La Feria

Creer que la democracia es posible

No se pueden minimizar los riesgos de muchas cosas que emprende el régimen en contra de la pluralidad y de la competencia equitativa en las urnas.

El ejercicio de advertir maniobras que deterioran la convivencia democrática mexicana a menudo aterriza en la fatalidad. Con más o menos argumentos se decreta la agonía, o de plano, la muerte de la democracia en el país. Ello puede resultar contraproducente.

Un régimen que no concede legitimidad a la oposición, que abusa de los recursos públicos para fines partidistas y que ha venido edificando un corporativismo que incluye, desde luego y destacadamente, a las fuerzas armadas, supone un gran riesgo para la democracia. Sin duda.

Además, hay que descontar que el cambio sexenal dotó a Morena de mayorías legislativas (cuya legitimidad es impugnada por la oposición y otros críticos) y que, lejos de “correrse al centro”, la presidenta Sheinbaum es tan o más radical que AMLO: v.gr., elección judicial.

Y, por supuesto, desde 2018 se instigó desde Palacio contra las organizaciones de la sociedad civil —vía el acoso, la falta de apoyo e interlocución—, cambiándoles reglas operativas o fiscales y, desde luego, dificultando o cerrándoles el financiamiento.

No es necesario ser exhaustivo en ejemplos que alimentan la ominosa perspectiva: cada semana Morena da motivos para preocupación, como la pasada, donde vimos una ley en Puebla y un caso en Campeche en contra de la libre expresión.

El reto es cómo acusar recibo de hechos que derivan en el socavamiento de la democracia, denunciarlos y no permitir que inadvertidamente se asimilen al paisaje, sin contribuir a un fatalismo que, al tiempo que paraliza, da más oportunidades al régimen.

Cómo evitar que eso de “que la democracia en México ha muerto” sea una profecía autocumplida, a pesar de una realidad donde hay una elección judicial con acordeón, donde legisladores son capaces de cambiar la Constitución sin leer siquiera las iniciativas —ya no digamos discutirlas o negociarlas—, donde tenemos la generación de dirigentes de cúpulas empresariales más complaciente en décadas…

¿Es democrático o insensato creer y apostar a que, a pesar de todo, de lo que se trata es de no normalizar, ni en el lenguaje, ni en los textos, ni en los discursos, la idea de que se cruzó un umbral y que hay poco o nada que hacer al respecto?

Las elecciones de Durango y Veracruz son un clavo hirviendo que podría ayudar a que sean más quienes crean que la democracia es posible, que el péndulo no necesariamente sigue con todo el ímpetu hacia el lado del partido-Estado.

El régimen no tuvo los resultados electorales que pretendía. Ése es el balance más exacto. Y prueba de ello son algunas de las denuncias de fraude que ahora ha realizado Movimiento Ciudadano sobre cómputos en Veracruz, y lo que dice Morena de supuesta movilización del PRI en Durango: aceptando que haya ocurrido eso, no les gusta que otros movilicen; quieren el monopolio de esa práctica.

Como en Pedro y el lobo, clamar cada rato el fin de la democracia insensibiliza a una sociedad. Si esto es una dictadura, dirá más de uno al salir a la calle, pues no estamos tan mal en la nueva dictadura.

Ya en 2021 se le propinaron derrotas al régimen. Quizá porque la ciudadanía, más allá de la enorme campaña de AMLO en contra de la oposición, sabe que puede castigar y premiar con el voto.

No se pueden minimizar los riesgos de muchas cosas que emprende el régimen en contra de la pluralidad y de la competencia equitativa en las urnas. Pero, si dejamos de creer en que la democracia aún es posible, es más probable que, en efecto, pronto ya no tengamos una que defender.

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