Los de Morena poseen una memoria vieja. Habrá quien diga que anticuada, nostálgica de un ayer que no es lo que ellos creen; habrá quien diga que en vano intentan con palabras retrasar el reloj para decir que ya hay, al fin, un Estado grande, así tenga el dinero chico.
Pero esa memoria es lo que más cuidan. La del ayer. Y en ese ayer les robaron triunfos (unos más ciertos, unos más mitológicos), les escamotearon su lugar. Hoy reelaboran en esa memoria, con ambición carente de escrúpulos, verbos y sustantivos que antes defendieron.
Ahí donde ayer ejercían plurinominales como una forma de la lucha de la izquierda, así fuera minoritaria, ahora hay un credo de que la mayoría se ejerce sin las minorías, si no para qué tanta vieja lucha (incluso si esas luchas fueron dadas por muchos, no sólo por ellos).
No falta quien, como cuando una relación –de socios, de amantes, de amigos– se disuelve, hoy atraviesa un profundo desconsuelo que le impide aceptar lo que ve: que el cambio de régimen es, básicamente, un reacomodo del álbum familiar, romper y tirar bastante de lo que antes fue.
Claro. No es sencillo aceptar que lo que se creía que era, que fue, será reescrito por manos que dicen que todo fue espurio, que la transición ni existió, que las disputas fueron burguesas y que la era está por parir un mundo nuevo que ni les incluye ni les reconocerá.
Muchos están siendo borrados de las fotografías políticas de los últimos 50 años y quién dijo que el Photoshop no duele sobre la piel de quien ya no aparecerá en los libros de texto, en las crónicas de las marchas por la democracia, en la conversación pública.
Porque la transformación que sí pinta bien es la de la narrativa. Y de eso estará hecha la nueva reforma electoral, de un sentido de épica. No les dará pena que cualquiera les diga que dónde está el mérito de escribir en lo oscuro, sin fatigarse en negociaciones con quienes piensan distinto, cualquier ley.
El ajuste de cuentas con el pasado ya desmontó al Poder Judicial nacido a mediados de los 90 y ahora va por la apuesta grande. Borrarán la historia de las reformas electorales de ambos periodos, del PRI y de las alternancias, y dirán que actúan en nombre de Madero.
La memoria de Morena será por decreto la de la nación. Hasta de Jesús Reyes Heroles, a quien la izquierda ensalzó en los diarios en marzo de 1985 en ocasión de su fallecimiento, abjurarán. La memoria puede ser muy ingrata, se sabe.
Esa reelaboración de la historia no sólo irá a los años remotos. También se ejercerá con el pasado inmediato. Quien crea que la detención en Estados Unidos y posible repatriación de un director de Petróleos Mexicanos de Peña Nieto es por justicia, no ve con claridad.
Porque, citando a un clásico de mala fama, el fiscal general de la República sirve para lo que sirve y no sirve para lo que no sirve.
No sirve para que Ancira pague al Estado lo que debe. Sí sirve para escribir la nueva temporada sobre Odebrecht, un refrito del jorgediazserranazo de hace décadas. No es justicia, es propaganda de combate a la corrupción.
Odebrecht es un expediente impune; sin duda, un agravio. ¿Va a investigar Morena los al menos 10,5 millones de dólares dados por esa constructora brasileña en el marco de las campañas de 2012 a priistas que estaban a punto de volver al poder?
El fiscal no hace eso, investigar. Si sí, Peña estaría en el banquillo tiempo atrás, y sus jefes de campaña también. Lo que sí hará la fiscalía es alquilarse para echar el rollo de que un pez gordo de la corrupción del pasado reciente ha caído en su red.
No veremos minuciosos maxiprocesos, sino campanazos mediáticos de dudoso debido proceso donde tres o cuatro personajes serán los protagonistas de quinazos de los que saldrán historias con las que el régimen distraerá de actuales latrocinios.
Morena esperó mucho este momento. El tiempo de manchar la transición (que tuvo grandes pecados, sin duda, tantos y tan vistosos como los que tempranamente se ven de color guinda). El tiempo de proclamar unilateralmente y sin réplica una democracia a la mexicana.
La memoria está por cambiar. Y no pocos serán los chivos expiatorios llevados al sacrificio. La reforma electoral (miren cuánto ahorraremos) y Odebrecht (vamos por esos corruptos) son sólo los más recientes altares en donde la vida pública se dirá en plena transformación.
Pura narrativa, la especialidad de la casa guinda: cambiar el discurso, imponer visiones idílicas, ensalzar un pasado, o sepia o descontextualizado, e instalar su memoria vieja, sectaria, en la versión oficial de la historia.