Olvidemos por un momento la típica postal de la selva tropical, con sus árboles gigantescos, lianas colgantes y guacamayas de colores entre el follaje. La flora y la fauna de este extraordinario bioma tropical es solo una parte de la historia de la Amazonia.
Hay una cosa que pasamos por alto cuando hablamos de la Amazonia: el ecosistema selvático también alberga vastas áreas urbanas con decenas de millones de habitantes humanos, cuyas necesidades y dificultades apenas se mencionan en las conversaciones sobre la selva tropical.
Más de 24 millones de los casi 30 millones de habitantes de la Amazonia brasileña (el 60 por ciento de la cuenca fluvial sudamericana) viven en ciudades. Su número se ha multiplicado por siete desde 1970. Y su bienestar está inextricablemente entrelazado con la vida de la propia cuenca amazónica.
Tal vez en ningún otro lugar haya tanto en juego como en Belém. La extensa y sofisticada capital del estado de Pará ha sido elegida sede de la COP 30, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2025.
Con un impresionante horizonte urbano y el bosque tropical más grande del mundo a sus espaldas, es la última escala importante antes de que el Amazonas desemboque en el Atlántico. Pero el 35 por ciento de sus 1.3 millones de residentes vive en extrema pobreza y el 83 por ciento vive entre vertederos.
En el desfavorecido extremo norte de la ciudad, un canal maloliente de aguas negras atraviesa una llanura aluvial. Media docena de barrios densamente poblados rodean el canal Sao Joaquim, donde decenas de miles de familias viven en riesgo.
Las lluvias tropicales y las mareas del río azotan regularmente las hileras de casas construidas sobre pilotes de madera. Las enfermedades infecciosas, la basura, la pobreza abrumadora y alguna que otra anaconda recorren el laberinto de callejones mal ventilados.
El calentamiento global agravará las miserias: se prevé que Belém experimente el aumento más pronunciado de calor extremo que cualquier ciudad importante para 2050.
En vísperas de la COP 30, las autoridades locales están inundando la ciudad con ambiciosos proyectos de ingeniería (nuevas carreteras, sistemas de autobuses, pabellones y parques) en una apuesta por rehacer la ciudad y redimir la mala reputación de Brasil en materia ambiental.
Belém, repentinamente bendecida con fondos federales, locales y del sector privado, podría lograrlo. “Es esencial que nos esforcemos por dejar un legado duradero haciendo de Belém una mejor ciudad para vivir, con una urbanización de calidad, mayor movilidad y las condiciones adecuadas para fortalecer el turismo y generar empleos e ingresos”, dijo en mayo el gobernador del estado de Pará, Helder Barbalho, al inaugurar un nuevo proyecto de parque y muelle en el centro de Belém. Incluso hay una audaz remodelación del canal Sao Joaquim, que incluye un hermoso parque frente al mar.
No obstante, es natural que los 758 mil residentes de la ciudad que viven en infraviviendas y a merced del clima tengan sus dudas. Han visto grandes obras públicas a lo largo de décadas, que han servido para mitigar las inundaciones crónicas y traer fosas sépticas; sin embargo, aún quedan muchos callejones anegados, calles sin árboles y canales fétidos.
“El parque que planean luce hermoso en el papel, pero un proyecto bonito sirve de poco si se olvidan de la gente que vive aquí”, dice Maria da Glória Moraes de Almeida, quien desde hace años trabaja como profesional sanitaria para los residentes del canal.
Belém, la puerta de entrada a la Amazonia
Aunque los habitantes urbanos de la Amazonia viven mucho mejor que sus pares en las zonas rurales, numerosos estudios muestran que no hay mucho que celebrar. Las ciudades de la selva tropical de Brasil están por detrás del país en casi todos los indicadores vitales de bienestar urbano y desarrollo humano.
La salud pública es precaria; la pandemia de Covid convirtió a la ciudad más grande de la región, Manaos, en una morgue. En enero, el ayuntamiento de Belém lanzó un “día D” para combatir el resurgimiento de la lepra. La tuberculosis y el dengue se están propagando.
Los empleos son escasos y, en su mayoría, en el sector informal. Alrededor del 42 por ciento de los hogares en las ciudades amazónicas de tamaño medio carecen de agua corriente y solo el 25 por ciento están conectados a sistemas públicos de alcantarillado. Si no fuera por las transferencias masivas de dinero federal y estatal, pocas ciudades llegarían a fin de mes.
La Amazonia urbana también destaca en los delitos violentos. Con apenas el 13 por ciento de la población de Brasil, la Amazonia representa una quinta parte de todos los homicidios del país y tiene 4 de las 15 ciudades más peligrosas. Aunque los incendios forestales se llevan los titulares de prensa, los incendios urbanos son una crisis en toda la Amazonia, asfixiando los cielos y llenando las salas de emergencia.
