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Los cazadores de extraterrestres de EU dependen de la IA para acelerar su búsqueda

El Proyecto Galileo de Harvard ha llevado la investigación académica de alto nivel a una actividad que antes se consideraba marginal, y el Pentágono está prestando atención.

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Dalek En Massachusetts, el conjunto de cámaras infrarrojas conocido como Dalek escanea constantemente el cielo. (Cassandra Klos )

Cuando Laura Dominé realizaba su doctorado en física en la Universidad de Stanford, su investigación se centraba en los neutrinos: partículas elementales tan minúsculas que incluso para los físicos parecen sacadas de la ciencia ficción. Los neutrinos casi no tienen masa ni carga eléctrica, lo que les permite atravesar la materia como si fuera aire. Trillones de estas “partículas fantasma” están cruzando tu cuerpo ahora mismo sin que te des cuenta, continuando trayectos que, en muchos casos, comenzaron apenas un segundo después del Big Bang.

Los detectores que fueron diseñados para hallar evidencia de neutrinos son en sí mismos estructuras fantásticas.

Se trata de cámaras cavernosas construidas a grandes profundidades bajo tierra, llenas de agua pesada y revestidas con sensores de luz extremadamente sensibles.

De vez en cuando, gracias a una interacción conocida como fuerza débil, un neutrino reacciona con una partícula subatómica dentro del tanque y se vuelve detectable por instrumentos humanos. Dominé trabajó en un algoritmo de aprendizaje automático capaz de identificar estas reacciones, ayudando así a los físicos a reconstruir poco a poco el retrato del neutrino y, a través de él, los misterios de nuestro extraño universo.

Tras obtener su doctorado en 2023, Dominé no siguió el camino de sus compañeros que se unieron a programas tradicionales de astrofísica, a empresas tecnológicas o a firmas de finanzas algorítmicas. En su lugar, aceptó una beca posdoctoral en Cambridge, Massachusetts, en el Centro de Astrofísica Harvard & Smithsonian, como parte del Proyecto Galileo, el cual está construyendo un tipo muy distinto de detector.

En una plancha de asfalto ubicada en un bosque a media hora de Boston, el equipo del Proyecto Galileo cuenta con sensores acústicos, un analizador del espectro de radiofrecuencia, un contador de partículas cargadas, una estación meteorológica con magnetómetro y varias cámaras, entre ellas ocho infrarrojas alojadas en una cúpula de 50 centímetros de diámetro que recuerda a la cabeza de R2-D2. Este conjunto modesto pero complejo de instrumentos apunta al cielo en busca de lo que, dentro de la pequeña comunidad científica que los estudia, se conoce como fenómenos anómalos no identificados, o UAP por sus siglas en inglés (para el resto del mundo: OVNIs).

Dominé y sus colegas están dispuestos a considerar todas las explicaciones posibles para las anomalías que puedan detectar. Y eso implica estar abiertos a la posibilidad de encontrar señales de vida extraterrestre inteligente, no en una galaxia lejana, sino en nuestro propio espacio aéreo. Decididos a aplicar el rigor de la ciencia convencional a una búsqueda poco ortodoxa, el equipo de Galileo se ha comprometido a analizar datos de todo el cielo, las 24 horas del día. Algo que solo es posible gracias a los avances recientes en inteligencia artificial. “Esta es la única forma de resolver esto”, afirma Dominé.

La disponibilidad de estas herramientas ha coincidido con un cambio cultural, impulsado por una cascada de revelaciones del Departamento de Defensa de Estados Unidos sobre sus propias investigaciones en el campo de la ufología. Aunque la comunidad de académicos respetados dedicados a la búsqueda de vida extraterrestre, como Laura Dominé, sigue siendo pequeña, ya no está confinada a los márgenes. Programas de investigación similares al de Harvard han surgido en el Wellesley College, la Universidad de Würzburg en Alemania, el Instituto Nórdico de Física Teórica e incluso dentro del propio Pentágono.

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Revisión Dominé revisando el cableado del Dalek. (Cassandra Klos)

Estos programas suelen estar dirigidos e integrados por personas con credenciales impecables, como las de Dominé, pero los algoritmos se están revelando como aliados muy potentes.

Los avances acelerados en el software de inteligencia artificial —y en los servidores informáticos y otros equipos necesarios para operarlo— han hecho posible procesar cantidades colosales de datos en tiempo real desde múltiples fuentes, incluidas cámaras e instrumentos desplegados sobre el terreno. Estos sistemas están superando el entrenamiento humano y aprenden por sí mismos a identificar tipos completamente nuevos de objetos en el cielo.

El premio Nobel Enrico Fermi resumió de forma precisa el dilema de la vida extraterrestre en 1950 con una simple pregunta: “¿Dónde está todo el mundo?” Es decir, considerando que el universo es tan vasto y rico en planetas similares a la Tierra, ¿por qué no hemos encontrado pruebas de que no estamos solos? Con ese fin, los astrónomos utilizan espectroscopios para observar planetas a años luz de distancia y analizar si sus atmósferas podrían contener las mismas huellas químicas que la nuestra, lo que podría indicar la existencia de océanos llenos de organismos primitivos similares a algas. Un estudio reciente afirma haber encontrado justo eso.

