La Feria

Censura: les choca lo que les checa

Pobres transformadores. Tengámosles consideración. Imaginen cargar todo el día la simulación de ser gente que dice que va a renovar la vida pública sabiéndose portadores del síndrome del impostor.

Como se sabe, disfrazada de varios ropajes, la guadaña censuradora recorre el país. Por ejemplo, una ciudadana fue condenada a disculparse con una diputada del PT durante 30 días por un tuit, y en Puebla (sí, con neogoberprecioso) festejan la ley contra el “ciberasedio”.

Los episodios que se han dado recientemente (incluidos a Tamaulipas censurando a Héctor de Mauleón/El Universal y a Laisha Wilkins requerida por reírse –“jajaja”, escribió– de un título que decía “Dora: la censuradora”) comparten dos características.

La primera es la desproporción entre las supuestas faltas y lo que se pretende como reparación del castigo (a un periodista campechano impedirle ejercer la profesión) e incluso los procedimientos previos a una sentencia (abstenerse de abordar el tema en cuestión).

La ciudadana que dijo que no tenía dudas de que una diputada debía su nominación a su relación con quien ha sido presidente de la Cámara de Diputados con Morena, ¿debe ser castigada a quedar inscrita en un padrón de violentadores y disculparse 30 días seguidos?

¿Poner un tuit riéndote de que Aristegui Noticias tituló “Dora: la censuradora” al hablar de una candidata amerita que el Tribunal Electoral te requiera sobre “oscuros” patrocinios, es decir, te vea como alguien que se presta para que terceros “ataquen” a una persona?

La segunda característica tiene más fondo: la respuesta de estas figuras (incluida Layda Sansores contra el periodista Jorge González) por esas “ofensas” revela una gran incongruencia: presumen ser producto de un triunfo moral, pero no aguantan ni la duda al respecto.

Tanta inseguridad quizá se deba a que al final del día les duele la verdad. Les escuece que les digan cosas que exhiben lo frágil de la superioridad que presumen. No soportan la crítica porque saben que lleva razón eso que dice que lo que te choca te checa.

Pobres transformadores. Tengámosles consideración. Imaginen cargar todo el día la simulación de ser gente que dice que va a renovar la vida pública sabiéndose portadores del síndrome del impostor. Claro que a la primera de cambios estallan. Demasiado estrés.

Mandar callar críticas, y pretender que el castigo sea ejemplar para que nadie ose repetir cuestionamientos, sólo se explica por la hueca estabilidad de la posición que ocupan actualmente.

Tanto discurso de que la oposición está moralmente derrotada, que la fortaleza del pueblo les insufla, que vinieron a regenerar la vida pública para acabar de censores.

Les aplica algo que dijo Carlos Monsiváis (Enfoque, Reforma 07/07/1995) en entrevista con Gerardo Ochoa Sandy sobre los escritores de libros políticos en México.

El cronista, a quien tantos por estos días han recordado en su XV aniversario luctuoso, contestó que hay demasiados escritores mexicanos de ese tipo de literatura demasiado malos. Con su peculiar ironía, lo dijo así:

“Spota no es mi idea de literatura, ni con mucho, pero su obra es resultado orgánico de su trabajo periodístico, de su conocimiento de los presidentes y sus cortes, de su callejonear por entre chismes y escándalos sofocados. Sus descendientes redactan de oídas, sólo atentos al sensacionalismo y a la combinación de sexo, disparos y política extraída en el mejor de los casos de novelistas como Ed McBain o, idealmente para ellos, The Day of the Jackal o The Firm. Quisieran ser Spota o John Grisham, y son para la desdicha de quienes los leen, ellos mismos”.

En Morena se presentan como nuevos insurgentes, descendientes de la generación de la Reforma, destilados de la estirpe revolucionaria... Por como reaccionan ante las críticas, parafraseando a Monsiváis y para desdicha de todos, la verdad es que son sólo ellos mismos.

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