Los problemas que asedian al país no son pocos ni menores. Como es lógico, la atención se concentra en intentar resolver o, al menos, sobrellevar los más urgentes o importantes a fin de conjurar una eventual calamidad. Empero, se está dejando de advertir y calibrar otros que, a la postre y por su desarrollo, podrían terminar siendo tan apremiantes o determinantes como los primeros.
Esos otros problemas no son de la exclusiva competencia del gobierno federal, sino del conjunto de los partidos políticos e, incluso, de la subcultura política. Ante ellos, no sobraría colocar vigías ajenos a la operación diaria, pero con acceso a quienes deciden, a fin de tomarles el pulso y formular propuestas de solución, antes de tenerlos que encarar como una emergencia. La manía de descuidar los problemas y afrontarlos ya en condición de crisis nunca le ha dejado buenas lecciones al país.
Si, en verdad, se le quiere dar perspectiva al país es preciso otear el horizonte y saber qué hay más adelante, en vez de asombrarse de aquello que siempre estuvo ahí y, cuando se pudo, no se quiso ver.
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No es inusual que, cuando una maquinaria o causa ha sido puesta en marcha, el mando y la tripulación que la gobiernan y conducen suelen concentrarse sólo en el área específica de la cual son responsables y, en tal tesitura, olvidan el sentido y la dirección del conjunto de la misión e, incluso, pierden el rumbo, quedan a la deriva o, cosa común, terminan por confundir el fin con el medio.
Algo de eso está ocurriendo con el gobierno y los partidos. Tan metidos están en lo que hacen hoy que, de pronto, ignoran el mañana y, cuando llega ese día, se sorprenden como si nunca hubieran tenido noticia de él. En fechas recientes, múltiples acontecimientos han advertido la necesidad de considerar dificultades, obstáculos o enredos en puerta o, si se quiere, han hecho evidente la importancia de tener alguien en el puente de mando viendo donde los demás no miran.
Ejemplos de esos sucesos hay muchos. El poder de la naturaleza hizo manifiesto hace unos días cómo puede descuadrar la naturaleza del poder. El relanzamiento de un partido, como Acción Nacional, exhibió la necesidad de contar con una plataforma para hacerlo. La soberbia y la pusilanimidad mostrada las últimas semanas por unos cuantos políticos de Morena han arrastrado al conjunto, poniendo en duda su congruencia. El miedo del priista Alejandro Moreno de asumirse como un político perseguido por cometer presuntas tropelías lo ha llevado a intentar convertirse en perseguido político, abanderando posturas ajenas a su trayectoria y convicción y embarcando en la desesperada aventura a su propio partido. El temor de abusar de la fuerza ante actos de vandalismo reveló la renuncia del gobierno capitalino a la obligación de mantener el orden público y reivindicar el Estado de derecho so pretexto de no reprimir…
Si mandos, operarios y tripulantes del gobierno y los partidos no advierten eso, ya deberían nombrar un vigía porque esos problemas en desarrollo hoy, mañana serán crisis.
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El efecto devastador de las lluvias torrenciales que golpeó con dureza a más de una entidad exhibió, aparte de actos de negligencia y corrupción, una enorme incapacidad por parte de más de un gobernador o alcalde de Morena. Demostró que saben ganar elecciones, pero no conquistar ni configurar gobiernos.
Ante eso, Morena se ha preocupado por formar a esos cuadros en el marco de la ideología del movimiento, pero no en la tarea y el puesto para los cuales fueron postulados. Ese problema ha sido evidente desde hace tiempo y poco o nada se ha hecho al respecto: el movimiento se ha preocupado por ocupar la posición, pero no porque el desempeño en ella convalide su estancia.
De los muchos gobernadores de Morena son contados quienes se han distinguido por ser buenos candidatos y mejores gobernantes. Incluso, los hay que hace tiempo deberían haber dejado el palacio de gobierno.
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Algo no muy distinto sucede con la principal fuerza opositora.
La dirigencia de Acción Nacional relanzó al partido sin tener muy claro adónde ni para qué. No se expuso la reflexión hecha supuestamente a lo largo de un año, para elaborar el tráiler de una película de la cual desconocen y menos han escrito el guion. Más que un pronunciamiento de fondo, Jorge Romero optó por hacer un discurso acompañado de muchas aclaraciones posteriores y ni siquiera estableció si los personajes que el partido encumbró en la Presidencia de la República, son un activo o un pasivo. Se relanzó al partido sin tener muy claro adónde va ir a parar.
Si el panismo no advierte que con fuegos de artificios, videos promocionales y rifa de teléfonos inteligentes será muy difícil reposicionarse en el ánimo ciudadano, más le vale asumir que el problema derivará en crisis en poco más de año y medio.
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Del extravío, la soberbia y la pusilanimidad de los senadores y diputados de Morena –Adán Augusto López, Gerardo Fernández Noroña, Sergio Gutiérrez, Cuauhtémoc Blanco, et a– hay mucho qué decir, pero no vale la pena porque, semana a semana, dan de qué hablar y siguen cómo si nada.
Ya no asombran ellos, sorprende la tolerancia de Morena y el gobierno ante sus desplantes. Asombra que un movimiento con tal cúmulo de poder se muestre incapaz de tomar acción ante ellos, por temor a resquebrajarse. El problema no es la fragilidad de su aparente fortaleza, sino que al cobijar y solapar a personajes de esa calaña incurra en un acto de complicidad.
Si eso ocurre ahora, ni imaginar lo que sucederá mañana cuando el poder esté en juego.
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Son muchos los problemas que el país encara, ello no justifica ignorar las dificultades en ciernes. Más valdría asomarse al futuro, sin quitar los pies del presente.