Si antes, el simple ingreso a Morena suponía una suerte de purificación que borraba malos antecedentes, ahora esa fuerza debería practicar una depuración. Conversos, advenedizos y acomodaticios de viejo y nuevo cuño están provocando estragos en la credibilidad y la legitimidad de la causa que, en principio, ese movimiento postula, impulsa y defiende.
El poder atrae desde luego, pero también desgasta y si no se cuida, dirige y administra adecuadamente abre apetitos, genera intereses y despierta tentaciones que, a la postre, lo socavan. Síntomas de soberbia, abuso, arbitrariedad, corrupción e, incluso, de asociación con el crimen comienzan a aflorar en Morena. Con tal cúmulo de poder, mal no haría el movimiento en abrirse a debatir cuanto está sucediendo en su interior: el supuesto equilibrio entre principios y eficacia que pregonaba su líder se está perdiendo.
Engolosinarse con el poder provoca indigestión política.
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En estos días, el morenismo está volcado en afiliar militantes: diez millones es la meta.
La campaña “Somos millones, súmate a Morena” impulsa la idea de que caben todas y todos y siempre tendrá lugar uno más. Ese objetivo resta importancia a cuatro asuntos clave: recoger lo que se encuentra sin reparar en lo que tiene dentro (en más de un caso, cuadros impresentables); no advertir los síntomas de descomposición que cobran fuerza en su seno; rehuir medidas disciplinarias para conjurar el desvío o la torcedura de propósitos; y eludir el debate interno sobre el estado y la dirección del movimiento.
Más allá de filias y fobias sobre el polémico personaje, el todavía presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, dice sobre Morena lo siguiente, al final de la entrevista concedida a Entredichos de El Financiero TV (http://tiny.cc/hump001): “... nos hace falta un espacio de discusión interno, nuestro, del movimiento. De Morena y de los partidos del movimiento, donde podamos analizar, discutir. El PRD sí tenía esa virtud. Su Consejo Nacional era un espacio de discusión muy fuerte, muy intenso y muy enriquecedor porque te permitía la reflexión de la coyuntura y la construcción de políticas unificadas de dirección. Yo creo que eso hace falta en nuestro movimiento.”
Asimismo, al hablar de los peligros que encara Morena, el senador enlista tres y formula una reflexión: “El sectarismo, la falta de unidad, la soberbia, la arrogancia que es un sinónimo. Esos son los peligros. Yo estoy convencido que la oposición va a salir de nosotros, en nuestro movimiento. Yo espero que pasen muchos años. Yo espero no verlo. Espero que ya me haya chupado la bruja, cuando suceda. Pero yo creo que más temprano que tarde, si no se crea una oposición seria, sólida, pues va a acabar saliendo de nuestro movimiento porque será una parte crítica que reclame algo que no está funcionando bien y que reclame algún trato incorrecto y que, por lo tanto, tenga autoridad moral y política para asumir esa posición. Es que no lo veo en la oposición y nuestro movimiento es tan fuerte, tan grande, tan plural, que ese fenómeno puede darse. Yo creo que tardará, espero, sobre todo si nosotros hacemos bien las cosas. La clave es estar con el pueblo, del lado del pueblo, lo que hace la compañera presidenta. Yo lo hago también, desde hace mucho.”
Ahí está el detalle, expuesto por un cuadro destacado.
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Por si la argumentación sobre los apuros, pendientes y peligros de Morena no bastara, sobran los botones de muestra.
Desde luego, lo recién sucedido con el exsecretario de Seguridad de Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, pone a las claras el asunto y este no se resuelve suspendiendo los derechos partidarios del cuadro en cuestión que, al parecer, enarbolaba la divisa “primero, el crimen”. Menos aún se arregla defendiendo de oficio a Adán Augusto López, que lo llevó al gobierno de Tabasco y presumiblemente supo en manos de quién ponía a la policía o, si se quiere, la inseguridad. Si no se le encubre, se le solapa. Con qué autoridad subirá ahora ese senador a fustigar a Felipe Calderón por haber nombrado a Genaro García Luna, secretario de Seguridad federal.
Ese caso es tan solo uno del largo listado de cuadros que denigran, en vez enaltecer a Morena. ¿La Comisión de Honor y Justicia de ese partido juraría con la mano sobre la tesis de licenciatura de la ministra Yazmín Esquivel que ese escrito no deriva de un plagio y ella merece seguir en el cargo y, luego, presidir la Corte? ¿Es aliada de Morena, la diputada petista Dato Protegido o Diana Karina Barreras que, en complicidad con la magistrada presidenta del Tribunal Electoral, Mónica Soto, obligó a la ciudadana Karla María Estrella a ofrecerle disculpas durante treinta días por supuestamente haber ejercido en su contra violencia política por razones de género?
Y qué decir de la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, que consiguió de la jueza de control interina, Ana Maribel de Atocha, imponer un censor al periodista José Luis González. O de Rubén Rocha que figura, pero no es gobernador de Sinaloa. O de los gobernadores y funcionarios con o sin visa, que prefieren ya no ir a Estados Unidos. O de la magistrada electa y virtual presidenta del Tribunal de Justicia de Tamaulipas, Tania Contreras, que no cesa en su acoso a El Universal y el colega Héctor de Mauleón. O de…
El espacio no da para relatar los abusos y excesos protagonizados por cuadros propios o aliados de Morena ni para advertir cómo, con sus actuaciones, más de un impartidor de justicia cercano al movimiento echa por tierra la reforma judicial que aún ni siquiera se estrena.
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Puede Morena seguir afiliando militantes, recogiendo y solapando cuadros, pero no ignorar los síntomas de una descomposición que reclama ya no purificar, sino depurar.