El proyecto arquitectónico del Gran Acuario de Mazatlán Mar de Cortés fue uno de los cinco finalistas del Mies Crown Hall Americas Prize (MCHAP) 2025, uno de los premios de arquitectura más importantes del mundo.
Los jueces describieron al que ya es el centro de investigación y conservación de especies marinas número uno de América Latina, como una obra impulsada por el espectáculo de la naturaleza capturada.
Sofía von Ellrichshausen, miembro del jurado y quien fue galardonada en 2014 con el Premio a la Práctica Emergente, sostuvo que el edificio sorprende y deleita al público al conectarse con el paisaje del parque circundante, allanando el camino para una arquitectura pública elevada para la ciudad de Mazatlán.
Entrevistada telefónicamente mientras realiza un viaje por Japón, la arquitecta Tatiana Bilbao, quien comandó el proyecto junto con su estudio, compartió detalles sobre la concepción y construcción de esta obra.
“El proyecto surgió de la idea de un sitio que había estado sumergido y que luego emerge del agua; tiene algo de narración literaria, casi fantástica.
“Como arquitecta, me resulta interesante partir de una premisa imaginativa —si se le puede llamar así— llevarla a una realidad arquitectónica concreta. En este caso, además, con una profunda reflexión sobre Mazatlán y su entorno natural.
“Diseñar un acuario desde esta perspectiva fue un reto enorme. Nosotros siempre hemos creído que la arquitectura no es solo un acto estético, sino una forma fundamental de cuidado.
“Por eso era esencial que este edificio permitiera que se desarrollaran nuevas narrativas; usamos la forma física como representación, pero lo importante era lo que esa forma podía activar”.
—¿Cómo convenció a los inversionistas?
— Nos imaginamos una historia: una ruina futura, que alguien más pudo haber construido y que fue ocupada por la naturaleza. Un espacio identitario, que conectara al ser humano —al mazatleco primero y luego al visitante— con su entorno natural y su ecosistema más cercano.
Le presentamos la idea a Ernesto Coppel; le contamos esta historia fantástica y, sorprendentemente, nos dijo: “Me dejaste sin palabras, me parece muy buena la idea, vamos a construir la Atlántida”.
A partir de ahí todo tomó forma, fue él quien nos invitó a trabajar en el proyecto y antes habíamos colaborado con Agustín Coppel en el Jardín Botánico de Culiacán, así es que había confianza.
—¿Qué lo diferencia de otros acuarios?
Yo no creo en los acuarios en el sentido tradicional, como espacios que muestran animales para entretenernos y Ernesto compartía esa inquietud. Me explicó que el proyecto anterior incluía pingüinos bajo una cúpula y ahí supe que había espacio para replantearlo todo.
Investigamos referencias internacionales y descubrimos Ocean Wise, una organización en Vancouver con un enfoque ecológico y educativo admirable. Los invitamos a colaborar y ellos ayudaron a definir la institución y a partir de allí, comenzamos a desarrollar la arquitectura, siempre en diálogo con la comunidad.
El Mar de Cortés fue una inspiración constante; gran parte de la fauna representada en el acuario proviene de ahí; pero más allá de las formas o la geometría, que muchas veces se idealizan falsamente como inspiración, nosotros queríamos diseñar algo sin justificación aparente. Un edificio que pareciera haber estado ahí siempre, sin un propósito claro y que en algún momento fue reclamado por la naturaleza.
—¿Hay un estilo arquitectónico en esta obra?
—Diseñamos una estructura brutalista, sin lógica aparente, pero con una intención clara: Permitir la vida. Abundante luz, aire, agua, vegetación; un espacio donde las especies puedan vivir libremente, una plataforma para el crecimiento natural.
Recuerdo haber visitado el sitio durante la construcción y luego en la inauguración y fue emocionante ver cómo fluía el recorrido, cómo el edificio generaba una experiencia que invita a la contemplación. Es monumental, pero profundamente humano y estoy muy orgullosa de eso.
Elegimos el estilo brutalista porque necesitábamos un material robusto, que resistiera el clima extremo y el paso del tiempo. Eso también le da un carácter único al edificio. No se trata solo de estética, sino de impacto y permanencia.
Por eso es tan relevante que haya sido finalista en el MCHAP. Los cinco proyectos eran muy distintos —no se pueden comparar peras con kiwis o piedras con árboles— pero el jurado destacó que todos eran ganadores por derecho propio.
—¿Qué significa para Mazatlán y para usted haber sido finalista del MCHAP 2025?
—Este reconocimiento es muy importante, tanto para Mazatlán como para mí. Nos ha dado mucha visibilidad y ha posicionado a la ciudad en un lugar destacado. Además, seguimos trabajando en el Jardín Botánico de Culiacán, un proyecto que lleva ya más de 20 años en desarrollo; también hicimos el parque tecnológico del Tec de Monterrey en esa ciudad.
Nos encantaría seguir haciendo arquitectura en Sinaloa.
Nos gusta mucho Mazatlán, una ciudad hermosa, pero lamentablemente, el tema de la violencia en el estado es una realidad, pero creemos que es una situación temporal y que como sociedad podremos superarla.
“La arquitectura no tiene el poder de resolverlo todo, pero sí puede generar espacios que promuevan la convivencia, la reflexión y la esperanza”, concluyó Bilbao.