Nada muestra mejor que tu relanzamiento tropezó que el hecho de pasarte explicando lo que no es. Jorge Romero, líder del PAN, anunció el sábado que ese partido va a cambiar hasta de logotipo, pero la polémica que desató es sobre una deriva antiderechos.
Si Romero quería que se hablara de Acción Nacional, lo logró. Es muy cuestionable en cambio pensar que lo que se está diciendo en prensa y redes sociales desde el sábado es lo que él pretendía.
El presidente blanquiazul anunció el 18 de octubre en el Frontón México, donde dio sus primeros eventos en 1939 el PAN, que: abrirán la afiliación masiva mediante sencilla tecnología; las candidaturas dependerán no de palancas –por lo que pedía a sus compañeros trabajar el territorio–; la cancelación de las alianzas como las que hizo con el PRI, y la defensa de la libertad, la familia y la patria.
La primera respuesta de críticos y observadores fue advertir una radicalización hacia la derecha del partido fundado con simpatías católicas. Y es que Romero abrió la caja de Pandora: desde el sábado diversos panistas viven un destape conservador.
Pero en los medios el panista en jefe argumentó ayer que está en contra de la criminalización de las mujeres por abortar, y dijo que desde su óptica todas las familias son válidas. No es tema, insistió. En otras palabras, contradijo a quienes salieron del Frontón México mostrando un regocijo por valores tradicionales.
De aquí a finales de noviembre, cuando ocurra la próxima asamblea panista, se verá cuánto crece dentro de las filas azules el impulso para afianzarse tan a la derecha como sea posible, cuánto del relanzamiento termina en una definición de ultraderecha.
Tal ebullición derechista es el único producto claro del sábado, cuando rematado con una marcha bastante regular en su tamaño, duración y expresiones, se consumó el presunto relanzamiento del partido que hasta hoy representa la principal oposición al régimen obradorista.
El problema es que, si el PAN cree, sus líderes y sus cuadros con capacidad de influencia, que la batalla en México es ideológica en términos de izquierda vs. derecha, e incluso de progresistas vs. conservadores, habrá caído una vez más en la trampa de Morena: los panistas se enredarán en una discusión ideológica que para millones es, en el día a día, irrelevante.
Desde antes de 2018, López Obrador estableció el eje de la disputa política en torno, por un lado, a la agenda a favor de los más pobres, y por otro, la promoción del respeto bajo un genérico paraguas de no racismo, clasismo, ni cualquier acto discriminatorio. En ese orden.
Morena escapó así de definiciones limitantes. Incluso se movió en un piso chicloso en cuanto a los valores cristianos: nunca tuvo como interlocutor a los jerarcas católicos, mas, sin contradicción evidente, promovía al entonces papa Francisco o al santo del mismo nombre.
En Jalisco, por ejemplo, una candidatura con posibilidades de triunfo será muy cuidadosa al declarar su apoyo al aborto o al matrimonio homoparental. Ya en el poder, un gobernante, llámese Alfaro, dejará pasar avances proderechos o, llámese Lemus, expresará dudas.
Porque desde tiempos priistas se sabe que la separación de Iglesia y Estado, para empezar, no sólo era una materia de guardar formas en público, que el laicismo sí gusta a una sociedad que, al mismo tiempo, ejerce sus credos más apegados a “lo del César al César…”
En los hechos, Romero dio un banderazo a una batalla ideológica a la vieja usanza en pos de constituir una fuerza regresiva para avanzar (sic) por la derecha. No entendió nada desde 2018, cuando Morena, la “izquierda”, sin chistar hizo alianza con un partido evangélico.