Bloomberg Businessweek

Turismo del robo: Cómo delincuentes saquean mansiones de atletas en EU

Bandas chilenas, conocidas como lanzas internacionales, han perfeccionado un “turismo del robo” en EU: saquean mansiones de atletas, burlan la seguridad y regresan con botines millonarios.

alt default
Robo en mansiones Los ladrones chilenos han sido célebres entre las agencias policiales del mundo al menos desde la década de 1940. (Max Guther)

A las 8:14 p.m. del 9 de diciembre de 2024, Joe Burrow, mariscal de campo de los Cincinnati Bengals y portador del número 9, salió al campo en Arlington, Texas, para un partido de Monday Night Football contra los Dallas Cowboys. Un minuto después, Olivia Ponton, su compañera de casa en Ohio, llamaba al 911.

“Alguien entró a robar en nuestra casa”, dijo la modelo e influencer, quien acababa de llegar y encontró el lugar en desorden. Suplicó a la policía que enviara agentes al lugar. “Está completamente hecho un desastre”.

Los ladrones habían irrumpido una hora antes, mientras Burrow calentaba para el juego. Entraron por una ventana, fueron directo a su recámara y se llevaron un botín de joyas, entre ellas un collar incrustado de diamantes con las iniciales “JB9” encima del logotipo de Nike, el mismo que Burrow había mostrado tras ganar el campeonato de la AFC Norte en 2022. Al escapar por Anderson Township, en Cincinnati, fueron captados por una cámara. Una de las fotos mostró a un hombre cargando una sola maleta; según los registros policiales, dentro llevaba joyas con valor de 300 mil dólares: dijes de diamantes, collares de oro, lentes de diseñador y un reloj Cartier.

alt default
Imágenes del botín que fueron halladas en el teléfono de uno de los hombres acusados de robar la casa de Joe Burrow. (Cortesía de la Fiscalía del Condado de Hamilton)

La noche en que robaron su casa, Burrow celebró. Su pase de touchdown de 40 yardas había sepultado a los Cowboys con 1:01 en el reloj. Los ladrones también celebraron. La Policía dice que salieron de Ohio y recorrieron mil 770 kilómetros hacia Florida. Para la noche siguiente, llegaron a una casa cerca de Disney World.

Entonces comenzó la fiesta de la victoria. En una serie de fotos de celebración, los cuatro sospechosos sonreían. Colocaron cuidadosamente 21 piezas de joyería y posaron con ellas. El oro brillaba, los diamantes resplandecían. Uno de los sospechosos se colgó seis collares del cuello, se ajustó el Cartier y el Rolex del mariscal de campo a la muñeca derecha, mostró el pecho lleno de tatuajes y sonrió para una selfie de la que luego se arrepentiría.

alt default
Uno de los sospechosos del robo en Burrow. (Cortesía de la Fiscalía del Condado de Hamilton.)

El robo de Burrow fue solo uno de una supuesta serie delictiva del grupo, que según la policía organizó al menos seis robos contra atletas profesionales a finales de 2024. En Milwaukee, presuntamente se llevaron mil 48 millones de dólares en artículos de lujo de la casa de Bobby Portis Jr., el ala-pívot de los Milwaukee Bucks. En Memphis, se les acusa de robarle un millón de dólares en bienes al base de los Grizzlies, Ja Morant. La Policía dice que asaltaron la mansión del ala cerrada de los Kansas City Chiefs, Travis Kelce, tan solo dos días después de robar la casa de su mariscal de campo, Patrick Mahomes. Joyas tras joyas. No solo robaban cantidades masivas de objetos de valor, también se hacían de una enorme reputación.

Los ladrones monitoreaban los horarios de los partidos para cronometrar los robos cuando los atletas estaban en el campo. Su objetivo eran casas multimillonarias que colindaban con espacios abiertos, zonas boscosas o campos de golf.

