El ojo morado era más visible de lo que parecía. Tal vez fue la gorra de DOGE que proyectaba sombra sobre su rostro, o el cuello que giraba como si acabara de recibir el masaje más relajante del mundo, o simplemente que todos estaban enfocados en Donald Trump. Lo cierto es que pasaron 40 minutos antes de que alguien hiciera la pregunta obvia: ¿qué le pasó en la cara a Elon Musk?
Él lo atribuyó a un accidente con su hijo. Le dije: ‘pégame en la cara’, y lo hizo”, dijo Musk el 30 de mayo, durante lo que se suponía sería su despedida de la Oficina Oval. “No sentí gran cosa en ese momento. Pero después se me hinchó.”

La explicación tranquilizó a quienes temían por su salud, especialmente tras un reporte del New York Times que, citando fuentes anónimas, afirmaba que el uso de psicodélicos por parte de Musk explicaba su comportamiento errático —algo que él niega—. Su moretón, sin embargo, sirvió como una metáfora involuntaria de su paso por la política presidencial: el hombre más rico del mundo salía de la Casa Blanca con una herida autoinfligida y, quizás, también unas cuantas cicatrices emocionales.
Y lo peor estaba por venir. Muy pronto, Musk y sus empresas se encontrarían en la mira de su nuevo antagonista: Donald Trump. A pesar de haber gastado 300 millones de dólares para ayudarlo a reelegirse, Musk fue relegado de su círculo más cercano. Sin embargo, durante sus primeros meses en la segunda administración Trump, parecía estar en la cima del mundo. Se autoproclamó jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental, un esfuerzo por recortar gastos que le dio un poder inusual en Washington y que sirvió de escenario para su particular teatro político. Deambulaba por la Oficina Oval como si fuera suya. Provocaba a burócratas, recortaba fondos a bancos de alimentos, presumía de desmantelar agencias federales enteras. Exigió acceso a planes militares y bases de datos personales... y lo obtuvo.
Líderes mundiales le otorgaron licencias a SpaceX. Anunciantes que habían abandonado su red social X por sus comentarios antisemitas regresaron. El valor de Tesla se disparó, al igual que las valuaciones de SpaceX y xAI, sus empresas privadas.
Para muchos inversionistas, Musk y Trump habían fusionado sus intereses. En febrero, Musk tuiteó: “Amo a @realdonaldtrump tanto como un hombre heterosexual puede amar a otro”. En marzo, asistió a una reunión del gabinete con una gorra que decía: Trump tenía razón en todo. Atribuyó a DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental) los recortes presupuestales, incluso cuando el público comenzaba a volverse en contra.
Musk entró en la política en 2024 como un empresario ampliamente admirado. Un año después, las encuestas muestran que su índice neto de aprobación ronda el -20 por ciento, lo que lo hace mucho menos popular que Trump o que la mayoría de las figuras políticas nacionales relevantes. Algunos dueños de autos Tesla han comenzado a colocar calcomanías en contra de Musk en sus vehículos eléctricos; otros posibles compradores han optado por otras marcas. En su trimestre más reciente, Tesla reportó una caída del 13 por ciento en entregas de vehículos respecto al año anterior, a pesar del crecimiento del mercado general de vehículos eléctricos. La acción de Tesla ha caído más de 30 por ciento desde su pico posterior a la elección.
Nada de esto habría resultado especialmente dañino si Musk hubiera logrado mantener su estrecha relación con Trump, quien animaba a sus seguidores a comprar Teslas y cuya administración tenía capacidad para flexibilizar regulaciones que afectan a Tesla y canalizar contratos hacia SpaceX. Pero días después de aparecer en la Oficina Oval con el ojo morado, Musk se sumió en un berrinche en redes sociales de proporciones épicas, incluso para sus estándares. Entre otras cosas, dijo que Trump nunca habría sido elegido sin su ayuda. Luego afirmó (sin pruebas) que Trump fue cómplice de los crímenes de Jeffrey Epstein y alegó (también sin pruebas) que los había encubierto. Por esa razón, dijo Musk, Trump debía ser destituido e intercambiado por el vicepresidente JD Vance. Trump respondió amenazando con cancelar todos los contratos de SpaceX.
La disputa se enfrió. Musk borró sus declaraciones sobre Epstein y publicó una especie de disculpa (“Lamento algunas de mis publicaciones”). Luego reanudó sus críticas contra el “One Big Beautiful Bill” de Trump, que además de extender los recortes fiscales de 2017, también reduce subsidios para Tesla. “¿Saben qué es DOGE?”, preguntó Trump en un evento el 1 de julio. “DOGE es el monstruo que quizá tenga que volver y comerse a Elon”.

