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El dilema de México: ¿abandonar a China?

Entre la presión de Washington y la dependencia de las importaciones chinas, México enfrenta una disyuntiva que podría definir su modelo económico en un nuevo orden geopolítico global.

Claudia Sheinbaum entre las banderas de China y Estados Unidos, simbolizando el dilema geopolítico y comercial que enfrenta México.
Sheinbaum entre China y EU La presidenta enfrenta un dilema geoeconómico que podría redefinir el papel de México en el comercio global. (El Financiero)

El conflicto comercial y geopolítico entre Estados Unidos y China, más allá de los acuerdos temporales, ha dejado de ser un asunto bilateral para convertirse en un reordenamiento global con consecuencias directas para economías como la mexicana.

En este nuevo tablero, México está siendo empujado a elegir entre preservar su creciente comercio con China, particularmente importaciones, o complacer a su vecino del norte, que exige una política de contención frente al aluvión de estos productos.

El dilema es estratégico y profundo: ceder demasiado a las presiones estadounidenses podría significar renunciar a oportunidades clave en sectores donde China es el principal proveedor global, mientras que desafiar abiertamente los intereses de Washington podría poner en riesgo las bases mismas del T-MEC, tratado que representa más del 80 por ciento de las exportaciones mexicanas y que habrá de renegociarse en el 2026.

Durante los últimos años, México ha experimentado un notable crecimiento en sus importaciones provenientes de China ocupando el segundo lugar, solo detrás de EU. Tan solo en 2024, estas representaron ya alrededor del 21 por ciento del total, superando los 120 mil millones de dólares, cifra superior en 3 puntos porcentuales al 18 por ciento que representaban hace seis años.


Desde maquinaria y componentes electrónicos hasta productos de consumo masivo, el peso de los productos chinos en la economía mexicana se ha vuelto estructural. Este fenómeno responde no solo a una lógica de abaratamiento de costos, sino también a la consolidación de cadenas de valor que aprovechan el ensamblaje en territorio nacional para acceder al mercado estadounidense con trato preferencial. Y precisamente ahí está el foco de la creciente tensión.

Para la administración de Donald Trump, que ha aplicado una cruzada arancelaria como eje de su política comercial, el uso de insumos chinos en productos exportados desde México representa una forma de “puerta trasera” que mina su estrategia de contención.


En diversas declaraciones recientes, el secretario de Comercio, Howard Lutnick, ha insistido en que el gobierno estadounidense no permitirá que México se beneficie del T-MEC mientras sigue absorbiendo productos subsidiados o de bajo costo provenientes de China.

De hecho, se ha anticipado que uno de los temas centrales de la renegociación del tratado será precisamente el endurecimiento de las reglas de origen y la fiscalización de los contenidos no regionales. Para Washington, no basta con que el producto final salga de México; se requiere que su contenido cumpla con parámetros estrictos de procedencia continental.

Este endurecimiento no es abstracto. Ya se han comenzado a aplicar restricciones en sectores sensibles, y el concepto de “transshipment” —reexportación fraudulenta de bienes para evadir aranceles— se ha convertido en una acusación recurrente contra empresas chinas que operan desde México.

Casos documentados por medios estadounidenses muestran cómo grandes fabricantes han instalado plantas de ensamblaje en territorio nacional para sortear los aranceles impuestos por Trump a Beijing, imágenes más con afán propagandístico que con evidencias ciertas.

La respuesta estadounidense ha sido rápida: incremento del escrutinio aduanero, revisión intensiva de certificados de origen y advertencias de que los beneficios del T-MEC podrían condicionarse a la exclusión de componentes asiáticos en la próxima renegociación.

En este contexto, México se encuentra atrapado entre dos potencias que compiten no solo por cuotas de mercado, sino por influencia política y tecnológica. Ceder a las exigencias de EU implicaría, en el corto plazo, limitar la entrada de componentes chinos, sustituir proveedores y enfrentar un incremento en los costos de producción.

Pero también conlleva el riesgo de aislarse de una de las economías más dinámicas y tecnológicamente avanzadas del mundo, en momentos en que China está extendiendo su presencia global a través de inversiones, infraestructura y transferencia de tecnología.

Por otro lado, ignorar las preocupaciones de Washington podría tener efectos devastadores. Un escenario en el que Estados Unidos imponga en el futuro tarifas a productos mexicanos por considerar que contienen partes chinas es perfectamente plausible, sobre todo bajo una administración que ya ha demostrado su voluntad de utilizar los aranceles como arma de presión.

Frente a esta realidad, la única salida viable es una estrategia diplomática sofisticada que permita a México sostener su creciente relación con China sin poner en jaque su integración con Estados Unidos.

Para lograrlo, será necesario modernizar los mecanismos de certificación de origen, garantizar la trazabilidad de las cadenas productivas y demostrar de forma transparente el valor agregado generado dentro del país.

También será vital redefinir la política industrial para atraer inversión extranjera —incluso china— en sectores estratégicos con mayor contenido local y tecnológico. Además, México debe fortalecer su narrativa diplomática en los foros regionales, explicando que su apertura a China no es una provocación a Washington, sino una necesidad económica lógica en un mundo cada vez más multipolar.

La renegociación del T-MEC en 2026 será, sin duda, una prueba decisiva. México llegará a esa mesa en un contexto de mayor tensión, con un socio como EU que buscará imponer nuevos límites, pero también con mayor experiencia negociadora y mejores herramientas técnicas para defender sus intereses.

La clave será no aceptar sin más las condiciones de Washington, pero tampoco encerrarse en una confrontación que puede resultar costosa. Astucia, flexibilidad y visión de largo plazo serán indispensables para transitar este período sin sacrificar el acceso preferencial al mayor mercado del mundo ni renunciar a la diversificación que representa China.

México no puede permitirse jugar un rol pasivo ni adoptar posturas extremas. El reto es construir un espacio propio en medio de esta pugna comercial, consolidando su papel como puente entre oriente y occidente, entre manufactura tradicional e innovación, entre integración regional y apertura global.

Lo que está en juego no es solo el equilibrio de las exportaciones o el cumplimiento de una regla de origen, sino la definición del modelo económico mexicano para la próxima década y quizás mucho más.

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