Los reportes policiales indican que, para controlar a los perros guardianes, llevaban gas pimienta. Durante el robo, usaban walkie-talkies. Para evitar que las alarmas se activaran, bloqueaban las señales Wi-Fi y las cámaras de seguridad con un dispositivo inhibidor de 3 mil dólares.

alt default
En el sentido de las manecillas del reloj, desde arriba a la izquierda: Joe Burrow, Bobby Portis Jr., Travis Kelce y Ja Morant. (Especial)

Una vez dentro, los ladrones saqueaban solo la recámara principal y los closets cercanos. Dejaban armas, computadoras y celulares. Su objetivo eran joyas, relojes, bolsos, lentes y efectivo. Las imágenes de las cámaras de seguridad mostraron que usaban guantes y vestían de manera idéntica, casi siempre de negro o de blanco, con gorras de béisbol y cubrebocas tipo Covid. Un chofer en un auto para escapar los esperaba a unas cuadras de distancia. Nunca irrumpieron en una casa habitada, lo que los detectives atribuyeron a una labor de investigación exhaustiva. En la casa de Burrow, un equipo de seguridad hizo una revisión perimetral a las 6 p.m. Los ladrones esperaron hasta que el personal estaba en el frente, y entonces entraron descaradamente por la parte trasera.

La policía comenzó a seguir a los ladrones por carretera —un día en Orlando, al siguiente en Milwaukee— que equivalía a un tour de robos a celebridades.

A pesar de su atención al detalle, cometieron algunos errores clave. Aunque regularmente desechaban teléfonos, conservaron algunos por meses, y aunque rara vez los usaban para hacer llamadas, estos emitían señales a las torres celulares. Tras el robo a Burrow, los agentes identificaron todos los teléfonos que pasaron por la zona esa noche.

Luego revisaron los datos de lectores de placas vehiculares para ubicar autos que habían estado cerca.

Repitieron este ejercicio en múltiples escenas de robo y, al cruzar sus listas, identificaron tres números de teléfono como sospechosos. Cuando descubrieron que uno de esos teléfonos estaba activo y en movimiento, comenzaron a rastrear a los ladrones en un viaje por carretera —un día en Orlando, el siguiente en Milwaukee— que se convirtió en un verdadero tour de robo a celebridades.

Cuatro semanas después de irrumpir en la casa de Burrow, los presuntos ladrones regresaron a Ohio. Equipos policiales, dirigidos por la Oficina de Investigación Criminal de Ohio, los pusieron bajo vigilancia 24/7. El 10 de enero, en el estacionamiento de un hotel La Quinta Inn, a las afueras de Dayton, un par de agentes grabaron a cuatro hombres cargando una Chevy Blazer con un par de bolsos Louis Vuitton, un costal de basura con cuatro disfraces iguales y un nebulizador portátil. Uno de los sospechosos era asmático.

Los hombres se dirigieron a la Interestatal 70, pero antes pararon en el estacionamiento del hotel, justo al lado de los detectives. Uno de los sospechosos, con descaro, bajó la ventana y tomó una foto del agente. El fotógrafo no sabía que pronto estaría borrando fotos tan rápido como un policía podía hacer preguntas.

Dieciséis minutos después de la foto del estacionamiento, un policía estatal de Ohio activó las luces azules intermitentes y detuvo a los cuatro sospechosos. Según los informes policiales, escondieron herramientas de robo, ensayaron sus historias falsas y sacaron identificaciones falsas.

El agente se acercó al coche y ordenó bajar las ventanillas. En el asiento del copiloto lo recibió la sonrisa angelical de Bastian Morales, un joven de 23 años con cara de niño y gafas. Morales entregó una licencia de conducir argentina falsa con el alias de Juan Contreras Morales y miró a la cámara del policía con una gorra de los Bengals notablemente similar a una robada de la recámara de Burrow.

alt default
Los sospechosos del robo en Burrow. Bastian Morales es el más cercano a la cámara. (Cortesía de la Fiscalía del Condado de Hamilton.)

Los sospechosos le dijeron al policía que iban de regreso a Orlando. Tenían frío y querían irse de la ciudad. “¿Orlando? Van en sentido contrario”, dijo el agente. Señaló hacia el rumbo del que venían. “Florida está por allá”.

El oficial sacó rápidamente a los hombres de auto para interrogarlos y luego revisó sus pertenencias, encontrando un arsenal de herramientas para robo. Los cuatro sospechosos fueron arrestados y llevados a la oficina del sheriff para ser interrogados.

Ninguno de ellos dio detalles, ni siquiera su verdadera identidad. Los detectives separaron a Morales y le preguntaron por qué estaba en Ohio. Morales dijo: “Vinimos a ver la nieve”.

Como pronto descubrirían los detectives, ninguno de los arrestados era un turista rumbo a Florida. Cuando finalmente fueron identificados, resultaron ser ciudadanos chilenos, criados en Santiago, donde las nevadas montañas de los Andes y los glaciares siempre están a la vista.

