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Sangre jesuita derramada en vano

Dos servidores de Dios muertos a balazos en su iglesia no van a sacar a López Obrador de su muy sobado guion, de que la violencia actual es culpa de Felipe Calderón.

A la memoria de nuestros hermanos: Javier Campos SJ y Joaquín Mora SJ, misioneros en la Tarahumara, que han regresado a la Casa del Padre dando testimonio del amor a Jesús hasta el final.

Dos sacerdotes jesuitas asesinados dentro de su templo, además de una tercera víctima. Personas que sumaban casi 75 años de apoyo a la comunidad tarahumara de Cerocahui, religiosos que, en lugar de estar en un cómodo retiro, seguían trabajando. Un crimen brutal contra personas cuya vida debería haberlas hecho intocables, hasta por alguien que no se considerara creyente en el Dios al que estas personas habían entregado su existencia.

Javier Campos SJ y Joaquín Mora SJ serían solo dos estadísticas más en un México en que la muerte violenta es cotidianidad si no fuese precisamente porque se trataba de dos miembros de la Compañía de Jesús. No serían ni siquiera noticia, excepto que muestran a un país que se deteriora a tal grado que ni siquiera aquellos que por siglos han merecido respeto y hasta devoción, pasan a ser asesinados a sangre fría por alguien que los conoció desde niño, pero que ahora es líder criminal en la región. Cuando un país cree ser ya inmune al horror, haber perdido la capacidad de asombro ante la violencia más terrorífica y degradante, ocurre el más grave pecado capital dentro de la propia casa de Dios.

A la 4T le escurren las manos de sangre inocente. Pero, a diferencia de Lady Macbeth, Andrés Manuel López Obrador ni siquiera se nota mancha alguna en las suyas, menos cree que debe limpiarlas. Al contrario, afirmó que no cambiará su estrategia en materia de seguridad, que el rumbo es el correcto. Los miles de muertos no son su culpa, sino producto de la herencia que recibió y que está corrigiendo. ¿Qué el número de homicidios es mucho mayor que en gobiernos anteriores? No importa, no se cansa de culpar a Felipe Calderón, como de hecho volvió a hacerlo al hablar del asesinato de los jesuitas. Dos servidores de Dios muertos a balazos no lo van a sacar de su muy sobado guion.

Como tampoco lo alteraron las duras expresiones de otro jesuita, Francisco. El Papa expresó su horror y consternación, destacando que son muchos los asesinatos en México, y que la violencia no resuelve los problemas. El Presidente utilizó esa palabras para alegar que su estrategia era la correcta, que no se combate la violencia con más violencia. En una interpretación benigna, el inquilino de Palacio Nacional interpretó mal lo dicho por el sumo pontífice. En una versión menos amable, AMLO mostró un cinismo execrable para aducir que Francisco coincidía con su estrategia de evitar toda confrontación con las mafias criminales. Un ‘abrazos, no balazos’ con la esperanza de que, eventualmente, su poder las llevara a no necesitar de tanta violencia.

La ‘pax mafiosa’ presidencial que se supone un día llegará. En tanto, los mexicanos viven en el terror ante la muerte que irrumpe hasta en un templo. Por eso, la primera demanda de las universidades jesuitas mexicanas ante los asesinatos fue proteger la vida de las personas en comunidades vulnerables de Chihuahua, seguida de investigar y encontrar a los responsables.

El mejor homenaje que el gobierno podría brindar a Javier Campos SJ y Joaquín Mora SJ sería que sus muertes trajeran un cambio, que llevaran a salvar otras vidas, a reducir el dolor que atenaza a un México que vive sumido en el terror. Por desgracia, esa sangre, como la de tantos otros, al parecer habrá sido derramada en vano.

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