En 2018, el PIB promedio por cada uno de los 124 millones de mexicanos entonces en el país era de 195 mil 011 pesos. Si la economía crece 0.1 por ciento en 2025, como es el pronóstico oficial del Banco de México, el PIB promedio por cada uno de los 131 millones de connacionales sería de 194 mil 426 pesos (a precios de 2018). En siete años de transformación del dúo López-Sheinbaum, el saldo acumulado sería negativo en 0.30 por ciento.
En sus largos años de opositor, López Obrador criticó con dureza, y con razón, el bajo crecimiento del llamado periodo neoliberal, que en 1988-2018 promedió 2.2 por ciento anual (alrededor de 1 por ciento per cápita). Logró lo que parecía imposible: un registro más bajo, incluso considerando la pandemia; su sucesora y subordinada arranca su primer año con el mismo nivel. No se pueden esperar resultados diferentes cuando se hace exactamente lo mismo.
Porque el modelo López-Sheinbaum está reñido con el crecimiento. La productividad y la meritocracia son conceptos neoliberales no solo rechazados, sino despreciados. Se pretende que el sector privado invierta pero se le aumentan considerablemente riesgos y costos. López Obrador buscó expulsarlos de ciertos sectores, destacadamente el energético. Sheinbaum pretende dictarles cómo, dónde y en qué forma invertir con un dirigismo estatista igualmente letal. El tabasqueño buscó aplastar a los jueces y Sheinbaum ya lo consiguió. Todo esto mientras el Estado claudicaba ante el crimen organizado y le cedía crecientes parcelas, tanto de poder como territoriales. La cadena es simple: sin un Estado de derecho mucha inversión potencial no tiene lugar, sin inversión no hay crecimiento y sin crecimiento no hay más empleos y mejores salarios.
Lo más grave es que el sector público tampoco invierte. Más bien, lo hace en sectores improductivos, y además lo celebra. Cada barril de crudo que se deja de exportar y de gasolina, que en cambio se refina, implica un tiradero de dinero en aras de una desastrosa soberanía energética. Las obras faraónicas del formalmente expresidente siguen expandiéndose (Tren Maya, AIFA) o terminándose (Dos Bocas). Todas y cada una de ellas pierde dinero a carretadas y han sido costosísimos fracasos que requieren todavía más dinero.
Ahora la presidenta festeja que llegan aviones que hubo que comprar para Mexicana, para que así el AIFA pueda tener más vuelos y sus pasillos no luzcan vacíos porque nadie quiere viajar desde una terminal lejana y mal conectada. Se trata de coladeras por las que se escapan miles de millones, en tanto no hay medicamentos, las escuelas públicas se caen a pedazos y lo mismo, las clínicas y hospitales, al tiempo que la infraestructura de comunicaciones y urbana igualmente se deteriora. La presidenta ahora quiere sus propios trenes.
La fórmula es un éxito político, y electoral, rotundo, gracias a becas y pensiones. López Obrador descubrió que entregar dinero en efectivo es la llave para el agradecimiento y la lealtad, por más que ahora una enfermedad pueda destruir un patrimonio familiar o significar una sentencia de muerte. Sheinbaum seguirá su obra y se encargará de que en el futuro el descontento ya no se refleje en las urnas y tampoco en legisladores de oposición, acabando la destrucción del INE y reduciendo los plurinominales.
No se necesita crecer. Lo que necesita el modelo para perpetuarse es reinstaurar un régimen autoritario, y ya se hizo. El 0.30 por ciento negativo de López y Sheinbaum muestra un modelo económicamente ruinoso y políticamente triunfante.