La Legua

Morales proviene de un barrio marginal de Santiago conocido como La Legua, donde las fábricas textiles abandonadas se desmoronan junto a una cárcel de mujeres. Perros callejeros habitan las calles llenas de basura. La contaminación atmosférica es una de las peores de Latinoamérica. Las casas son pequeñas, y muchas están abandonadas; las que no, tienen ventanas con rejas.

Carros tirados por caballos recorren el barrio, y altares con velas y los colores de los equipos de futbol marcan memoriales informales para los jóvenes que han muerto en estas calles. Los comerciantes entregan sus productos a través de mallas metálicas. El barrio es relativamente seguro de día, pero de noche el narcotráfico suele traer balaceras y miedo.

Criar hijos aquí es un reto. Morales tuvo suerte: contó con una madre trabajadora, varias hermanas devotas, un abuelo cerca y un carácter alegre. La historia completa de cómo escapó de La Legua para convertirse en sospechoso de robos de alto nivel en el extranjero aún está por contarse, pero mientras yo me sentaba en la mesa famliar, Morales llamó a casa desde la cárcel. Al enterarse de que un periodista estaba en su sala, lesdijo a su familia que tuviera cuidado, insinuando que yo podría estar trabajando de encubierto para la DEA.

alt default
Una casa abandonada en el barrio La Legua de Santiago. ( Cortesía de Jonathan Franklin.)

Lo negué con una carcajada. “Jamás podría trabajar para una organización así”, le dije a su familia. “Solo tienen dos semanas de vacaciones al año, y yo necesito al menos dos meses. Ni pensarlo”. Funcionó, y seguimos tomando café instantáneo y comiendo empanadas.

Al salir de casa, caminé por el barrio y vi carteles que celebraban el 15º aniversario de un ataque contra una academia de formación de guardias penitenciarios. Esténciles pintados con aerosol pedían derrocar a la clase dominante, en un eco de la orgullosa historia del área como bastión de la resistencia al gobierno militar de Augusto Pinochet (1973-1990). Bajo su dictadura, cientos de disidentes fueron torturados ​​en Tres Álamos y Cuatro Álamos, dos infames centros de detención ubicados a pocas calles. Hoy esas instalaciones ahora son un centro de reclusión para adolescentes acusados ​​de delitos.

El contraste con la realidad de Joe Burrow difícilmente podría ser más extremo. El mariscal de campo gana cerca de 150 mil dólares al día. Para ganar lo mismo, un trabajador promedio de La Legua tendría que laborar por 33 años.

Le pedí consejo a un guardia vecinal, diciéndole que buscaba entrevistar ladrones. Primero, me advirtió: “No dejes que te vean rondando su casa”. Luego, al mirar mi cuaderno, se rió. “Vas a necesitar muchas más páginas”.

La violencia va en aumento aquí, pero esa no es la vida criminal en la que Morales presuntamente se involucró. En general, Chile no es un país de dueños de armas. Las peleas a golpes son casi inexistentes. Los ciclistas abundan y las reglas de tránsito se respetan. Pero en el bajo mundo chileno, el robo tiene un lugar de honor.

Los delitos más comunes aquí son el fraude al seguro médico, los robos en cajeros automáticos y el hurto menor. Especialmente este último. Los ladrones chilenos roban plantas ornamentales de los jardines, cualquier bote de basura que no esté asegurado, las tapas de los baños públicos. Y el pastel de cumpleaños de mi hija: lo sacaron del asiento del copiloto de nuestro coche durante los preparativos finales para su fiesta de quince años.

Los criminales de aquí tienen su propio dialecto, conocido como Coa. Los diccionarios informales de Coa-español superan las cien páginas, y las sutilezas del robo están minuciosamente clasificadas. Un camarón negro es un ladrón que roba carbón. Un cárcamo roba zapatos. Un capero usa capas para ocultar sus manos mientras roba. Un carrocero roba gallinas, un colero arranca el pelo de la cola de un caballo, y un carne muerto roba a los ancianos.

Y todo eso aparece solo en las primeras páginas de la letra “C” en mi ejemplar.