Pero buscar señales de que los extraterrestres han enviado algún tipo de tecnología avanzada a nuestro planeta es algo muy distinto. Históricamente, esto ha consistido en analizar fotografías borrosas o escuchar con solemnidad los testimonios de testigos que describen humanoides de ojos almendrados envueltos en luces misteriosas, en un terreno plagado de fraudes y con frecuencia abierto a ideas esotéricas. La percepción pública sobre la ufología, sin embargo, cambió el 16 de diciembre de 2017, cuando The New York Times reveló que el Departamento de Defensa llevaba años estudiando en secreto los UAP. La versión digital del artículo incluía videos captados por aviones de combate de la Armada estadounidense, en los que se veían objetos ovalados que parecían volar de formas que desafiaban las leyes de la física. Las revelaciones, luego de décadas de negativas oficiales del gobierno sobre su interés en el tema, llevaron al Congreso a ordenar al Departamento de Defensa y a la Oficina del Director de Inteligencia Nacional que elaboraran un informe público anual sobre sus actividades en este campo.

El Congreso también dispuso que el Pentágono creara un nuevo programa de investigación sobre UAP, esta vez más público: la Oficina para la Resolución de Anomalías en Todos los Dominios (AARO, por sus siglas en inglés). Sean Kirkpatrick, físico de materiales y funcionario veterano del ámbito de defensa e inteligencia, fue su primer director, y reconoce algunos de los desafíos culturales del cargo. “Si la NASA y la comunidad científica hablan de encontrar vida extraterrestre, mientras esa conversación se mantenga en los confines del universo, es un debate estrictamente científico”, afirma. “Pero a medida que esa conversación se acerca a la Tierra —por ejemplo, a la altura de Marte— empieza a adquirir tintes conspirativos. Y una vez que cruzas la estratósfera, todo se sale de control”.

La obsesión de Dominé por la vida extraterrestre inteligente comenzó en su infancia. De niña era una lectora incansable y una aprendiz voraz de idiomas. Le fascinaban especialmente los libros de Jacques Vallée. El astrónomo francés es conocido en Silicon Valley por haber realizado investigaciones fundamentales que ayudaron a sentar las bases de internet. Sin embargo, en el resto del mundo su fama proviene de una carrera paralela como investigador trotamundos de avistamientos de OVNIs. El personaje interpretado por François Truffaut en Encuentros cercanos del tercer tipo está inspirado en él. Dominé devoraba los libros de Vallée sobre sus investigaciones, así como Pasaporte a Magonia, donde el autor explora cómo los relatos modernos sobre encuentros extraterrestres reflejan elementos sobrenaturales presentes en el folclore y la mitología.

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Análisis Dominé examinando datos de imágenes. (Cassandra Klos)

Dominé llegó a la convicción de que las preguntas que se hacía Vallée representaban “el mayor vacío en nuestra comprensión de la realidad” y que estudiar astrofísica era la mejor vía para intentar responderlas. Sin embargo, mientras avanzaba por la prestigiosa École Polytechnique de Francia y luego por el posgrado en Stanford —donde se enfocó en física de partículas—, le resultaba difícil ver cómo aplicar sus conocimientos cada vez más especializados a ese tema.

En abril de 2022, Dominé leyó un artículo sobre el Proyecto Galileo y su fundador, Avi Loeb. Loeb, astrofísico teórico, profesor de Harvard y exdirector del departamento de astronomía de la universidad, se había hecho un nombre por sus ideas audaces sobre los agujeros negros, el Big Bang y el nacimiento de las estrellas. Pero hoy su carrera vive un segundo acto. En 2018, Loeb y un joven investigador publicaron un artículo en el que sugerían que “Oumuamua” —un objeto espacial de forma inusual cuya trayectoria por nuestro sistema solar desconcertó a los astrónomos— podría ser en realidad una sonda extraterrestre. Esa hipótesis provocadora, que Loeb desarrolló en su exitoso libro Extraterrestrial: The First Sign of Intelligent Life Beyond Earth, lo convirtió en una celebridad y lo llevó a entablar conversaciones con varios millonarios interesados en el tema. Con su apoyo financiero, fundó el Proyecto Galileo en 2021. Dominé postuló para una beca posdoctoral. Diez días después, Loeb la llamó para ofrecerle el puesto.

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Alien Ideas de extraterrestres de niños, publicadas frente a la oficina de Loeb. (Cassandra Klos)

Cuando llegó a Cambridge en abril de 2023, Dominé conoció a Richard Cloete, el primer posdoc que Loeb había contratado para el proyecto. Desde entonces, han trabajado estrechamente. Al igual que Dominé, Cloete es el primero de su familia en obtener un título universitario, aunque su camino fue más errático. Hijo de un gerente de supermercado y una contadora, creció en Sudáfrica en varios suburbios de Ciudad del Cabo y pasó su infancia construyendo radios, bobinas de Tesla, globos de plasma, cañones de microondas y otros aparatos electrónicos. Se mudó a Inglaterra en 2004, a los 20 años, y trabajó durante cinco años como bartender antes de ingresar a la Universidad de Westminster, donde estudió ciencias de la computación e ingeniería.

