Días después de ganar las elecciones presidenciales en México, Claudia Sheinbaum trató de tranquilizar a los operadores que estaban deshaciéndose de sus pesos. Los inversionistas temían lo que su partido, de tendencias izquierdistas, podría hacer con una victoria casi perfecta: su coalición también se había llevado la mayoría de las gubernaturas estatales y los escaños en el Congreso. Sheinbaum se sentó con ejecutivos de BlackRock Inc., la mayor gestora de fondos del mundo, y con Altagracia Gómez Sierra, la heredera —que entonces tenía 32 años— de una fortuna hecha, en parte, a base de harina de maíz.
Altagracia Gómez Sierra se ha convertido en la guía de Sheinbaum hacia el mundo empresarial, una aliada poco común para un partido que había arremetido contra lo que denomina la “mafia del poder”.
Preside el grupo Promotora Empresarial de Occidente, una empresa familiar con intereses en agroquímicos, bienes de consumo, transporte e inmobiliario. Tan solo la participación del conglomerado en Grupo Minsa tiene un valor superior a los 200 millones de dólares.

Inusualmente joven y franca para los estándares del empresariado mexicano, dominado por una generación de multimillonarios veteranos, Gómez Sierra resalta por su estilo singular: largas y expresivas pestañas, llamativos vestidos y diademas brillantes que, si se entrecierran los ojos, parecen tiaras.
El partido de Sheinbaum logró una victoria arrolladora prometiendo mantener a la élite fuera de la política y combatir la desigualdad. Antes de tomar las riendas del país de manos de Andrés Manuel López Obrador, había sido jefa de gobierno de la Ciudad de México. Hija de científicos, Sheinbaum se formó como activista estudiantil contra los abusos del capitalismo y suele vestir con toques sutiles de bordados mexicanos, destacando su imagen austera como exprofesora universitaria.
Sin embargo, la llamativa Gómez Sierra ayuda a resolver un problema para Sheinbaum, de 63 años: su partido, Morena, puede resultar incómodo para los financieros. AMLO canceló un aeropuerto en la Ciudad de México y tuvo enfrentamientos con empresas energéticas extranjeras, mientras exaltaba a las compañías estatales. Gómez Sierra se ha convertido en una especie de embajadora, cortejando a los inversionistas en nombre de Sheinbaum. Y la estrategia que ayudó a fomentar es una de las razones por las cuales la presidenta mantiene un respaldo inusualmente amplio en comparación con otras democracias marcadamente divididas. Su aprobación supera el 75 por ciento en la mayoría de las encuestas.
Existe otra explicación, además del legado de Sheinbaum como sucesora de AMLO: su esfuerzo amplio por negociar con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Su elección afectó la economía mexicana que ya estaba desacelerándose, lo que representó un desafío para el gobierno de Sheinbaum. Trump amenazó con desechar el tratado comercial entre EU, México y Canadá, e impuso aranceles a automóviles y metales.
A pesar de la presencia frecuente de su gabinete en Washington para negociar, el gobierno de Sheinbaum solo ha logrado ganar tiempo mientras busca un acuerdo más amplio. El Departamento del Tesoro de EU planea excluir del sistema financiero estadounidense a dos bancos mexicanos y una casa de bolsa por supuesto lavado de dinero relacionado con el tráfico de drogas.
Necesitada de aliados, Sheinbaum ha estrechado vínculos con el sector empresarial desde principios de año. Altos ejecutivos de empresas como Heineken México y Home Depot han asistido a sus conferencias de prensa diarias, que duran dos horas. Nombró a Altagracia Gómez Sierra como coordinadora del nuevo Consejo Asesor para el Desarrollo Económico Regional y la Relocalización, que complementa al grupo empresarial más grande y consolidado del país: el Consejo Coordinador Empresarial (CCE).
Detrás de bambalinas, Gómez Sierra ayudó a planear una estrategia industrial, con mapas de electricidad, agua y parques industriales del país, identificando áreas con potencial para nuevas inversiones. Se reunió con grupos empresariales e inversionistas, como también lo hizo el secretario de Economía Marcelo Ebrard y su equipo.
Este es el proyecto que Sheinbaum llama Plan México y que tiene el objetivo de incrementar la manufactura y elevar la inversión privada en la economía del país, en parte mediante la reducción de trámites burocráticos y ofreciendo incentivos fiscales moderados.

A diferencia de otro empresario cercano a un presidente, el multimillonario Elon Musk —antes de distanciarse de Donald Trump— Gómez Sierra tiene cuidado de no eclipsar a la líder nacional. “Su rol ahí es realmente ser un puente con el sector privado. Es una persona que parece tener toda la confianza de la presidenta”, dice Rodolfo Ramos, analista del banco brasileño Bradesco BBI.
Como otros líderes populistas en el mundo que han integrado empresarios para reforzar su credibilidad económica, Sheinbaum se apoya en Gómez Sierra para abrir puertas más allá de sus propias bases. Agustín Coppel, presidente de Grupo Coppel, el grupo de ventas minoristas privado más grande del país, asegura que el Plan México aporta la planeación gubernamental que hacía falta, similar a la que ha dado resultados en China y Singapur. “Sí fue una planeación incluyente y sí ha estado consultando; el grupo de empresarios que escogieron ha sido muy bien recibido”, afirma Coppel sobre el equipo de la administración.
Como parte de su plan, Sheinbaum encabezó dos reuniones privadas importantes con empresas de EU y Canadá. Pero fue Gómez Sierra, actuando como una emisaria no oficial, quien tomó la palabra en la inauguración en la Ciudad de México de un centro de datos de Amazon.com Inc.
En mayo, Gómez Sierra promovió el Plan México en la convención bancaria anual del país, a la que asistieron ejecutivos de Bank of America, Banamex, de Citigroup, y BBVA, de origen español. “Si queremos realmente transformar al país tenemos que invertir en él”, dijo. “Y el plan está hecho para que precisamente se alineen las prioridades de todos en torno a una visión de país de largo plazo, pero que se empieza a construir hoy. Y eso es una grandísima diferencia”.
Los negocios de la familia de Gómez Sierra datan de la década de 1960 en Jalisco, cuna del tequila. Su abuelo inició una lavandería y una empresa turística que ofrecía recorridos para conocer lo que más tarde se conocería como los pueblos mágicos. Su padre, Raymundo Gómez Flores, y sus hermanos fundaron su propia firma inmobiliaria, responsable de construir un famoso fraccionamiento privado a las afueras de Guadalajara. Eventualmente se convirtieron en socios de las operaciones del equipo local de futbol, las Chivas.
En 1993, su padre y sus socios adquirieron la empresa de harina de maíz al gobierno federal, como parte del proceso de privatización de empresas estatales impulsado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que dominó la política mexicana durante 70 años, hasta el año 2000 (a inicios de los 2000, su padre fue senador por el PRI).
La familia también compró una empresa de transporte estatal, que se convirtió en la fabricante de autobuses Dina, así como una operadora de almacenes especializada en el resguardo de granos, ahora llamada Almer. La ola privatizadora cimentó la fortuna de muchas de las personas más ricas de México. Tanto AMLO como Sheinbaum se han referido a la crisis económica que le siguió como prueba de que el país no protegió al pueblo, sino que transfirió la riqueza a unos cuantos privilegiados.
Altagracia Gómez Sierra creció en las afueras de Guadalajara, en tanto la segunda ciudad más grande de México sobrepasaba sus límites originales. En su propiedad familiar había pavos reales, gansos, conejos, perros, un toro y caballos que montaba desde niña. En su familia, católica y conservadora, las mujeres podían trabajar en las empresas familiares, aunque los hombres solían estar al mando. Elocuente y estudiosa, ella encontró la manera de desafiar esa tradición.
Siendo adolescente, su padre la llamaba a sus oficinas antes de ir a la escuela para revisar los periódicos en busca de noticias relevantes para sus negocios. Se graduó del colegio bilingüe American School, estudió Derecho en la Escuela Libre de Derecho en la Ciudad de México y pasó por distintos puestos en las empresas del grupo familiar.
A medida que la salud de su padre se deterioraba, ella asumió más responsabilidades de liderazgo. En 2016, cuando la familia comenzó a considerar vender una participación mayoritaria de Minsa a una empresa agrícola basada en Estados Unidos, Gómez Sierra insistió en cancelar el trato. “Porque Minsa tiene relevancia no solo económica, tiene relevancia social y política”, dijo en el podcast Cracks del emprendedor Oso Trava, en 2022. Determinar el precio de este alimento básico ha requerido negociaciones: “lo hemos hecho con casi todos los presidentes. Cuando hay un tema específico del precio de la tortilla es porque es algo que es de las pocas cosas que no son controversiales en México”.
Gómez Sierra se ha vuelto tan reconocida que muchas personas ya la llaman simplemente por su nombre de pila: Altagracia. Su repentina fama sorprende incluso a algunos en su familia. “Nosotros mismos no entendemos, yo mismo no entiendo cómo fue que llegó hasta arriba con la presidenta”, dice su tío, Armando Gómez Flores. “Yo mismo ni la familia entendemos qué pasó ahí, por qué sucedió tal cosa”.
Sheinbaum y Gómez Sierra —quien declinó ser entrevistada para este artículo— se conocieron formalmente en 2022, cuando la política consideraba lanzarse a la contienda. El precio de la tortilla había subido. Como ocurrió con el precio del huevo en Estados Unidos durante el mandato de Joe Biden, o más recientemente con el arroz en Japón, el aumento generaba problemas políticos para el partido en el poder. En México, el empaque de su empresa es omnipresente: el nombre Minsa aparece en una etiqueta naranja sobre un dibujo de una mazorca de maíz envuelta en hojas verdes. Minsa, que distribuye a más de 15 mil tortillerías en todo el país, controla cerca del 20 por ciento del mercado de harina de maíz.
Gómez Sierra formó parte de un acuerdo para contener la inflación de una canasta básica de productos. “Y pues con una curiosidad que caracteriza a un científico, quiso un poco desagregar el problema que se estaba presentando”, dijo Gómez Sierra sobre Sheinbaum en una entrevista para el podcast de Bloomberg Línea el año pasado. “Y a partir de ahí, nos caímos bien”.
Su alto perfil y su estilo llamativo han provocado críticas de muchos sectores del espectro político. Julio Astillero, el nombre de pluma de un columnista de izquierda en medios digitales, afirma que la riqueza de Gómez Sierra proviene de las mismas políticas que causaron una crisis económica, y que su papel representa un conflicto de interés.
Carlos Loret de Mola, columnista considerado por AMLO como un opositor de derecha, escribió sobre la contradicción de que una aliada de Sheinbaum haya hecho su fortuna a partir de las privatizaciones que el actual gobierno ha condenado. “Vaya paradoja”, escribió en el periódico El Universal.
El Financiero, publicó una nota sobre el abrigo de cuadros con cuello de encaje que usó en el lanzamiento del Plan México en enero. Al parecer, era de Miu Miu, una marca de Prada, y costaba unos 60 mil pesos, equivalente a más de 3 mil dólares (el medio publica la revista Businessweek México en alianza con Bloomberg News). Días después, otro artículo cuestionó si un vestido negro con escote en la espalda que llevó al Baile Inaugural Hispano en Washington era de la casa de moda Alexander McQueen y si costaba 8 mil 590 dólares en línea.
Sheinbaum la defendió, diciendo que el gobierno no le paga a Gómez Sierra y que ella es libre de gastar su dinero como quiera. “Es mucha cobardía, ¿no? Mucho odio, insidia, misoginia”, declaró la presidenta a la prensa en enero. Sobre los críticos a la empresaria, añadió: “Entonces, mejor que, en vez de tanto odio, tanto encono, que se pongan ellos también a trabajar”.
Sheinbaum y AMLO prometieron lo que llamaron la “Cuarta Transformación” de México —después de la Independencia, la Reforma (guerra civil por la separación Iglesia-Estado) y la Revolución Mexicana—. Llamada 4T para abreviar, también describe al partido Morena y sus aliados, que hoy controlan tanto del país que algunos dicen que recuerdan al PRI durante su dominio de la política en el siglo XX. Para el final del sexenio de AMLO, los partidos de oposición estaban prácticamente en ruinas. Al igual que Sheinbaum, él se reunía regularmente con algunos líderes del sector privado para impulsar el desarrollo de México. Pero su mayor comodidad estaba con los inversionistas que se sumaban a sus proyectos de infraestructura emblemáticos.
Complicando los esfuerzos de Sheinbaum por continuar el legado de AMLO, muchas de las medidas que temían los operadores del peso se han hecho realidad, y, hacia finales de julio, la moneda ha caído 9 por ciento contra el dólar desde antes de su elección. El Congreso mexicano aprobó una reforma judicial que establece la elección directa de todos los ministros de la Suprema Corte y de la mitad de los jueces federales este mismo año —una medida que, según grupos empresariales y otros sectores—, podría debilitar el Estado de derecho. La economía de México apenas evitó una recesión a principios de este año.
Aun así, muchas empresas valoran el acercamiento hecho por Sheinbaum y Gómez Sierra. Shauna Hemingway, asesora especial sénior del Business Council of Canada, dice que “por fin las empresas obtuvieron medidas concretas en materia de política pública, solo con el hecho de trazar una visión para el país a corto, mediano y largo plazo”. Aplaude la disposición de Gómez Sierra para reunirse con empresarios y explicar el plan, así como los esfuerzos del CCE y de la Secretaría de Economía de México.
Otros reconocen los límites del gobierno ante el panorama económico actual. “Ahora se le está pidiendo más al empresariado de forma más institucional: hagan plantas, hagan fábricas, hagan cosas, ustedes invierten, y nosotros les vamos a poner las facilidades”, dice Jesús Carrillo, analista económico y exintegrante del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO). “Claro, esto también obedece a que la situación fiscal no da para mucho más. Ya no hay dinero para hacer un mega-tren o una refinería de alto calibre”.
Sigue la incertidumbre sobre si México continuará como el socio comercial número uno de EU o si enfrentará aranceles asfixiantes. Algunos políticos temen un colapso en las negociaciones comerciales, lo que eliminaría las protecciones del acuerdo sucesor del TLC de los años 90.
“No vemos la euforia de los años 90 cuando se iba a abrir el TLC”, dice Enrique Cárdenas, profesor de economía en la Universidad de Guadalajara y en la Ibero Puebla, además de exaspirante a la gubernatura de Puebla.
Gómez Sierra, quien ha dicho que no tiene ambiciones políticas, sigue en lo suyo. En junio apareció en Palacio Nacional tras alcanzar un nuevo pacto para contener el precio de los productos de maíz. “Altagracia es quien es, es auténtica, es brillante”, dice Gina Díez Barroso, fundadora de una firma de desarrollo inmobiliario y miembro del consejo de Gómez Sierra. “La he llevado a foros donde en la entrada dicen, ‘¿A quién trajiste? Y en un instante deja con la boca abierta a 15 hombres de más de 50 años, porque sabe de lo que le pongas a hablar, sabe de energía, de minas, de commodities, de finanzas, de migración, de lo que le pongas”.
—Con la colaboración de Carolina Millán
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