El poeta universal, padre del tiempo, como todos los hacedores, había dicho hace unas semanas que estaba listo para morir, como quien dijera estoy listo para la vida, para la vida sin equipajes y sin quejas, el poeta está ante la confirmación de la existencia libre de carga, ajeno a la gravedad del ser, del pesar y de la dicha. Cohen (1934-2016) era la levedad madura y sabía que presentía el desenlace y había, él mismo, juntado sus monedas para El Barquero.
Sucede que estaba listo, alado, para el viaje que se lo ha llevado al recinto sin vuelta, Leonard no avisó al resto de los mortales la inminencia de la ausencia. Poco después de declamarse aire, Leonard supo que las palabras, suyas siempre, habían calado en lo profundo de sus millones de seguidores. Advirtió: "Estaba dispuesto a morir, creo que estaba exagerando, me propongo vivir para siempre". Y sí, sí.
Desde hoy, desde esta noche, en la que las inesperadas redacciones dibujan los obituarios, Cohen vivirá para siempre, para lo eterno. Los poetas de su talla evaden el orden prosaico de las cosas, los adverbios y las metáforas, esas dictaduras, como las llamaba Borges. El entrañable canadiense tuvo el valor de vivir y cargarse de vida y madurez para, poco a poco, descargarse de ella hasta comparecer, como el Ulises de Kavafis, al lugar en el que nadie lo espera, solamente las postreras líneas y los acetatos. Cohen, como el Epitafio de Paz, cantó para olvidar su vida verdadera de mentiras. Ahora, el éter.