El señor está feliz, ¡aleluya!
Se va satisfecho. Contento por lo logrado. Tranquilo con su conciencia. Qué maravilla vivir para atestiguar tanta grandeza en una persona, y de paso pre-si-den-te. Lo nunca visto. México, creo en ti si y sólo si te rindes al milagro de esta era, el tiempo de un santo juarista.
Qué tranquilidad da, como gente de a pie, ver a un empleado vanagloriarse por su desempeño. Cuál complejo del impostor ni qué las lagartijas panteoneras. Eso es autoestima, y no pedazos. Tengan para que aprendan cómo sacudirse lo que otros piensen de ustedes.
La ciudad se amuralla estos días, pero seguro es para que su felicidad suya de él no se desparrame por las calles y termine por sepultar de júbilo a los mortales, que viven estos días transidos por un sentimiento encontrado: felices por la felicidad de él, tristes porque el feliz se va.
Qué importa la violencia en Sinaloa, Chihuahua, Michoacán o Nuevo León. Si él es feliz, desgraciados quienes le regatean con minucias como las pilas de muertos sinaloenses, y de otros estados, un momento tan especial, único: su graduación summa cum laude.
¿No les sobrará por ahí una medalla Gabino Barreda? ¿Por qué la UNAM es tan lerda cuando de honrar al mejor presidente mexicano de la historia, qué digo mexicano, del mundo –de hoy y del pasado– se trata? Qué acto de puma mezquindad. Urge marcha de desagravio.
Pero no nos permitiría marchar en su honor. Porque así es él, encima de todo, modesto. Muy humilde. No quiere estatuas, ni calles, ni plazas. Acaso la sombra de una ceiba para escribir nuevas memorias de todo lo grandioso que fue su paso por el poder. Amén.
Qué ingratos los papás de Ayotzinapa. Miren que no creerle a él que se hizo justicia, que ya está la verdad, que la memoria de los jóvenes fue honrada así el gobierno de él haya gastado en tintorería para lavar la imagen al Ejército. Fue el Estado, el de Peña, nunca el de Andrés.
Y qué decir de las madres buscadoras. Todo el sexenio duro y dale con que encuentre a sus hijos. Por qué se afanan en que se haga cargo él. Mejor háganle caso en su prédica, no pidan, den amor como sólo él… sean humanistas y agradezcan los abrazos a criminales.
Qué conmovedor verlo rodeado de las y los gobernadores en un vagón. Cómo harán para que tanta excelencia gubernamental quepa en un tren. Envidia que deben tener en Japón o Alemania. Acá la gente del gobierno es tan capaz que lleva meses en una kermés.
Nunca olvidaremos la lección. Ser el mejor pueblo del mundo es lo que él nos recordó. Qué sepultado lo teníamos. Cuánto complejo neoliberal cargábamos. Nunca más un México donde evaluemos educación o salud. Si él dice que estamos bien, es que estamos requetebién.
Se me termina el espacio y no estoy seguro de haber encontrado las palabras y las oraciones para describir el místico éxtasis de él. Ofrezco disculpas. Fui un loco al creer que podría, desde esta tribuna, estar a la altura de la felicidad irradiada por él.
Me es imposible imaginar cada uno de sus amaneceres. Abrir el ojo y pensar: no me la creo, qué bien lo hice, cuánto avanzó el abasto de medicinas, la calidad de las carreteras, la seguridad de la población, la pujanza de la economía... a donde volteo sólo éxitos veo. Guau.
Abandono el intento. Me rindo a la realidad: viva la felicidad de él y sus criaturas. ¿La de México? Esa qué.