No son solo los residentes de estas ciudades los que están en riesgo. Un número cada vez mayor de analistas y académicos dicen que no es posible rescatar la selva tropical sin atender a las ciudades donde viven aproximadamente 8 de cada 10 amazonenses.
Puede empezarse con el agua limpia. Brasil tiene uno de los sistemas fluviales más grandes del mundo, encabezado por la abundante cuenca del Amazonas. Casi todos los cursos de agua de la selva atraviesan ciudades, donde recogen aguas residuales no tratadas, desechos sólidos y escorrentías industriales que amenazan la biodiversidad acuática y la calidad del agua. Sin embargo, los políticos locales, deseosos de ampliar proyectos de “mejora” que les ganen votos, suelen ejercer presión para reducir las áreas protegidas a lo largo de las cuencas en nombre de la expansión urbana.
Washington Fajardo, especialista brasileño en desarrollo urbano y consultor del Banco Interamericano de Desarrollo, dice que el gobierno local debe redoblar esfuerzos. “No se pueden resolver los problemas hídricos del planeta sin involucrar a las ciudades amazónicas”, declara.
Por más pobres y caóticas que sean hoy, las ciudades amazónicas encabezan el Índice de Progreso Social de la región, un agregado de 47 indicadores de bienestar compilado por Amazonia 2030 e Imazon, dos importantes organizaciones de investigación de la selva tropical. Si bien los centros urbanos cubren solo una fracción de la cuenca fluvial, concentran la mayor parte de su riqueza, poder y votos. En 2022, las 29 ciudades más pobladas de la selva tropical generaron el 41 por ciento del Producto Interno Bruto de la Amazonia.
Y esa puede ser la mejor noticia para el asediado hábitat tropical. Las ciudades amazónicas, como las ciudades de todo el mundo, pueden ser catalizadoras del cambio. De hecho, sin el ecosistema típicamente urbano de centros de investigación, startups tecnológicas, cadenas de suministro y mercados de consumo, habría pocas esperanzas de implementar las llamadas soluciones basadas en la naturaleza para la famosa bioeconomía que los expertos consideran fundamental para reinventar las depredadoras industrias extractivas de la Amazonia.
“No se puede tener innovación sin el intercambio de tecnología e ideas”, postula Lucas Nassar, un experto en desarrollo urbano que dirige el Laboratório da Cidade, un centro de investigación en Belém. “En las ciudades amazónicas se producen esos intercambios”.
Si bien las grandes ciudades crean problemas descomunales, también pueden generar una transformación beneficiosa a medida que las economías se diversifican y se alejan de los mercados vinculados a la depredación y los delitos ambientales.
Pensemos en Belém: en lugar de obtener ganancias de actividades que degradan el campo, esta antigua metrópolis amazónica fundada en el siglo XVII se ha reinventado y prosperado. Hoy, los servicios y el comercio contribuyen con el 65 por ciento del PIB municipal, a la par que las ciudades brasileñas más ricas. El sector gobierno, un sustento en toda la Amazonia, aporta apenas el 20 por ciento de la riqueza. El 56 por ciento de los empleos formales de Belém y el 48 por ciento de los salarios provienen del comercio minorista.
El crecimiento por sí solo no pondrá a las ciudades en el camino del desarrollo virtuoso. Tampoco bastará “corregir el rumbo de la ciudad para salvar la selva”, dice Beto Veríssimo, cofundador de Imazon. “Pero una ciudad más próspera y ordenada reducirá los incentivos para la depredación y la deforestación”.
Belém también se beneficiará de la política climática proactiva del estado de Pará, que estableció el primer Plan de Bioeconomía de la cuenca para aprovechar la riqueza de los bosques existentes, y es el primer estado amazónico en adherirse a la iniciativa “Race to Zero” de las Naciones Unidas para alcanzar cero emisiones netas de carbono para 2036.
Con todo, siguen existiendo obstáculos tan grandes como la propia Amazonia. Manaus, una megaciudad con una población de 2.1 millones, se extiende sobre una superficie del tamaño de Catar. Sao Felix do Xingu, con una población de apenas 132 mil habitantes, ocupa un espacio mayor que Austria. “Los alcaldes brasileños tienen mucho poder, pero ¿cómo se gobierna un municipio del tamaño de una nación europea? Los desafíos son inmensos”, dice Fajardo.
Eso lo saben bien quienes viven junto al canal Sao Joaquim. Mientras la ciudad se prepara para recibir a enviados de todo el mundo con la ambiciosa agenda climática de Brasil, las familias en riesgo por los desbordamientos tienen su propia agenda. “Si Brasil quiere presumir ante el mundo”, dice Almeida, “estamos obligados a mostrarles la comunidad tal como es en realidad”.
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