Desde su llegada al poder después del triunfo electoral indiscutible en 2018, López Obrador montó una narrativa de que su gobierno estaría realizando un cambio estructural, de dimensiones históricas. No era original en su relato, pues ese es uno de los puntos del discurso populista mundial, el de que el líder y sus seguidores están predestinados a cumplir una misión, casi por mandato divino y mantienen esa narrativa como dogma, pero ¿de verdad han hecho cambios estructurales para bien de los mexicanos? Van algunos ejemplos.
En lo económico, un cambio estructural sería que modificaran las relaciones entre los factores de la producción y es claro que definitivamente eso no ha pasado ni pasará, los hombres más ricos oligarcas de nuestro país se mantienen al lado del presidente como “Consejo Asesor”; el instrumento que se podría calificar como producto acabado de las políticas neoliberales y de la globalización que tanto ataca el presidente y sus files goza ( afortunadamente) de cabal salud, y ni se le ha movido una coma: el TLC. López Obrador (porque es él, ya que es un “gobierno de un solo hombre”) no ha sido capaz de tener una política económica y la inercia en la que camina la economía es más por factores externos e iniciativa y necesidades empresariales y sí, gracias al tratado comercial que tenemos desde 1994 con Canadá y los Estados Unidos de Norteamérica. Los resultados en materia de crecimiento económico ya los sabemos: en resumen, en cuatro años el Producto Interno Bruto (PIB) es de -0.7 por ciento y contando. Para este año la expectativa de crecer al 3.0 por ciento no será posible alcanzarla, como no ha sido ninguno de los objetivos pronosticados por la Secretaría de Hacienda —en los últimos años, los dos trimestres de lo que va de 2023—, así lo manifiestan los resultados dados a conocer por el INEGI.
En materia de política social, desde que inició como político de oposición, López ha hecho del discurso de “primero los pobres” su estribillo propagandístico, pero solo eso, ya que los resultados muestran que es un acto discursivo demagógico, porque los resultados son solo unos pincelazos negativos a saber: según Coneval la pobreza en sólo los dos primeros años del obradorato creció en nuestro país 3.8 millones de personas, y es claro que si la economía no ha crecido no es posible que la pobreza desaparezca por arte de magia o un milagro; al contrario, la población hace esfuerzos por sobrevivir y busca a través de la economía informal tener un ingreso aunque no tenga seguridad social y padezca la ausencia de los servicios médicos, ya que la informalidad no da para eso y López desapreció el Seguro Popular y el engendro que llamó Insabi no solo no funcionó, sino que por las múltiples denuncias de corrupción e ineptitud lo desapareció, solo entre 2020 y 2023 la población sin seguridad social creció del 15 al 28 por ciento... ¿primero los pobres?
En materia de seguridad, la caricatura —que más parece una burla hacia la sociedad— de “abrazos y no balazos”, no solo tiene al país en un baño de sangre, inseguridad, violencia y ahora claramente de actos de terrorismo, pues esta semana se alcanzarán los 160 mil homicidios dolosos, más las terribles desapariciones forzadas de miles de mexicanos que no se saben cuántos de ellos aún están con vida y mantienen a sus familiares en un estado de dolor indescriptible; esta es la imagen de nuestro país que desafortunadamente se da a conocer por los medios de comunicación, que retratan perfectamente el fracaso del gobierno obradorista y la ausencia de verdaderas políticas públicas para enfrentar los graves problemas de inseguridad en México.
Para el campo mexicano el “gobierno” de López Obrador desapareció todos los programas de apoyo, hasta la Financiera Rural dedicada a los productores y ganaderos, dejando prácticamente en el desamparo a los ejidatarios y comuneros, que terminarán vendiendo sus tierras o entregándolas a los “coyotes”; sin duda se profundizará la pobreza y desigualdad y obligará a muchos trabajadores rurales a emigrar hacía los centros urbanos en busca de empleo o a engrosar aún más la informalidad, incluso fomentará la migración hacia los Estados Unidos. Su frase, de que no tiene ciencia gobernar, al arranque de su periodo presidencial sigue dejando una gran estela de pobreza y desigualdad y un desastre en la estructura gubernamental para quien venga a sucederlo.
El obradorato con su vena autoritaria y caciquil se retrata de cuerpo entero con su frase de “no me vengan de que la ley es la ley”; esa sola frase resume su actitud de no solo atacar a los órganos constitucionales autónomos y al mismo Poder Judicial, sino la decisión de vivir en el Palacio Nacional y su cerrazón a la rendición de cuentas y la transparencia, ejemplificado en la orden a sus legisladores de mantener acéfalos los puestos del INAI, pero además de mantener la boca cerrada frente a los escandalosos casos de corrupción en su gobierno y a la práctica permanente de adjudicación de contratos, haciendo uso del gasto público como un patrimonio personal.
El obradorato sin duda es un momento amargo, difícil, trágico y doloroso para nuestra frágil democracia, para el desarrollo en general de nuestro país, así como para el bienestar de millones de mexicanos, es en resumen un gobierno fracasado y eso debe de ser la motivación para estar atentos como ciudadanos en la elecciones que se avecinan para tener claro cómo votar, el populista no solo quiere continuar con la destrucción del Estado mexicano, sino continuar de cacique nacional aferrándose al poder por cualquier vía y entonces el peligro es mayor en una coyuntura de disputa democrática del poder, por el hecho de que un actor político quiere seguir mandando a costa aún de la ruptura social en el país.
El autor es analista político.