La deriva autoritaria, nacionalista y xenófoba de Polonia inició, paradójicamente, con una promesa de “buen cambio”. El partido Ley y Justicia de los gemelos Kaczyński se abrazó a valores tradicionales de la sociedad polaca, capitalizó el descontento sobre las secuelas de la crisis financiera de 2008 y atizó la indignación contra la corrupción de la otra acera de la clase política. En su abrumadora victoria en 2015 nada dijeron sobre la intención de cercenar libertades, capturar al Poder Judicial o reprimir a la oposición política. Nunca estuvo en el horizonte de la voluntad popular “brutalizar las instituciones” para convertir la democracia en una democradura. Una elección cualquiera para relevar a unos por otros.
En un reciente libro (Democracy erodes from the top, Princeton, 2023), Larry M. Bartels cuestiona la creencia extendida de que la supuesta “ola populista” que arrastra a muchas democracias en el mundo sea consecuencia de cambios significativos en las actitudes de los electores. La mutación iliberal de las democracias, dice Bartels, no es culpa de las masas, sino de las “elites”. En el caso de Polonia, por ejemplo, el arribo electoral de Ley y Justicia se produce con un nivel relativamente alto de satisfacción con el funcionamiento de la democracia. La confianza sobre las instituciones y, en general, sobre la política no era, tampoco, especialmente relevante. Los ciudadanos no clamaban autocracia. No se miraban en el espejo de unos fanáticos.
Las crisis de la democracia son, ante todo, crisis de liderazgo, no una crisis de opinión pública, insiste Bartels. Los resultados electorales tienen más que ver con el desinterés por la política que con actitudes o inclinaciones medievales de los ciudadanos. Los retrocesos autoritarios se producen por estrategias deliberadas de manipulación del debate público y, en particular, por la captura y concentración del poder. Esa imagen de que los electores obtienen lo que quieren es una peligrosa deformación de las responsabilidades básicas de la convivencia plural. La coartada perfecta para infantilizar a las personas. Ley y Justicia se explica más por el vacío de legitimidad de la clase política y por su claudicación a defender los valores democráticos. Por la ausencia de oposiciones eficaces con ideas claras y valentía cívica, no por un mandato popular a desinstalar las razones civilizatorias de la política. Las democracias mueren o sobreviven por la mano de sus dirigentes.
El revés electoral de Ley y Justicia es la prueba de que la democracia reproduce sus propios anticuerpos. Que los electores no son irrefrenablemente irracionales o suicidas. Que el liderazgo importa. La persistente pedagogía sobre las implicaciones de salir de Europa por ingresar al club de los autócratas movilizó a los jóvenes que no quieren aislarse del mundo ni vivir entre fronteras de perjuicios. El coraje de las mujeres que defendieron activamente sus libertades a través del voto contuvo el miedo de oposiciones perseguidas y arrinconadas por un régimen sin contenciones. La construcción paciente de una alternativa política serena que no cayó en la trampa de las polarizaciones. La revitalización ética, didáctica, de una forma digna de coexistir.
Polonia reanima la confianza de que las democracias tienen cura si sus líderes salen, a tiempo, del pasmo.