Etapa de madurez y cosecha, el otoño simboliza también la reflexión, el desapego, la aceptación de cambio, así como la necesidad de soltar y prepararse para el invierno. En esa estación se encuentra la llamada transformación.
A causa de la inseguridad pública y la violencia criminal, la renuncia por soberbia a la política, así como de la ambición descontrolada, la corrupción voraz y la asociación peligrosa con el delito de algunos morenistas y aliados, la pretensión transformadora ha perdido no sólo el paso sino también el equilibrio y, con ello, la credibilidad. La titubeante acción contra esos males ha puesto en duda la idea de continuidad con cambio.
El legado perdió su oropel al grado de empañar el horizonte y, pese a la evidencia, no se percibe la decisión de apartarse de la política emblemática para, aun con los costos, pasar a la política significativa, siendo que la temporada invernal acusa crudeza. Sin ese alto en el camino no habrá por qué quejarse ni sorprenderse de la tempestad en puerta.
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Unas cuantas semanas después del primer año del sexenio empezó el otoño. La transformación perdió fronda, mientras el panorama comenzó a complicarse hasta llegar a la incertidumbre donde ahora se halla con la economía y la política estancadas y la Corte espantando la inversión.
El esfuerzo gubernamental por corregir sin estridencia varios de los postulados políticas, programas y prácticas heredados, así como por atemperar las tensiones y ambiciones de aquellos cuadros y mandos que, con o sin permiso del liderazgo ermitaño, comenzaron a indisciplinarse o a enseñar el cobre no tuvo el tiempo ni la firmeza necesarios para enderezar las cosas.
En tal condición, los reveses, errores, vacilaciones y contradicciones empezaron a aflorar en el oficialismo, acompañados –como es lógico– del asedio de la oposición y la resistencia que, sin propuesta, descubrió una oportunidad en la falta de cohesión de Morena y sus aliados para intentar reposicionarse. Situación agravada por algo cada vez más notorio: la ausencia de operadores políticos, capaces y experimentados en el equipo auténticamente presidencial, para actuar hacia adentro y hacia afuera del movimiento oficialista. Antes de consolidarse, la fuerza hegemónica dejó ver los hilos de la mecha de su probable implosión y la parte ya no luminosa, sino oscura del origen de su poderío.
Esta vez, no es el caso reseñar lo sucedido a partir de mediados de octubre a la fecha, la relación de hechos habla por sí sola y se expresa día a día. Sí es el caso reconocer la agenda y el calendario invernal, al tiempo de subrayar la importancia, quizá, urgencia de tomar decisiones firmes y oportunas, en vez de buscar abrigo o refugio en el continuismo sin cambio.
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La agenda y el calendario pintan un invierno crudo.
La renegociación del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá cuya conclusión resultará determinante para el crecimiento y desarrollo nacional, viene en un marco de adversidad. Muchos de los inversores de allende el Bravo presionan para endurecer las condiciones del acuerdo y tomar ventajas, luego de sentirse agraviados por la política seguida en múltiples áreas por el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador, sin considerar los límites establecidos por la asociación comercial. Y viene, por si algo faltara, cuando el gobierno mexicano está dando muestras de debilidad, ya no de fortaleza. Entre Trump y López Obrador rebota la posibilidad de la actual administración.
Lo curioso del asunto es que, pese a la señalada importancia del curso y destino de esa negociación en la economía y quizá en la política de seguridad –Trump ha vinculado comercio con migración y crimen–, en enero, cuando el frío apriete, aquí se proyecta colocar en la agenda dos asuntos políticos con efecto en las elecciones intermedias. De un lado, la reforma encargada a Pablo Gomez que, hasta donde se sabe, habrá de trastocar el sistema electoral y el modelo partidista. Y, de otro lado, la idea de empalmar aquellos comicios con la consulta de revocación de mandato, convirtiendo las elecciones de 2027 en una enredadera.
El efecto de la reforma político-electoral sobre los partidos aliados a Morena está por verse, pero suena absurdo pretender reducir las prerrogativas y los asientos de la Cámara de Diputados cuando de eso viven los socios de Morena, y falta por ver también la reacción de las oposiciones que, en esa reforma, se podrían estar jugando su propia existencia. El efecto de querer hacer de la consulta de revocación del mandato –de un derecho, no de una obligación– un ejercicio de ratificación de este, complicará el cuadro e, incluso, por cómo marcha la situación podría resultar contraproducente.
La pregunta es si considerando la situación de hoy y teniendo la renegociación del tratado comercial mañana, el gobierno y el movimiento están en condición de emprender dos reformas que sacudirán la estructura del poder y, a la postre, repercutirán en las elecciones intermedias. Dicho en breve, si viendo la tempestad vale la pena salir al escampado.
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El otoño insta a la reflexión y a prepararse para el invierno.
Lo sucedido en la temporada llama a reconocer que, aun con el cúmulo de poder alcanzado, se requiere de la política y no sólo de la fuerza, así como de tomar decisiones de mucho más fondo, reconfigurar el equipo de trabajo y darle perspectiva al gobierno si, en verdad, se quiere, en verdad, estampar el sello propio. Obliga a considerar que el cambio de condiciones –por no decir, el surgimiento de adversidades– lleva a buscar otras rutas y senderos sin que ello suponga cambiar el objetivo. Reclama carácter, no enojo.
El invierno está enfrente.