La amenaza de Trump suena menos descabellada de lo que podría parecer. Musk es rico en papel, con un patrimonio neto de unos 360 mil millones de dólares, según el Índice de Multimillonarios de Bloomberg.
Pero también tiene poco efectivo, depende en gran medida del precio de las acciones de Tesla, de mantener buenas relaciones con el gobierno de EU y de su capacidad para seguir levantando sumas casi ilimitadas de dinero de inversionistas que, básicamente, aceptan lo que él diga.

“¿Y si aparece alguna regla nueva irracional o una orden ejecutiva?”, se pregunta un veterano del Partido Republicano que habló bajo condición de anonimato por no estar autorizado a declarar públicamente. Esta persona también señala el riesgo de una “represalia de mano invisible” contra Musk a través de alguna de las investigaciones abiertas que ya enfrenta en agencias federales como la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) y la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras (NHTSA).
El 4 de julio, Musk presentó un tercer partido político al que llama el America Party, un esfuerzo, dijo, para elegir legisladores independientes, casi con seguridad a costa de las mayorías republicanas en el Congreso. En el primer día de operaciones bursátiles posterior al anuncio, el valor de mercado de Tesla cayó en casi 70 mil millones de dólares.
Musk, quien no respondió a la solicitud de comentarios, tiene una capacidad asombrosa para inventar salidas cuando está en líos. Tesla ha estado cerca de la bancarrota al menos dos veces. SpaceX casi se quedó sin dinero antes de que su primer cohete alcanzara la órbita. Pero sus apuestas actuales —un robotaxi, un cohete experimental que aún no ha volado con seguridad, y una startup de inteligencia artificial que pierde más de mil millones de dólares al mes— son tan arriesgadas como cualquier otra que haya intentado. Y cada una, como se verá en los tres casos que siguen, forma parte de lo que ha puesto a su imperio en la inestabilidad. Trump tiene el carácter y las herramientas para dañar a Musk. Pero, en la lista de factores de riesgo para Elon Inc., Trump debe formarse detrás del propio Musk.

Elon vs. Tesla
La presentación de los robotaxis de Tesla en Austin, Texas, animó brevemente a los inversionistas —la acción subió 8 por ciento— pero las fallas no tardaron en aparecer. Frenados inesperados, invasión de carriles y choques con autos estacionados encendieron las alertas.
En cierto modo, el lanzamiento del Robotaxi de Tesla fue épico: el desenlace de una larguísima serie de promesas. En 2015, Musk dijo a los inversionistas que sus autos serían capaces de conducirse solos en un plazo de tres años. Cuando ese plazo venció sin resultados, dijo que en realidad los autos autónomos llegarían en 2019. Ese año declaró que el servicio estaba casi terminado y prometió un millón de Robotaxis de Tesla para 2020. Así continuó durante seis años más.
Por ahora, solo circulan entre 10 y 20 robotaxis en una zona limitada de Austin, cada uno acompañado por un empleado de Tesla en el asiento del copiloto... y monitoreado remotamente. “Nunca he visto una empresa que requiera tanta supervisión humana para un vehículo autónomo”, afirma Missy Cummings, directora del Centro de Robótica de la Universidad George Mason.
El drama dentro de Tesla ha agregado una capa adicional de complejidad para Musk. Varios líderes de alto nivel han renunciado en los últimos meses, incluidos Omead Afshar (uno de los principales colaboradores de Musk), Milan Kovac (líder de ingeniería del programa de robots humanoides de Tesla), David Lau (jefe de ingeniería de software) y Jenna Ferrua (jefa de recursos humanos en Estados Unidos). Estas salidas no fueron explicadas a la mayoría del personal, que se enteró de ellas por publicaciones en X.
Musk ha tratado de restarle importancia a todo esto. “La realidad es que, en el futuro, la mayoría de la gente no va a comprar autos”, dijo durante la llamada de resultados de Tesla en abril. En otras palabras, piensa en los Robotaxis.
Como varios otros expertos en vehículos autónomos entrevistados por Businessweek para este reportaje, Cummings dice que no hay una buena razón para colocar al monitor de seguridad en el asiento del copiloto en lugar de detrás del volante. “Es por imagen”, dice. “Simplemente no quieren admitir lo obvio: que sí hay una persona ahí dentro”. Otra persona, que pidió el anonimato porque aún trabaja en una industria donde Musk tiene poder, lo resume así: “Es falso, pero el público, e incluso analistas, van a quedar impresionados”.

