Econokafka

No hay esperanza

Es una ilusión comprensible, aferrarse a la creencia que el país puede revertir el deterioro económico, político, social e institucional.

Muchas personas creen que algo puede hacerse, que es posible rescatar a México del abismo en el que se está hundiendo. Es una ilusión comprensible, aferrarse a la creencia que el país puede revertir el deterioro económico, político, social e institucional. Que bastará cierta voluntad popular expresada en calles, medios y redes para recuperar al México democrático y con potencial económico. Que la administración de Claudia Sheinbaum dará un giro radical atendiendo a esos llamados desesperados, sea por convencimiento propio o al verse forzada a ello para evitar que se incendie (más) el país.

Una esperanza que toma mil formas: que retorne la certeza de poder transitar en una calle por las ciudades y pueblos sin miedo al asalto, al secuestro o a la muerte. O que regresen los medicamentos a los anaqueles ahora tan vacíos. Que la noción abstracta de la justicia se establezca de nuevo, junto con un respeto por la ley, particularmente entre aquellos que hoy se sientan en la Suprema Corte.

La ilusión de una sociedad en que la muerte violenta o la desaparición súbita de una persona no sean parte de lo cotidiano. Que se retorne a un país en que los hospitales no se caían a pedazos, lo mismo que las escuelas, y en que las obras públicas de infraestructura no se deterioran al poco de inauguradas. Que los caminos sean de nuevo para transitar y no una sucesión de baches cada vez más numerosos, un reflejo de ese país que se hunde.

Que se pueda abrir una empresa pequeña, desde un restaurante hasta un sitio de taxis, tener éxito, y no temer a continuación la visita de un extorsionador que incluso puede matar a empleados o incendiar el local para demostrar que la amenaza va en serio. Un país en que la inversión nacional apueste por el futuro en lugar de contenerse por la incertidumbre, en que la extranjera quiera llegar en lugar de estar buscando la puerta de salida para llevarse sus recursos a horizontes más promisorios.

No el país en que la presidenta no se cansa de culpar a otros de sus errores, en atacar a sus críticos y en lanzar soluciones huecas a problemas urgentes. Un gobierno en que quien lo preside realmente gobierna para todos, no para su facción mientras se burla y hace escarnio de la oposición. No un México en que la Suprema Corte de Justicia del Acordeón se plantea la posibilidad de revisar, alterar o revocar decisiones firmes tomadas por sus antecesores.

No un México en que el gobierno ya tomó en los hechos el control del Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Federal Electoral, y se apresta a modificar la legislación correspondiente, consolidando la permanencia en el poder de un solo partido. No una nación, en otras palabras, en que los resultados oficiales de las elecciones ya no reflejarán la suma de los votos ciudadanos, marcando el regreso a un régimen autoritario que se creía enterrado.

Pero aún hay personas que creen que su voto realmente contará en 2027 o 2030, que ahora fijan sus expectativas en el grupo de jóvenes que, irónicamente, no vivieron el México en que la democracia era una farsa. Ahora algunos consideran que esa llamada “Generación Z” se organizará en una especie de oleada transformadora democrática en lugar de estar, en buena parte, nublados por las becas que reciben hoy y la promesa de pensiones de mañana –o de una vida en que unirse al crimen organizado parece una opción atractiva.

Pero la esperanza, bien reza el dicho, es lo último que muere, por más que no haya nada que permita sustentarla.

COLUMNAS ANTERIORES

Todos los días son de muertos
Perversa se escribe con “a”

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.