Judith Caballero Cruz ha perdido a dos familiares cercanos a causa de Covid-19 este año. Ahora teme que la pandemia pueda arrebatarle algo más: el futuro de sus hijos.
Para la madre de dos hijos en la Alcaldía Iztapalapa, ubicada en la Ciudad de México, el año académico que acaba de terminar fue una lucha implacable, como lo fue para las familias de todo el mundo. Los padres y los niños lo han tenido especialmente difícil en América Latina, que ha registrado los cierres de escuelas más largos de cualquier región. A mediados de junio, solo ocho países, en su mayoría pequeñas islas del Caribe, habían logrado reabrir completamente sus escuelas.
Con las escuelas en la capital mexicana casi cerradas desde que llegó el Covid, Caballero tuvo que luchar para mantener a sus hijos de 14 y 8 años comprometidos con el aprendizaje remoto. Confió en su paquete de teléfono móvil para mantenerlos conectados con las clases en línea, hasta que la responsabilidad de hacer los arreglos funerarios de su padre y su padrastro, y de consolar a los demás dolientes, consumió todos sus datos mensuales, así como su energía emocional.
Probó cibercafés, pero las restricciones de distanciamiento social sobre el número de clientes significaban que no podía acompañar a ninguno de los niños al interior. En el hogar de su padre, sintonizó Aprende en Casa, el programa instituido por la Secretaría de Educación Pública para que alumnos de nivel básico continúen aprendiendo durante la contingencia sanitaria, pero tuvo que alternar entre los canales para que ambos niños pudieran seguir el ritmo, ya que sus hijos cursan diferentes grados.
Finalmente, tuvo que pagar dos televisores y una conexión a Internet en su propia casa. Juntos cuestan alrededor de 850 pesos al mes, una gran parte del dinero que ella y su esposo ganan vendiendo ropa y aparatos electrónicos usados en los mercados callejeros, pero eso no es la raíz de su problema.
“Mis hijos se deprimieron mucho con la pandemia cuando me llamaron para decirme que mi papá estaba mal, que estaba en una condición grave”, dice Caballero. “El ambiente escolar influye mucho, porque allá tienen un mayor deseo de estudiar porque ven a los demás haciendo sus trabajos”.
A nivel mundial, más de 800 millones de niños han visto interrumpida su educación por la pandemia este año, según la Unesco. En América Latina, unos 100 millones todavía se ven afectados por los cierres.
A medida que los niños se quedan atrás, existe el riesgo de que las economías hagan lo mismo. El Banco Mundial estima que la interrupción de la educación podría traducirse en 1.7 billones de ingresos futuros perdidos en la región. A los maestros a menudo les molesta la idea de que la educación deba medirse en términos de ingresos. Pero los profesores mexicanos como Luis Martín Espino Méndez comprenden y comparten la preocupación que subyace a tales estadísticas: que sus alumnos abandonen la escuela, con repercusiones que durarán el resto de sus vidas.
Espino, quien enseña historia en una escuela pública de Iztapalapa, terminó el año académico dando clases desde la mesa de la cocina de su casa, ubicada en la Alcaldía Álvaro Obregón. En esa etapa de un año normal, les habría estado contando a sus alumnos sobre la guerra de independencia de México en el siglo XIX. En cambio, solo llegó hasta la conquista española unos tres siglos antes. Varios de sus estudiantes le habían dicho que estaban abandonando las clases para trabajar como mecánicos o vendedores de comida.
Es un problema en toda América Latina, que había logrado reducir la prevalencia del trabajo infantil en los años previos a la crisis de Covid. Ahora, esa tendencia probablemente se ha revertido: según la Organización Internacional del Trabajo, la cantidad de niños en edad escolar que están trabajando podría aumentar en 9 millones para fines de 2022. En México, las autoridades estiman que 1.8 millones de estudiantes no regresaron al año escolar 2020-21 debido a dificultades financieras o razones relacionadas con la pandemia.
La escuela de Espino perdió el contacto con aproximadamente el 40% de sus estudiantes y luchó por saber cómo calificarlos. Aproximadamente la mitad obtuvieron un pase después de realizar los exámenes extraordinarios, y el resto todavía tiene la oportunidad durante un período de recuperación al comienzo del próximo año escolar, parte de un plan nacional para evitar que los estudiantes reprueben. Espino dice que el proceso le ha hecho preocuparse de que los estudiantes puedan llegar a ver su educación como una mera búsqueda para obtener una hoja de papel. “Tenemos que pensar en el tipo de ciudadanos que estamos formando, el tipo de personas que estamos formando y lo que les estamos enseñando”, dice. “No queremos solo una generación de autómatas”.