El Coa no corre peligro de desaparecer; hace tiempo que se incorporó al habla chilena común, dice Pablo Zeballos, analista retirado de inteligencia policial y autor de Un virus entre sombras, un bestseller en Chile en 2024 que detalla nuevas formas de criminalidad. “Mira a los héroes de la izquierda en América Latina”, dice Zeballos. “Típicamente eran el trabajador, el estudiante, el profesor. Ahora es el choro”. El chico malo.

Este submundo criminal en Chile incluso tiene una santa predilecta, la Virgen de Montserrat. Los ladrones peregrinan a sus estatuas para pedir protección. “No es que la Virgen de Montserrat bendiga la actividad criminal. Lo que bendice es tu vida”, dice un sacerdote local. “Quiere protegerte, sea cual sea el camino que hayas elegido”.

Pocos residentes de La Legua han explorado los paisajes deslumbrantes de Chile: el desierto de Atacama, los bosques de la Patagonia, los lagos que salpican la zona central del país. Aún menos tienen pasaporte. Morales era diferente. Desde pequeño le dijo a su familia que viajaría lejos y a lo largo del mundo. En una de sus primeras escapadas, se enamoró de las playas de Río de Janeiro. De ahí,crecieron sus ambiciones viajeras. La sala familiar luce una foto de Morales en Barcelona, ​​posando frente a la Sagrada Familia. En sus posteriores viajes a EU cumplió un sueño de la infancia. Pero mientras espera el juicio y, de ser hallado culpable, una posible condena, sus únicos trayectos serán desde una celda a la audiencia ante un juez estatal en Ohio y, probablemente, otra en un tribunal federal en Florida.

Lanzas internacionales

Conocidos en Chile como “lanzas internacionales”, los ladrones chilenos han sido célebres entre las agencias policiales del mundo al menos desde la década de 1940, cuando comenzaron a carterear pasajeros en el metro de Buenos Aires, según Eduardo Labarca, autor de tres libros que narran la vida y el estilos de los ladrones chilenos. Estos jóvenes (a veces acompañados por sus hermanas o novias) viajan por el mundo en grupos de hasta diez personas, disfrazados de turistas.

Los ladrones, dice Labarca, son un clan orgulloso que reniega de la violencia y opera bajo la máxima de que “la ocasión hace al ladrón”.

Viven bajo la lógica de que quienes dejan objetos de valor a la vista los están provocando e incluso tentando. Se refieren al robo como “el trabajo “ y tienden a operar solo con otros chilenos, confiando en lazos de barrio o de sangre. Y evolucionan. “Lo que hace a los delincuentes chilenos tan diferentes es que aprenden muy rápido sobre la naturaleza cambiante de la criminalidad”, dice Zeballos. “Cuando el delincuente chileno ve una oportunidad que otros están desarrollando, llega y perfecciona la técnica”.

Los delincuentes también perfeccionan su arte en prisión. “Yo estaba en la cárcel, y uno de los presos me dijo: ‘Tienen que ver esto. La escuela del crimen está en sesión’”, cuenta un exdirector del sistema penitenciario chileno, que pidió no ser identificado. Dentro de una prisión de Santiago, recuerda, los reclusos habían extendido un alambre en un pasillo. En él colgaron un espantapájaros hecho con un overol relleno para simular a una persona. El muñeco llevaba una chamarra con bolsillos, y cada uno tenía una cartera. Al frente, ante un público dispuesto en semicírculo, estaba un preso de unos 40 años, dando una lección a sus estudiantes.

El maestro mostraba cómo sacar una billetera de un bolsillo con un toque muy ligero. Enseñaba cómo chocar con un peatón y, en el momento de confusión, quitarle la cartera. Colocaba un suéter sobre su antebrazo, ocultando la otra mano mientras sus dedos hacían el trabajo. Recomendaba mantener las uñas cortas y masajearse constantemente las yemas de los dedos, manteniéndolas suaves para reducir la fricción y aumentar la destreza.

Para evaluar las habilidades de sus aprendices, el maestro carterista había cosido una fila de campanitas en la parte baja de la chamarra. Para aprobar la clase de sus aprendices, un alumno debía demostrar que podía sacar una cartera sin que sonara ni una sola campana. Tras ver la demostración, recuerda el funcionario, se volvió hacia un preso cercano y comentó: “Esta no es la escuela del crimen. Esta es la universidad del crimen”.

