La actividad de las empresas globales que buscan relocalizar sus operaciones y cadenas de suministro en México, proceso conocido como nearshoring, entró en pausa.
Esto se explica por el ambiente de incertidumbre arancelaria y de tensiones comerciales a nivel global, mientras en la región de Norteamérica se acerca la revisión conjunta del T-MEC.
“Estamos hablando de que el nearshoring tal vez ya no sea tan nearshoring”, reconoció Omar Troncoso, socio y director general de Kearney México, quien la semana pasada presentó un reporte actualizado sobre la relocalización de empresas en el país.
Con independencia de lo que evaluó la consultora global, el gobierno mexicano, en la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum, dejó de informar el número de nuevas inversiones y su valor asociados al nearshoring.
Es incierto cuál es el flujo estimado de nuevas inversiones que México podría captar provenientes de la relocalización de empresas, lo que tal vez el propio gobierno desconozca.
Lo que es evidente es que el crecimiento económico del país en 2025 podría estar en alrededor de 0.5 por ciento y en 2026, en torno a 1.4 por ciento, de acuerdo con las encuestas entre analistas.
El nearshoring no está incrementando la inversión extranjera directa y el crecimiento de la economía mexicana tampoco está reflejando su potencial.
El ánimo y el optimismo sobre el efecto de la relocalización de empresas en México tienden a moderarse, pero no a perderse, dadas las circunstancias globales y también locales.
Según el reporte de Kearney, “el impulso de la relocalización se revirtió en 2024, ya que las importaciones procedentes de países asiáticos de bajo costo superaron el crecimiento de la producción nacional por primera vez en tres años”.
Con la capacidad de producción estadounidense y de nearshore acercándose a sus límites, los fabricantes recurrieron de nuevo a proveedores extranjeros para satisfacer la demanda de bienes críticos.
En Norteamérica, el desempeño fue desigual. Las exportaciones de México continuaron creciendo, pero fueron superadas por las de Asia, mientras que los volúmenes de importación de Canadá disminuyeron, lo que reveló fisuras entre los socios del nearshoring.
Troncoso dice a quien esto escribe que “en 2024 México siguió creciendo sus exportaciones a Estados Unidos, no así Canadá, que tuvo una caída por primera vez”.
Después, más hacia la primera mitad de este año, “confirmamos un par de tendencias que estábamos viendo: México sigue creciendo, se sigue viendo atractivo para los inversionistas, ya no en lo que siempre lo habíamos visto muy competitivo, ya no en autopartes ni en vehículos, que han enfrentado una política arancelaria desfavorable. Ahora es mucho más en computadoras y aparatos electrónicos, cosas que ya habíamos producido con anterioridad, pero que no necesariamente eran la fortaleza ni el motor del crecimiento”.
El reporte de Kearney deja claro que México sigue siendo esencial para las cadenas de suministro regionales, pero su crecimiento está muy concentrado y la nueva inversión se está desacelerando debido a los desafíos de infraestructura y mano de obra.
A pesar de la pérdida de impulso, el sentimiento a favor de la relocalización se mantiene fuerte. La mayoría de los líderes de la manufactura siguen viendo con buenos ojos la producción nacional y la de países cercanos, aunque las motivaciones están cambiando.
La capacidad de México para mantener su papel como centro de relocalización dependerá de la resolución de las limitaciones de infraestructura, energía y mano de obra, a medida que la manufactura regional continúe expandiéndose.
En opinión de Troncoso, “lo que seguimos viendo en los inversionistas es el apetito por seguir explorando traer la producción tanto a Estados Unidos como a México, con todo y el ruido arancelario que escuchamos todavía”.
El socio y director general de Kearney México afirma que “sigo viendo viento a favor, aunque vamos a ver cuánto dura la incertidumbre, porque puede empezar a afectar más fuerte”.
Sin embargo, advierte que hay mucha preocupación por el costo laboral que puede derivar de la reforma para reducir la jornada de trabajo de 48 a 40 horas semanales, más que por la inseguridad y la reforma judicial, que “no son temas que nos estén sacando constantemente los inversionistas del otro lado de la frontera”.