After Office

Desde el abismo de la Generación X

Que 20 años no es nada. Al ritmo de 'Lust for Life', de Iggy Pop, el monólogo de Renton (Ewan McGregor) que da inicio a 'Trainspotting' va directo al quid de esa película icónica de los 90: la ansiedad de la Generación X.

Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos... Al ritmo de 'Lust for Life', de Iggy Pop -que para muchos veinteañeros de 1996 asomaba por primera vez en el soundtrack de la vida-, el monólogo de Renton (Ewan McGregor) que da inicio a Trainspotting va directo al quid de esa película icónica de los 90: la ansiedad de la Generación X.

La Guerra Fría había quedado atrás, los escombros de las ideologías dejaban un hueco que el ocio sin conexión a Internet llenó con despreocupación; al fin y al cabo, a Occidente le faltaban cinco años para sentirse hermanado por un mismo terror con el 9-11.

En 1994, el británico Irvine Welsh capturaba el zeitgeist del fin de siglo en su primera novela, Trainspotting, con la que el cineasta Danny Boyle hizo época. En ella, cuatro muchachos del bajo Edimburgo dejaban correr las horas de su apática juventud entre supositorios de opio, porros de hash y shots de heroína; un escape de la amenaza existencial que se aproximaba a aquella cofradía con guadaña en mano: había que hacer algo con la vida.

"Lo menos importante es que Trainspotting hablara de drogas. Hablaba de tensiones muy específicas de los jóvenes en los 90: el complejo de Peter Pan, este miedo acrecer, que es una de las obsesiones del libro y de la película: tener un trabajo, una familia, una big fucking television", dice el escritor y bloguero Ruy Xoconostle.

La vida en el abismo cautivó a jóvenes dentro y fuera del Reino Unido con un discurso visual que dio en el blanco de la generación MTV. Con el antecedente de Pulp Fiction (1994), de Quentin Tarantino, como parteaguas en la narrativa cinematográfica, Trainspotting no sólo definió el estilo de Boyle, afirma Daniel Krauze, sino marcó tendencia en las producciones de finales de los 90: una estética pop en la que se complejizaron los juegos estructurales, el ritmo de la edición se volvió cada vez más acelerado y la banda sonora cobró tanta relevancia como la propia película.

"Tiene esta edición como picada y un narrador autorreferente que le está hablando prácticamente en secreto a la audiencia, algo que veremos después en cintas como High Fidelity, impensable sin Trainspotting", explica. American Psycho (2000) también echa mano de este tipo de narrador, que Scorsese introdujo en Good Fellas (1990), un filme en el que él mismo reconoció -recuerda Krauze- que adaptó el ritmo MTV a la narrativa de gánsters.

Si bien Trainspotting se acota a su tiempo, la visión de Welsh no se agota en la Generación X, considera Xoconostle. "La ansiedad que significa pasar de un momento de juventud a uno de adultez es relevante hoy, cuando uno de los paradigmas de los millennials es que no saben crecer, y Trainspotting se adelantó, predijo ese tema tan central para esta generación".

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