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Sheinbaum tropieza con Sheinbaum

Quien se creía la gran manejadora de Donald Trump, perdió todos esos puntos porque reaccionó con sus reflejos nacionales sin pensar en consecuencias más allá de la frontera.

Claudia Sheinbaum se tropezó con Claudia Sheinbaum. La presidenta se cruzó con la activista y arrastró al país en su caída. Quien se creía la gran manejadora de Donald Trump, ejemplo de la negociación con la cabeza fría, festejada incluso a nivel internacional por haber logrado una relación relativamente pacífica con el estadounidense, perdió todos esos puntos, reales o supuestos, porque reaccionó con sus reflejos nacionales sin pensar en consecuencias más allá de la frontera.

Antes de ser presidenta, Sheinbaum fue activista. Creció a la sombra del reclamo, la movilización callejera, el discurso placero y el ataque. En su imaginación no era una líder sino una guerrera. Es la que se identifica con el movimiento del 68 como si hubiera estado en la Plaza de las Tres Culturas en lugar del kínder y la que pensó que una manifestación en la que participó en la primaria había ayudado a pacificar Vietnam. Ya adulta, optó por afiliarse, no al Partido Socialista Unificado de México o al Partido Revolucionario de los Trabajadores sino a una guerrilla, el M-19, antes de seguir a Cuauhtémoc Cárdenas al PRD.

Su ámbito natural por décadas no fue pensar en la política como un ecosistema de ideas y elecciones, sino de confrontación del pueblo contra los tiránicos gobernantes. Como su antecesor, le gustan los baños de pueblo, convocar a las masas (aunque sepa que esto significa pagar a miles de acarreados) para que la escuchen, aunque es dudoso que le presten atención, en el Zócalo capitalino. A diferencia de su padre político, su oratoria es plana y carente de carisma. El impacto de sus palabras es enorme, pero por lo que ella es y representa: la jefa de gobierno y del Estado mexicano.

Y como jefa de gobierno y de Estado convocó a los mexicanos residiendo en Estados Unidos, en forma legal o ilegal, a movilizarse contra una propuesta de imponer un impuesto de 3.5% a las remesas que estos envían al país. Nada nuevo en el morenato. López Obrador por un lado hablaba del respeto a la autodeterminación de los pueblos y a renglón seguido, sin ruborizarse, llamaba a los hispanos estadounidenses a votar a favor o en contra de cierto candidato.

Pero en esta ocasión el llamamiento claudista se mezcló con las movilizaciones de hispanos contra las acciones del gobierno estadounidense para arrestar y deportar migrantes ilegales en Los Ángeles. La invocación a tomar las calles como forma de presión, el pan de cada día cuando Morena era oposición, parecía haber sido respondido –y con ese lujo de violencia a los que tan acostumbrados se tiene a los mexicanos. La cereza del pastel fueron las banderas nacionales coronando los enfrentamientos y vandalismos.

Una mezcla de palabras y hechos que llevó a que la secretaria de Seguridad Interior, Kristi Noem, acusara a Sheinbaum, en el Despacho Oval y frente a Trump, de alentar las protestas en Los Ángeles. ¿Totalmente falso? Sin duda. Pero si la hubiera acusado solo de llamar a los mexicanos en Estados Unidos a movilizarse habría sido absolutamente cierto.

La lección para Sheinbaum y sus funcionarios, es clara: sus tácticas callejeras de oposición funcionaron en México (y ahora se les revierten, basta ver a la CNTE y sus brutales bloqueos), pero no son los tiempos de jugar al opositor en las calles estadounidenses, aunque se sepa que nadie responderá a sus llamamientos a movilizarse. Trump, como López Obrador y la misma Sheinbaum, se regodea en la confrontación. Mejor no darle material.

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