Alejandro Gertz Manero, que en la función pública reúne medio siglo, fue humillado ayer por el movimiento político al que desde la Fiscalía General de la República entregó algunos de sus servicios más polémicos. Lo fue casi todo, y en ese casi está la raíz de su caída.
Cazador cazado. Gertz Manero resistió hasta el último segundo la malquerencia que su arbitrario estilo suscitó entre los morenistas, la última tropa en la que se incrustó tras ser priista, cardenista, emecista y panista … si es que alguna vez fue algo que no fuera gertztista.
En 2018, su rostro fue una de las demostraciones de que López Obrador no sería un presidente más. Al nombrar a Gertz en la recién creada Fiscalía General de la República, el mandatario lanzó una advertencia clara: la justicia sería también un arma política de temer.
Gertz ha sido muchas cosas, pero nunca un suave o un perdedor. Se revolvió contra aliados y amilanarse no está en el diccionario de un carácter que ha vivido entre múltiples querellas. No es fácil decir quiénes hablaban con más respeto de él, sus amigos o sus enemigos.
Al gobierno de Andrés Manuel le prestó al menos tres servicios, tan visibles como cuestionables en términos democráticos: asumió el burdo culebrón sobre el caso Odebrecht para incriminar a modo a opositores, no tuvo empacho en abrir una causa con destino en la prisión para narcotraficantes de Almoloya de Juárez a eminencias de la ciencia, y metió las manos al fuego al rescatar al general Salvador Cienfuegos del alcance de las pesquisas que demandaba Washington.
De cada lance, Gertz Manero salió atropelladamente y de hecho mal. Es como un torero que sin elegancia se arrima a los peores toros y parece dominarlos a fuerza de subirse con todo el peso individual e institucional en cada una de sus faenas, así al final pierda los juicios.
Su agenda como fiscal, sin embargo, nunca fue la del Peje o la de México. Hipotecó la autonomía que se supone tiene la FGR para al final y sobre todas las cosas emplearse en su ambición personal, lo mismo persiguiendo a su familia política que su carrera académica.
Fue el fiscal de sí mismo. Y las consecuencias de ese proceder se pueden ejemplificar en el caso Odrebrecht, donde a cambio de un criterio de oportunidad el expeñista Emilio Lozoya disparó acusaciones sin ton ni son en contra de panistas e incluso priistas: el desenlace es muy mexicano: triunfó la impunidad de todos, ¿o sería más correcto decir la inocencia de todos pues las torcidas líneas de la acusación de la FGR eran tan fabulosas que se volvieron irrisorias?
Nadie sin embargo se equivoque. Gertz Manero no da risa. Sobre él circulan leyendas de que recortaba cartones y columnas periodísticas donde le criticaban para, como quien degusta un buen puro al final de una jornada provechosa, soltar carcajadas al releer esa prensa.
Ya con Claudia Sheinbaum en Palacio ayudó al gobierno a crucificar el dolor de las madres al manosear el caso del Rancho Izaguirre; pero ni eso le valió en una nueva pugna de poder.
En semanas recientes se ausentó en las mañaneras —el muñequeo para quitarlo había iniciado— y no fue requerido en el caso Uruapan. Gertz Manero olfateó que había perdido el oído de una presidenta que entendió que la defenestración del fiscal convenía a todos. Tumbarlo por supuestamente no informar al Senado es pedestre formalismo.
Aquí sí vale abusar de frases hechas para labrar un epitafio político: el hombre que sabía demasiado se creyó de una dimensión tal que hacía imposible su caída; perdió de vista que con el aguilita no se juega a las vencidas y que las revoluciones suelen comerse a sus hijos.
Gertz fue casi todo… menos presidente de la República ni, su pecado mayor, morenista.
Porque en el nuevo régimen, y él debería saberlo como viejo priista que fue, no cabe la independencia. Su agenda ya no podía ser discrecional: hay muchos trapos sucios, mucho olor a huachicol, y Gertz iba a cobrar muy cara cada ida a la tintorería.
Cayó el fiscal, y la ironía es que pronto, la sociedad y el propio gobierno, ni qué decir de la presidenta, podrían descubrir que en una administración vale más un equilibrio a partir de egos enormes, así terminen en pugnas acérrimas como la de Scherer-Gertz, que un equipo de gente sin voluntad propia.
Gertz Manero de embajador. Sí, un destierro para quien tantos pecados les sabe.