Tal era la fama de los carteristas chilenos que surgió una leyenda sobre las hazañas y habilidades de una ladrona conocida por el apodo de Yuyito. Esta figura fantástica operaba en el metro de Nueva York y podía llevarse cualquier reloj, collar o billetera. Yuyito era la versión chilena de Arsène Lupin, el célebre (y ficticio) ladrón de joyas francés. Ambos eran mencionados con reverencia mítica. Según la tradición chilena, Yuyito una vez le robó la cartera en un tren de Manhattan a un caballero que resultó ser un alto funcionario del FBI, junto con su placa.

Habilidades del nivel de Yuyito volvieron a las noticias en abril, cuando un carterista chileno robó una bolsa Gucci de 4 mil 400 dólares de la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, mientras ella celebraba la Pascua en el restaurante Capital Burger de Washington D.C., acompañada por sus nietos e hija. El equipo de seguridad de Noem incluía un par de agentes del Servicio Secreto de EU que, según testigos, estaban sentados en la barra cuando el chileno Mario Bustamante Leiva se acercó sigilosamente.

Usando un cubrebocas para ocultar el rostro, Bustamante se sentó en una mesa junto a la de la secretaria y analizó la escena, con los ojos fijos en la bolsa en forma de pera de Noem, que estaba debajo de la silla.

Las cámaras de seguridad muestran a Bustamante acercando poco a poco su silla a la de Noem. Pero, ¿cómo engancharla y llevarse el botín? Bustamante, cuyo historial criminal en tres continentes se remonta a 1995, no podía simplemente levantarse y pasar junto a su silla; sería demasiado obvio. El video muestra cómo ejecutó un movimiento que había perfeccionado durante al menos una década. Mientras Noem gesticulaba y cargaba a su nieto, Bustamante giró el cuerpo a la izquierda y extendió una pierna para jalar suavemente la bolsa desde debajo de la silla. Luego la tomó, la escondió bajo una chamarra extra y salió del lugar. La Policía aseguró que abordó un autobús urbano, viajó a Chinatown y luego se instaló en un restaurante italiano para celebrar.

Al revisar su botín, Bustamante encontró un recordatorio de los viejos tiempos del carterismo: un fajo de billetes. Noem había recorrido Washington con 3 mil dólares en su bolsa.

Si Bustamante se los hubiera gastado, quizás habría escapado de su sonado atraco. Pero usó la tarjeta de crédito de Noem y fue rastreado y arrestado. Está en prisión, a la espera de juicio.

Hoy la gente no carga mucho efectivo. Esta es una de las razones, explica Johnny Fica, jefe de la división de lavado de activos de la Policía de Investigaciones (PDI) de Chile, por las que el robo a casas ha sustituido al carterismo como el delito chileno más característico en el extranjero. “¿Para qué arriesgarse con un cartereo y la posibilidad de un enfrentamiento cara a cara con la víctima”, pregunta Fica, “si pueden operar con mucha más calma robando una casa, donde las ganancias son mucho mayores?”.

Hacia 2010, los ladrones chilenos se dirigieron a Madrid, una ciudad donde podían hablar español y abrirse camino. Pronto se mudaron a Londres. Ahí robaron las casas del ex portero del Manchester United, Tomasz Kuszczak, estrellas del fútbol del Manchester City y el Liverpool, y las de celebridades como el chef Marcus Wareing. Cuando la Policía detuvi a un ladrón chileno en Inglaterra, llevaba puesto un collar del chef con estrella Michelin.

Pero fue una decisión poco notada en 2014 por parte de las autoridades migratorias de EU, que permitió a los chilenos ingresar al país con un proceso mínimo de revisión —conocido como Visa Waiver o exención de visa—, la que abrió un nuevo mundo de oportunidades para los ladrones. A partir de ese año, con solo responder preguntas en línea y declarar no tener antecedentes penales, los chilenos podían obtener visas de entrada válidas por 90 días. Así comenzaron los viajes de robo que ellos mismos llamaban “el tour”.

“Ser una lanza internacional no es ser un criminal cualquiera de Chile, tiene prestigio. Pueden trabajar dos semanas y vivir seis meses”, dice Diego Ortiz, coautor de Caso Relojes: Una Historia de Robos, Traiciones y Mucho Oro, que detalla las operaciones de los carteristas y bandas de robo chilenas. Ortiz asegura que estos grupos a menudo son financiados por agencias de viaje que manejan un negocio criminal clandestino a la par. “No es fácil entrar en esto”, dice Ortiz. “Los financiadores son selectivos. Las agencias de viaje cobran un 25 por ciento de interés sobre el dinero invertido”.