Los estudiantes han tenido que adaptarse a un nuevo estilo de aprendizaje. Algunos dejaron de asistir a las clases, pero continuaron entregando las tareas, lo mínimo necesario para pasar, a través de WhatsApp o Facebook, o llevando personalmente sus cuadernos. Si bien el plan nacional se centró en las clases televisadas, los docentes de las áreas con acceso a internet ofrecieron lecciones a través de plataformas de videoconferencia para que pudieran interactuar con los estudiantes.
Eduardo Mondragón Salgado, de 15 años, que quiere estudiar aeronáutica, dice que apenas ha salido de casa desde que golpeó Covid, debido a que es asmático. Dejó de unirse a sus amigos para los partidos de fútbol y pasa la mayor parte de sus días en un escritorio improvisado apretujado al pie de una cama. “Solía haber momentos en los que me estresaba simplemente de estar en casa, y salía con a mis amigos, eso me tranquilizaba”, dice.
Muchos maestros en la Ciudad de México votaron por no regresar a la escuela en junio, cuando las autoridades dijeron que las condiciones de salud pública habían mejorado lo suficiente como para hacerlo factible. Señalaron que algunas de sus escuelas carecen de agua y solo ellos, no sus alumnos, fueron vacunados. Otros estados reanudaron las clases solo para suspenderlas nuevamente cuando los recuentos de casos comenzaron a aumentar.
Si bien los estudios han sugerido que las escuelas no son sitios importantes de contagio, es difícil para los países de América Latina hacer que las aulas sean seguras. Para empezar, están superpobladas: un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo encontró que el tamaño de las clases en la región tendría que reducirse hasta en un 40% para lograr un distanciamiento social adecuado. Y el ritmo de vacunación a nivel local está más retrasado que en los países más ricos.
Todo se sumaba a un riesgo que los maestros no querían correr, a pesar de que reconocen la insuficiencia de los sustitutos en línea y televisados. “Lo único que podemos hacer es poner parches sobre el problema y brindar condiciones básicas de aprendizaje”, dice Sulem Estrada Saldaña, quien enseña español en la Alcaldía Álvaro Obregón, pero tomó la decisión de no volver a la enseñanza presencial cuando fue consultada por el personal de su escuela en mayo. “Sabemos que los niños necesitan mucho más que eso”.
Los maestros dicen que es posible que se requieran recursos adicionales el próximo año académico. El mes pasado, el gobierno anunció que el año escolar 2021-22 será 10 días más largo de lo habitual, 200 días, para intentar compensar el material no cubierto el año pasado. Según un sindicato nacional de maestros, Covid-19 se ha cobrado la vida de al menos 2 mil educadores, lo que hará que ponerse al día sea más difícil.
Los padres han tenido que lidiar con el mismo dilema que enfrentan los maestros y las autoridades escolares: equilibrar los costos futuros de la interrupción del aprendizaje con los riesgos para la salud de hoy. Caballero dice que se le había ocurrido la idea de enviar a sus hijos de regreso a la escuela unos días a la semana, pero otros padres y maestros votaron en contra. Rosa María Salgado Cabrera, la mamá de Eduardo, quiere que regrese a la escuela solo cuando esté vacunado. El presidente de México dice que toda la población adulta tendrá al menos una vacuna en octubre, pero aún no hay un cronograma para los adolescentes y los niños más pequeños.
Salgado, quien tiene un puesto de venta de desayunos frente a su casa, ya vio a uno de sus hijos dejar la escuela, a los 16 años, cuando la familia tuvo que cargar con facturas médicas inesperadas debido a la diabetes de su esposo. Le han sorprendido los costos del aprendizaje remoto, desde las tarifas de los libros de texto hasta los suministros de laboratorio, que han obligado a otros estudiantes a abandonar la escuela. Pero está decidida a que eso no le suceda a su hijo menor.
En cuanto a Eduardo, insiste en que se está preparando para regresar el próximo semestre, a partir de agosto. “Solo quiero seguir adelante, en la escuela y en la vida”, dice.
—Con la colaboración de María Eloisa Capurro
Este texto es parte de la revista Bloomberg Businessweek México ‘Pesadilla en un Airbnb de México’. Consulta aquí la edición fast de este número.