El periodista James Fox —el hombre que ayudó a Keith Richards a escribir su autobiografía— suele decir que, si alguien quiere conocer la verdadera historia de los Rolling Stones, debe acudir a un hombre: Charlie Watts.
Ya no será posible. Charlie, el único discreto de esta faena rodante de más de medio siglo, murió ayer a los 80 años en Londres.
Su muerte deja ver la fragilidad de instituciones que se creían inquebrantables. Mitos que se niegan a morir en tiempos donde la música es oropel. Charlie, de hecho, creía que el showbiz siempre ha sido el mismo: un camino donde el éxito es poco más que una falacia. Hombre de jazz al fin, veía a la industria del espectáculo con recelo. Tarea difícil para alguien a quien le fueron entregadas, en láminas de oro, las pasiones más bajas.
Cuando los Stones no eran los Stones sino los Blues Incorporated, una banda tributo con apenas unas cuantas canciones propias sin pena ni gloria, Charlie ya estaba ahí. Eso sí, con una actitud bastante apática, según cuenta Borja Figuerola en su libro Los Rolling Stones (2018).
Y es que a Charlie no le gustaba la idea de formar parte de una banda de rock and roll. Él seguía añorando a los grandes del jazz. Especialmente a Charlie Parker, de quien, dijo alguna vez, aprendió todo. Sólo escuchándolo…
Charlie era un genio. Lo dijeron sus compañeros y todos los que lo conocieron. Sus líneas de batería siempre estuvieron lejos de los clichés del cuatro por cuatro: del ritmo, hacía melodía. Charlie fue ese golpe sutil tan necesario en el arte de conocer al Diablo. De tocarlo. De vivirlo. Y vaya que lo vivió cuando, a sus cuatro años, cuando la niñez era sólo un concepto, amaneció en una Londres polvorienta con hedor a sangre. Como a tantos niños de su generación, la Segunda Guerra Mundial los aproximó a los confines del abismo. Algunos se callaron; otros lo gritaron. Charlie hizo las dos.
Aquella discreción en la vida —siempre contrastante a su protagonismo en el estudio, donde transitaba del jazz al rock, del reggae al flamenco— lo hizo ser el amigo íntimo de cada Rolling. En su autobiografía Vida (2018), Keith no duda en citarlo como su inspiración musical y sentimental, incluso en tiempos tan oscuros, cuando las drogas lo agrietaron hasta convertirlo en un escombro.
En el escenario siempre permaneció atrás, oculto entre el carnaval. Era el hombre que ponía a tono, el orquestador de la faena, el orden dentro del aparente caos. Con sus baquetas tomadas de forma clásica y un garbo de caballero inglés poco común entre su camada, Mr. Watts lo dejó claro: él sería el comandante de la comparsa.
Su trabajo como maquinista de los Rolling Stones quizás sea herencia de su padre, un hábil camionero de Inglaterra que sorteaba las ruinas para transportar mercancía. Así lo describe Bill Wyman, el exbajista de la banda, en su libro Rolling with the Stones (2001). Sin embargo, no siempre fue el responsable conductor designado que todos esperaban. Su grado de exposición a la fama fue intenso y prolongado. El alcoholismo lo arruinó psicológica y emocionalmente, según lo confesó él mismo en varias entrevistas que concedió en los años ochenta. En algún punto, declaró a un reportero de PlayBoy mientras estaba rodeado de conejitas en la mansión de Hugh Hefner: “Nunca he llenado el estereotipo de la estrella de rock”. Y a diferencia de sus compañeros, dijo, él jamás aceptaba el agradecimiento carnal de una groupie.
Fueron muchas las décadas vividas por Watts y muchos más sus golpes que le pusieron ritmo a una nueva forma de entender el mundo. No hubo palabras suficientes ni siquiera para los mismos Rolling Stones. Su comunicado fue institucional, breve: “Con inmensa tristeza anunciamos la muerte de nuestro querido Charlie Watts. Ha fallecido en paz, en un hospital de Londres, hoy mismo, rodeado de su familia. Watts era un amado marido, padre y abuelo y también. Como miembro de los Rolling Stones, uno de los mejores bateristas de su generación”. Apenas hace tres semanas, la banda había anunciado que se daría un breve descanso porque Watts se sometería a una operación. Nada de gravedad, dijeron.
Hoy, Mick, Keith y Ronnie guardan un silencio sepulcral. En sus redes sociales se leen los mensajes de hace 20 días: “Aquí te esperamos, Charlie”.
Su amigo jamás volvió.