Elon vs. SpaceX
Durante años, SpaceX fue la empresa más estable del imperio Musk: un negocio con una misión clara, una línea de productos dominante y una estructura operativa sólida. Gwynne Shotwell, directora de operaciones desde los inicios de la compañía, comanda un equipo que en 2023 lanzó el 84 por ciento de los satélites en órbita y mantiene una hegemonía casi total en misiones tripuladas, ante la ausencia de rivales viables. Boeing, por ejemplo, apenas logró una misión con su cápsula Starliner y sus fallas obligaron a la NASA a confiar nuevamente en SpaceX.
Este dominio ha generado preocupación: depender de Musk implica entregar un activo estratégico a un empresario cada vez más impredecible. En 2023, cuando se supo que negó a Ucrania acceso a Starlink para un ataque en Crimea, el Congreso encendió las alarmas. Y en 2024, un legislador denunció que Starlink no operaba en Taiwán. Musk argumentó falta de permisos, pero las tensiones crecieron.
A pesar de estas polémicas, el gobierno de Trump impulsó aún más la relación. Tras ganar las elecciones, colocó aliados de Musk en puestos clave: Brendan Carr en la FCC y Jared Isaacman en la NASA. Todo parecía apuntar a una expansión de contratos hasta que el propio Musk saboteó esa cercanía al criticar una propuesta fiscal. Trump retiró la nominación de Isaacman y Musk respondió con una amenaza: desmantelar la nave Dragon, esencial para las misiones de la NASA.
El Pentágono reaccionó de inmediato, buscando alternativas. Incluso EchoStar, un competidor en crisis, recibió apoyo implícito de Trump, y sus acciones se dispararon. La advertencia fue clara: SpaceX ya no es insustituible.
Musk se retractó, pero el daño estaba hecho. Mientras Starlink lucha por acceder a los fondos del programa de internet rural, su futuro dependerá más del mercado internacional que del estadounidense. Y en cuanto a Starship, el gran proyecto para llegar a Marte, los retrasos y fallas continúan. Tres lanzamientos han terminado en explosión y su principal rival, el cohete SLS de Boeing, acaba de recibir un nuevo impulso presupuestal.
Musk, fiel a su estilo, respondió en X con una broma: “Solo un rasguño”. Pero cada fracaso pesa más en un entorno donde ya no puede dar por sentado el favor del poder.

Elon vs. X
La última muestra de espectáculo de Musk apareció la noche del 9 de julio, cuando Elon Musk presentó el más reciente lanzamiento de xAI, su emprendimiento de inteligencia artificial fusionado con X. Si SpaceX es su pilar, xAI es, hasta ahora, su mayor fracaso, pero también el que más lo obsesiona.
Durante la transmisión en vivo, Musk describió al chatbot Grok 4 como “la inteligencia artificial más inteligente del mundo”, más capaz que “la mayoría de los doctores en filosofía”, aunque sin mucho sentido común. “Todavía no ha inventado nueva física, pero es solo cuestión de tiempo”, dijo.
Pese a lo inverosímil de sus declaraciones, los inversionistas están emocionados, convencidos de que el acceso en tiempo real a publicaciones en X le da a Grok una ventaja. Pero cualquiera que haya usado X sabe que es una fuente de desinformación. Días antes del evento, usuarios notaron que Grok incluía ideas antisemitas y teorías de odio. Ante una consulta sobre inundaciones en Texas, el chatbot culpó al “odio antiblanco” y mencionó a Hitler como referente. En otras respuestas, repitió frases vinculadas a influencers antisemitas, ahora activos en X tras su compra por Musk.
Musk culpó a los usuarios, pero luego admitió que no ha logrado evitar que Grok exprese opiniones extremas. “Es sorprendentemente difícil evitar tanto al ‘woke libtard cuck’ como al ‘mechahitler’”, escribió.
No es la primera vez: anteriormente, Grok hablaba del “genocidio blanco” en Sudáfrica, otra de las obsesiones racistas de Musk. La empresa culpó a un empleado y prometió haber corregido el problema.
En junio, Musk recaudó 10 mil millones de dólares para xAI y busca otros 10 mil. El plan: “reescribir todo el conocimiento humano”. Según la empresa, Grok gastará 13 mil millones este año y generará solo 500 millones. Tras filtrarse estos datos, Musk calificó el reporte como “una tontería”. Parte de la ronda incluye 2 mil millones provenientes de SpaceX, y Musk ya pidió al consejo de Tesla que también invierta.
Tesla ahora compite con xAI por talento y por la atención de Musk. A veces dice que la IA es clave para Tesla; otras, insinúa que la trasladará a xAI, donde tiene más control. A finales de junio, el inversionista Dan Ives advirtió: “El consejo de Tesla DEBE actuar”. Su propuesta: otorgarle a Musk 100 mil millones de dólares en acciones como incentivo para fusionar ambas empresas y limitar su activismo político.
Los detractores se burlaron de la idea: ¿por qué premiar a un CEO por su comportamiento errático? Musk, fiel a sí mismo, respondió con un mensaje en X: “Cállate, Dan”. Después, siguió publicando sobre Epstein y Trump, y cerró la noche transmitiendo videojuegos. Las acciones de Tesla subieron 1 por ciento.
—Con la colaboración de Loren Grush, Kara Carlson y Ted Mann
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