Es fines de septiembre de 1991. Una mexicana acudió a la Universidad de Stanford a protestar por la visita al campus del presidente Carlos Salinas de Gortari. A sus 29 años, era estudiante doctoral en la UNAM y bastante fogueada en protestas universitarias. Estaba en California acompañando a su esposo, Carlos Imaz, quien sí estudiaba en dicha universidad mientras ella hacía una estancia de investigación en el cercano Berkeley.
Claudia Sheinbaum llevaba una cartulina que Salinas quizá vio de reojo mientras caminaba al auditorio ante la protesta de algunos estudiantes organizados por el propio Imaz. La fotografía correspondiente llegó al periódico estudiantil y años más tarde la ahora presidenta la presumiría como si fuese un acto de extrema valentía estar parada enarbolando un cartón que decía: “Fair Trade and Democracy Now!!” (¡Comercio justo y democracia ahora!).
La otrora luchadora por la democracia es ahora la represora de la democracia. Claudia Sheinbaum personifica en 2025 al monstruo autoritario que por años atacó. El poder la transformó en aquello que buscó derrotar. Como en la “Rebelión en la granja” de George Orwell, luchó enarbolando unos principios que no solo acabó traicionando, sino convirtiéndose en algo aún peor que esa autoridad a la que expulsó del poder que ahora detenta.
Quizá mucho explica que Sheinbaum haya sido una audaz, combativa y valiente luchadora social contra el monstruo autoritario del priato solo en su imaginación, como lo fue esa niña que creyó que había ayudado a terminar con la guerra de Vietnam gracias a que así se manifestó en su escuela. Afortunadamente para ella se cuenta entre los insurgentes de escritorio: nunca arriesgó su libertad o patrimonio, menos su vida, por una causa.
Cuando llegó a la edad adulta ya la izquierda mexicana había pasado de las armas a las urnas. Su primer voto en elecciones federales pudo ser en 1982, ya con partidos como el Socialista Unificado de México (PSUM) o el Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en la boleta. Si realmente fue una militante del movimiento guerrillero M19, como presumió el presidente Gustavo Petro, lo fue desde la jungla urbana y lejana de la Ciudad de México y no las peligrosas regiones de Colombia experimentando enfrentamientos armados. Lo que muestra por las causas revolucionarias, como es evidente en el caso de Cuba, es el romanticismo de quien no vivió en carne propia los hechos.
Vivió intensamente las calles, sí, pero sin el temor a la cárcel o la represión con riesgo de heridas o muerte. Por el contrario, aprendió de su patrón político, López Obrador, el chantaje de la marcha y el plantón, el ejercicio de la fuerza sin temor ante un Estado amedrentado por la sombra de 1968. Quizá por ello hoy no titubea en que su gobierno utilice gases lacrimógenos, reprima con violencia por medio de grupos de corte paramilitar o policiaco (habiendo proclamado la desaparición del cuerpo de granaderos), e incluso arreste manifestantes y los acuse de intento de asesinato.
Encabezando un gobierno desbordado de problemas que es incapaz de resolver, la presidenta ha optado por consolidar el autoritarismo político con la represión paramilitar. Las abundantes comparaciones que ahora afloran con Gustavo Díaz Ordaz no son gratuitas. Lo que no se sabe es si hace más de 30 años Claudia Sheinbaum clamaba por la democracia por conveniencia o convicción. Lo cierto es que esa estudiante y su cartulina fueron traicionadas por ella misma.