La Feria

¿Iztapalapización?

A mí me indigna ver el Metrobús atestado en Reforma, a otros los puestos que ahí se instalan. Ambas son expresiones de un gobierno y una sociedad que no trabajan.

Quien viva, trabaje o circule a menudo por la Juárez, el eje Roma-Condesa e incluso Polanco habrá notado una cosa: el aumento de cafeterías y panaderías de, cómo les llamaré, ¿alta gama?, no va en detrimento del vendedor de atole. Quizá al contrario.

Un café americano y un bollo en un local de moda puede salir en 100 pesos. Y mientras uno paga más de la tercera parte de un salario mínimo diario por ese tentempié, no es raro ver que el mesero que te sirvió alcanza al triciclo de las guajolotas para ordenar su desayuno.

La cosa es que ahora que pululan gringos por nuestras calles y llenan restaurantes y antros a ver quién es la guapa o el guapo que les dice que cuidado, amigous, la CDMX se está Iztapalapizando. Yo, zafo.

Escurro el bulto antes que nada porque no sé a qué se refieren con ese término quienes lo han usado. Empiezo por el principio: la Ciudad de México no puede Iztapalapizarse… la Ciudad de México es Iztapalapa o no es; y no lo digo yo, lo dice el INEGI.

Según el censo de 2020, uno de cada cinco capitalinos vive en Iztapalapa. Y, como es obvio (ya ven cómo son los chilangos), no se contentan con su perímetro: igual que los mencionados gringos, pululan por el valle, persiguiendo la chuleta, para empezar.

De forma que si alguien dice que la Ciudad de México se está Iztapalapizando pues quién sabe qué quiera decir, porque en una de ésas quien le sirvió café y cuerno de 100 pesitos viajó hora y media en transporte público desde Iztapalapa para, amable, recibirlo en el local.

Ocurre que en el Paseo de la Reforma, entre otros espacios céntricos, vive un fenómeno de aumento de comercio en la vía pública. Y en las redes y en la prensa se han referido a ello como que esa avenida se está Iztapalapizando. Lo que, insisto, es una aberración.

El comercio en la vía pública es un complejo fenómeno en el que conviven desde la legítima búsqueda de sustento hasta la actuación de liderazgos corruptos que con métodos delincuenciales se apropian de lo que no es suyo, la vía pública, para explotar a quienes están en necesidad. Y en la explotación, qué duda cabe, están coludidos políticos. De Morena y de otros partidos, conste.

Diana Sánchez Barrios, lideresa de comerciantes –quien hace meses fue víctima de un ataque a balazos donde salvó la vida de milagro (dos de sus acompañantes no), en otra expresión de la brutalidad que puede implicar el fenómeno– ha denunciado que los que se niegan a un censo de puestos ambulantes son los políticos, pues quedaría desnudado su clientelismo.

Llamar a la proliferación de puestos callejeros de todo tipo de mercancías y productos Iztapalapización no sólo es ofensivo (¿qué está mal de ser o vivir en Iztapalapa?), sino porque esa “categoría de análisis” (es un decir) renuncia a poner el foco donde es debido.

Si les desmaya ver Reforma, o Bellas Artes, lleno de vendedores, por qué no se preguntan por qué no hay más trabajos (y más escuelas) que permitan que cualquiera pueda consumir donde ustedes lo hacen. Y si su denuncia es por corrupción, por qué no llamar a cuentas a la jefa de Gobierno y cuestionar quién dio permisos, cuándo, por qué.

Visiten el Zócalo, la Catedral, Madero mismo y no se diga las aceras de Juárez: el desbordamiento es tal que implica retos de protección civil, venta de cosas robadas o de contrabando, competencia desleal a los comercios establecidos y, por supuesto, clientelismo.

Pero hagamos preguntas directas a Clara Brugada: esa explosión de espacios ocupados es porque se está pagando deudas de campaña… o por qué se está asegurando apoyo en las siguientes. O por qué. Qué condiciones se les pone, con quién se negocia, a cambio de qué; por qué no se lleva el tema al Congreso, por qué no involucrar a las y los alcaldes, y, desde luego, a las y los vendedores en el espacio público.

A mí me indigna ver el Metrobús atestado en Reforma, a otros los puestos que ahí se instalan. Ambas son expresiones de un gobierno y una sociedad que no trabajan, ni de lejos, para dotar de condiciones dignas de subsistencia a los pobres.

Qué raro que prefieran viajar todos apretujados a comprarse un coche, pensará más de uno mientras su chofer, quizá orgullosamente nativo de Iztapalapa para el mundo, lo traslada a un restaurante donde conviven, sin tema, quienes desayunaron guajolotas y quienes ordenan hamburguesas wagyu. La Ciudad de México, pues.

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