Normalmente, un aspirante a ladrón debe ser recomendado por otros como prospecto, añade Ortiz. Una vez aceptado, recibe hasta 8 mil dólares en financiamiento para cubrir gastos como boletos de avión, semanas de renta de auto, alojamiento en Airbnb, disfraces para el viaje y ropa para los robos. Después de los primeros atracos, los ladrones comienzan a pagar a sus patrocinadores. Solo después de saldar la deuda pueden quedarse con la mayor parte de su botín.

Como en tantos oficios, los ladrones veteranos se quejan de la nueva generación. Los jóvenes carecen de disciplina, dijeron a los autores de Caso Relojes; fuman marihuana durante el trabajo y no siguen el escalafón criminal. Niños de barrio que nunca habían delinquido, nunca habían pagado “derecho de piso”, nunca habían sido recomendados por un veterano ni escalado en la jerarquía del carterismo local, ahora se metían directamente al juego. “Es una nueva generación que ve oportunidades en la globalización”, afirma Zeballos. Los más jóvenes, en particular, prefieren Estados Unidos a Europa, añade. “La cultura de la riqueza está más en EU. Los Air Jordan están en Estados Unidos. Los europeos dejan sus joyas y dinero en un castillo fortificado o en el banco. Los estadounidenses ponen el trofeo en la sala, y dejan la puerta sin llave”.

Pese a las quejas de los veteranos, muchos de estos criminales contemporáneos muestran disciplina y constancia. “Realizan contravigilancia en los vecindarios, toman rutas indirectas y suelen utilizar vigías”, dice el detective Bryan Glasscock, de la Oficina del Sheriff del Condado de Ventura, California. Ha invertido cientos de horas investigando a ladrones internacionales, a menudo grupos compuestos exclusivamente por chilenos. “No pasan mucho tiempo en un solo lugar”, explica. “Así que la posibilidad de atraparlos en el acto es mínima”.

Erik Nasarenko, fiscal del condado, afirma que incluso cuando arrestan a ladrones chilenos, las bandas son difíciles de desarticular. “Por mucho que los interroguemos, no hablan. Nos dan poca o ninguna información”, afirma. “No se delatan entre ellos”.

Nasarenko se toma estas intrusiones como algo personal: años atrás su casa fue saqueada por un ladrón que robó un anillo de bodas que era una reliquia familiar y dejó un rastro de sangre en la alfombra tras cortarse al entrar por un cristal roto. “Si una casa es robada, los ocupantes nunca vuelven a ser los mismos”, dice Nasarenko. “No lo veas desde la perspectiva de la pérdida económica, sino desde la vulnerabilidad y la violación individual”.

Para 2020, las agencias policiales de EU inventaron una nueva categoría para describir a estos turistas del crimen: South American Theft Groups (SATG) o Grupos Sudamericanos de Robo.Colombianos, venezolanos y peruanos han participado, pero la mayoría de los arrestados en robos atribuidos a SATG han sido chilenos.

Durante los años fiscales 2022 y 2023, aproximadamente 880 mil chilenos ingresaron a Estados Unidos bajo el programa de exención de visa. Las autoridades afirman que 97 por ciento fueron viajeros legítimos que respetaron el límite de tres meses. Pero entre el 3 por ciento que se quedó más tiempo había decenas, si no es que más, de ladrones que recorrieron el país en un tour criminal. El teniente Jeffrey Hawkins, investigador del departamento de Policía de Scottsdale, en Arizona, afirma que las bandas estaban activas “en toda California, Arizona, Texas, Florida. En Delaware, Pensilvania, Ohio, Nevada, Oregón. También en Londres, Toronto. Súmalo todo. Están en todas las jurisdicciones”. Había tantos grupos activos en Estados Unidos que, en marzo de 2025, cuatro miembros del Congreso escribieron a Noem pidiéndole que tomara medidas contra lo que llamaron “turismo de robos” chileno.

