado, se la están guardando en gran medida para sí mismos.

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