Cloete también tiene una fascinación antigua por los extraterrestres, aunque matizada por el escepticismo hacia lo que suele pasar por “investigación” en ese campo. “Hay muchísima basura allá afuera”, dice. “Cada vez que salía nueva información, te dabas cuenta de que era una tontería y que alguien estaba tratando de hacer dinero”.

El observatorio del Proyecto Galileo busca corregir esa limitación, ampliando radicalmente la cantidad de datos sobre posibles fenómenos anómalos no identificados y estableciendo una base científica para su estudio.

Los instrumentos del observatorio recolectan información del cielo las 24 horas, pero la gran mayoría del tiempo no ocurre nada interesante. El plan consiste en que el software haga el trabajo pesado de descartar los fenómenos aéreos fáciles de identificar y se enfoque en las anomalías.

Dominé y Cloete están utilizando programas de visión computarizada de código abierto, similares a los que usan los autos autónomos. Pero el Proyecto Galileo plantea desafíos únicos. El enfoque clásico del aprendizaje automático es enseñarle a una computadora a reconocer un gato mostrándole miles y miles de imágenes de gatos. Pero a diferencia de un gato, un UAP no es algo definido por rasgos concretos; puede ser algo que nadie haya visto antes. “No sabemos qué estamos buscando”, dice Cloete. “No sabemos nada sobre cómo se mueve. Ese es precisamente el objetivo del proyecto: definir qué es un UAP”.

Por ello, Dominé, Cloete y el resto del equipo (tres colaboradores de planta del observatorio, más una docena de voluntarios frecuentes) están entrenando su software para que reconozca todo lo que es normal en el cielo, con el fin de detectar mejor cuándo aparece algo extraño. En la práctica, sus modelos de inteligencia artificial aprenderán lo que es un gato aprendiendo todo lo que no lo es. Con ese objetivo, Cloete lidera un esfuerzo para construir gigantescas bases de datos con imágenes reales y generadas por computadora de todos los objetos aéreos conocidos: lo que él llama “un censo del cielo”.

El archivo se alimenta de imágenes aéreas captadas por el propio observatorio. Para complementarlas, Cloete usa un programa de animación de código abierto llamado Blender (el mismo que se utilizó en la película ganadora del Óscar Flow) para generar cientos de miles de imágenes sintéticas de aviones, aves, drones, globos, dirigibles y otros objetos.

Dominé predice que el observatorio Galileo podrá detectar con fiabilidad anomalías provenientes de todos sus sensores dentro de uno o dos años. Además, ya se están preparando tres nuevos observatorios en Indiana, Nevada y Pensilvania.

El Pentágono sigue de cerca el trabajo que se realiza en el Centro de Astrofísica Harvard & Smithsonian. Hasta ahora, la Oficina para la Resolución de Anomalías en Todos los Dominios (AARO) ha examinado más de mil 800 reportes de avistamientos de UAP, en su mayoría provenientes de personal militar.

Cruzando información de los avistamientos con otras fuentes gubernamentales —como registros meteorológicos y de vuelos— sus investigadores han determinado que cientos de casos tienen explicaciones simples: globos, drones, etc.

El actual director de AARO, Jon Kosloski, es matemático e ingeniero y fue asignado a la oficina desde la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), donde dirigió equipos de investigación en óptica cuántica y aspectos crípticos de la criptografía. Su interés no proviene tanto del tema extraterrestre como de una fascinación más general por buscar agujas en pajares; entre sus investigaciones no clasificadas está el desarrollo de un motor de búsqueda “agnóstico al lenguaje”. Kosloski señala que un pequeño número de los casos analizados por su equipo—unos 50 o 60—son “anomalías verdaderas” que han desconcertado a los científicos e ingenieros del gobierno con los que colabora AARO. “Hay casos interesantes que, con mi formación en física e ingeniería y mi paso por la comunidad de inteligencia, no entiendo”, declaró Kosloski a periodistas el pasado noviembre, “y tampoco conozco a nadie que los entienda”.

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Cámara Cámara ultravioleta de Galileo. (Cassandra Klos)

La información sobre esos casos no ha sido revelada, pero Kosloski afirma que su oficina tiene la intención de desclasificar tanto como sea posible. Para el Pentágono, en particular, la preocupación más inmediata es que alguno de sus rivales haya desarrollado en secreto una tecnología mucho más avanzada que la suya.

Al igual que el equipo de Harvard, AARO está desarrollando software personalizado de aprendizaje automático para la detección de UAP. Y aunque Kosloski sugiere que ellos están más avanzados en el proceso, han encontrado problemas similares.

En Harvard, los caminos de Dominé y Cloete están por separarse. Además, han sufrido las consecuencias de los recortes del gobierno de Trump al financiamiento federal de la investigación científica.

A Dominé le ha quedado claro que, pese al creciente interés de EU por investigaciones como la suya, no podrá seguir haciéndola en este país. Todos los puestos de investigación a los que está aplicando se encuentran en otros países.

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