El FBI y la PDI de Chile mantienen una sólida relación de intercambio de inteligencia, y en los últimos 12 meses, al menos seis bandas han sido detenidas en Estados Unidos y Chile. Una redada en abril de 2025 en Santiago confiscó mil 300 millones de pesos chilenos (1.3 millones de dólares) en bienes robados, incluidos bolsos de lujo y cajas de joyas. Otra redada en Chile permitió descubrir seis relojes de lujo robados en EU, incluido un Rolex Submariner, sustraído de la casa de un actor en Beverly Hills. Los relojes habían sido enviados a Chile junto con el resto de la colección de joyas del actor. Los detectives encontraron un grabado en la parte de atrás del Rolex con un mensaje personalizado y el logotipo de la película John Wick. El reloj recuperado en Santiago había sido robado de la recámara de Keanu Reeves.

En julio, cuando Noem llegó a Chile en visita oficial, las autoridades chilenas la esperaban con un regalo. Le entregaron las joyas y los relojes, que habían recorrido el continente de punta a punta. Reeves estaba a punto de recibir un paquete sorpresa de Chile.

El contrabando de bienes robados de regreso a Chile ha sido durante mucho tiempo una industria paralela, y como el robo mismo, está evolucionando. Tradicionalmente, los ladrones regresaban al aeropuerto de Santiago como estrellas de rock, con cadenas de oro colgando del cuello y cinco o seis relojes en una sola muñeca. Alegaban que todo era propiedad personal y rara vez enfrentaban preguntas.

En 2019, una mujer sospechosa de dirigir una agencia de viajes irregular para financiar a estas bandas de robo fue detenida en el aeropuerto de Santiago mientras viajaba con una maleta con el botín. Fue liberada tras explicar que siempre viajaba con toda su colección de joyas. Durante décadas, el contrabando apenas fue sancionado por la ley.

Los ladrones sabían que tenían poco de qué preocuparse. La compraventa de bienes robados en Chile rara vez, si acaso, era procesada. “Cuando a un chileno le roban el celular, este se revende en el BioBio. Todo chileno conoce ese gran mercado dominical de objetos robados”, dice Francisca Werth, exfiscal pública de Chile. “Es muy cultural. Hay que volver a la educación temprana para enseñarles que la ocasión no hace al ladrón”.

Cuando no querían llegar al aeropuerto con su botín puesto, los ladrones en Estados Unidos recurrían a joyeros para fundir el oro robado y crear una hebilla de cinturón enorme. Según Caso Relojes, cubrían el oro (hasta 4 kilos) con una capa de pintura plateada barata y luego convencían a un amigo, familiar o vecino para que volara a Estados Unidos, se pusiera el cinturón y regresara a casa. En Coa, estos cómplices eran camellos.

Pero a partir de hace tres años, en 2022, la legislación chilena se endureció. Las autoridades comenzaron a incautar mercancías no declaradas y a presentar cargos penales contra los contrabandistas en el aeropuerto. Por lo tanto, los ladrones cambiaron de táctica, a menudo vendiendo sus mercancías en Estados Unidos y enviando el dinero a casa en cantidades inferiores a 10 mil dólares. Cualquier cantidad superior activaría la obligación de informar y podría provocar investigaciones por lavado de dinero.

Luego hubo otro cambio táctico. Los ladrones ya no envían dinero solo a sus familias. En cambio, según los detectives de la PDI, lo transfieren a vecinos de su misma calle. Los vecinos se quedan con un porcentaje y entregan el resto a las familias de los ladrones. La Policía describe esto como una forma de repartir la riqueza y construir una red de cómplices para proteger a los ladrones en su casa. “Esto es como un clan”, dice Fica, el detective chileno. “Esto no es el típico lanza internacional que conocíamos. Esto es más complejo y organizado”.

Finalmente, los ladrones —aquellos que no son atrapados— regresan a Chile. La bienvenida se convierte en una fiesta callejera, y las lanzas gastan miles de dólares en efectivo para este momento legendario. Se contratan DJs. “Regresan con grandes cantidades de dinero”, dice Fica. “Lógicamente, lo compartirán con su familia y sus colegas delincuentes como una forma de validación, para demostrar que, en el otro país, todo salió bien en el trabajo”.

Las calles se cierran y comienza una parrillada de horas. El alcohol y los regalos fluyen. Una hermana favorita puede recibir una motoneta nueva. Para la mamá, un refrigerador. Todos los miembros del club de futbol local reciben un uniforme nuevo.

Y después los ladrones se mantienen ocultos. En Chile se esfuerzan por mantener un historial criminal limpio, una garantía de que la Interpol o la PDI no los detendrán la próxima vez que salgan de tour, país por país, robando por todo el mundo.

Lee aquí la versión más reciente de Businessweek México:

También lee: