El presidente de Estados Unidos dijo que la presidenta de México tiene miedo. Es una declaración inaceptable, por mentirosa e injerencista. Son palabras que no pueden pasarse por alto; un gesto de nula diplomacia, una agresión verbal que no ha tenido en nuestro país el repudio debido.
“Sheinbaum les tiene tanto miedo a los cárteles que no puede caminar. (…) La presidenta es una mujer encantadora, pero tiene tanto miedo de los cárteles que ni siquiera puede pensar con claridad”, declaró Donald Trump el domingo al confirmar que México rechazó su propuesta de enviar tropas contra los grupos criminales.
Días antes, The Wall Street Journal había dado la exclusiva de que una de las llamadas entre la presidenta Claudia Sheinbaum y Trump alcanzó niveles de tensión luego de que la Casa Blanca sugiriera operaciones militares de Estados Unidos en territorio mexicano y la mandataria se negara a ello.
El episodio fue primero confirmado por la presidenta el sábado y luego se dieron las ya citadas declaraciones dominicales del mandatario estadounidense. Estamos, pues, ante un hecho que no se presta a dudas.
La primera grosería de Estados Unidos fue la petición misma. No se trata, no hay que normalizarlo, de algo trivial. No se debe ni equiparar con frases similares de Trump o de sus colaboradores en entrevistas, ruedas de prensa o discursos anteriores. Es mucho más.
El gesto es injerencista; plantearlo machuca la soberanía y se agrega a la lista de agravios estadounidenses con respecto a nuestro país que se remontan a guerras e invasiones, e incluyen, desde luego, el secuestro de criminales como el de Ismael El Mayo Zambada el año pasado.
México no acepta la acción de militares en su territorio. Punto. Si ha ocurrido antes, si se sospecha o se dice que han participado al detener capos, es igualmente reprobable. Que se plantee de nueva cuenta, y en un contexto de tensión como el actual, supone una agresión.
Con cabeza fría, la presidenta ha lidiado con una Casa Blanca que se burla de principios legales que presumía la democracia estadounidense, como el debido proceso, y al mismo tiempo, Sheinbaum ha dado sobradas muestras de un talante pragmático al colaborar con Estados Unidos.
Y por si hiciera falta decirlo: ¿cuál miedo se le puede achacar a la presidenta que tomó, de facto, la decisión de entregar al vecino del norte 29 personajes de alto perfil de la delincuencia organizada, esos que no se andan por las ramas a la hora de cobrar venganzas, de buscar revancha?
Claudia Sheinbaum no llegó a donde está sin enfrentar dilemas que requieren estómago y corazón para no amilanarse en un país de poderes fácticos que no pocas veces apuestan, de manera orquestada o tácita, a que su mejor escenario es el acotamiento de Palacio Nacional.
Y ya en el puesto, además de la mencionada entrega de criminales (cuya legalidad puede discutirse aparte), ha dado un giro en la estrategia anticrimen que no se entiende sin el coraje para reconocer, a la par, que íbamos pésimo y que lo que viene será, de entrada, muy, muy complejo.
No hay que acostumbrarse a los insultos. Como mexicanas y mexicanos, no hay que ceder a la tontería de “así es Trump”. Estados Unidos debe conducirse con respeto hacia México y su presidenta. Los problemas de la nación se resuelven en casa; nunca se aceptará el injerencismo.
La presidenta no tiene miedo. Y las y los mexicanos tampoco. Ella hace bien en no engancharse, pero la afrenta ahí queda. No se puede volver nota suelta. La propuesta y la declaración son inaceptables. Y hay que decirlo fuerte y claro.