Si tras su derrota electoral en 2020 intentó un golpe de Estado no es de extrañar que ahora, ante la dificultad de consolidar su gobierno, endurezca la postura con quienes puede y emprenda un peligroso experimento.
No es descabellado suponer que Donald Trump pretende ensayar una carambola de tres bandas: fortalecer su popularidad, militarizando en la práctica el rentable discurso antimigrante; debilitar desde ahora la posibilidad de los demócratas en las elecciones del año entrante; y someter a México a su concepto de seguridad nacional.
El experimento implica riesgos desde luego, pero Donald Trump está más que dispuesto a correrlos. ¿La razón? Trata de salvar su propio pellejo a costa de desollar a otros. Elevar la política del miedo a la del terror en los campos mencionados, o sea, el abuso de poder entraña una paradoja: en el fondo, expresa el no poder y revela la desesperación.
Por eso, el mandatario estadounidense se ha vuelto a quitar el disfraz dejando ver su alma fascista.
...
Es significativo el momento en que Donald Trump resolvió endurecer hasta militarizar la política antimigratoria.
Lo hizo justo cuando su fracaso para imponer la paz en los conflictos de Rusia y Ucrania y en Medio Oriente es inocultable y, sobre todo, cuando los ejes de su gobierno –las políticas arancelaria y fiscal– lo exponen, pese a su jactancia, como titubeante e inseguro. El acrónimo de TACO (“Trump always chickens out” –Trump siempre se acobarda o raja–) con que lo bautizó Robert Armstrong de The Financial Times pegó en el corazón de la soberbia de quien suele descalificar a sus adversarios, apodándoles peyorativamente.
Ser acreedor del acrónimo, es lo de menos. Lo relevante es que el efecto contraproducente de los aranceles en los mercados y la economía ha obligado al mandatario a crecerlos, disminuirlos o prorrogarlos sin, finalmente, consolidar su gobierno. Aunado a ello, las tarifas impuestas a México, Canadá y China por el tráfico de fentanilo son ya materia de litigio judicial. El Tribunal de Comercio de los Estados Unidos los anuló por no exceder el fundamento jurídico y, aun cuando una corte de apelaciones prolongó su aplicación, está en duda su legalidad.
En paralelo, el mandatario no logra convencer de su “gran y hermosa ley fiscal”. Ese presupuesto ha encontrado resistencia entre algunos legisladores republicanos y terminó por quebrar la colaboración de Elon Musk con Donald Trump. El multimillonario lo calificó de “repugnante” esa política. El mejor aliado se convirtió en el peor adversario. Todo lo anterior, sin mencionar el tufo de corrupción que ya despiden muchas de las operaciones, acciones y actitudes asumidas por el mandatario.
Así, a casi medio año de acceder al poder, el mandatario no ha logrado consolidar esas políticas y, con ellas, su gobierno. Tal es el contexto del endurecimiento de la política antimigratoria con tinte racista y xenófobo desplegada ahora por Trump y que, increíblemente, es bien vista no sólo por la base social que lo soporta, sino también por un sector que lo aguanta.
...
Desde esa perspectiva es comprensible que el presidente estadounidense busqué sobrexplotar la política antimigrante, la única donde puede presumir resultados.
El atrincheramiento en ese espacio, sin embargo, no sólo es para tender una cortina de humo sobre el no poder consolidar su gobierno, sino también para alcanzar otros objetivos hacia adentro y hacia afuera. Hacia dentro y como dicho, fortalecer su popularidad, golpear a los demócratas en la ruta hacia los próximos comicios y establecer claramente que, pese al riesgo de perder mano de obra fundamental para la economía, esas manos no serán morenas.
Hacia afuera –por no decir, hacia México–, tal parece que Trump busca eslabonar la migración, el tráfico de drogas y el presunto vínculo de los cárteles criminales con el gobierno en la cadena o el concepto que tiene sobre la seguridad nacional de Estados Unidos. En la estrategia de empaquetar los problemas y no de separarlos, el denominador común de esos tres asuntos es la militarización de la frontera, de la persecución y deportación de los migrantes, así como de “la ayuda” ofrecida a México contra los cárteles criminales, ya declarados grupos terroristas. Punto en común al cual se agregan los reiterados avisos manifiestos o velados del convencimiento de la alianza de gobiernos o funcionarios mexicanos con el crimen. Desde la óptica del gobierno vecino, México es un problema de seguridad nacional para Estados Unidos.
En ese marco, sólo así se explica el cínico consentimiento del presidente Trump ante la irresponsable acusación de la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, contra la presidenta Claudia Sheinbaum señalándola de instigar la resistencia violenta en Los Ángeles. Eslabonan el propósito de someter al gobierno mexicano a su concepto de seguridad nacional y de obligarlo actuar en consecuencia o de asumir las consecuencias.
El endurecimiento de la política antimigratoria desvanece sin resolver el problema de la inconsistencia del gobierno estadounidense, al tiempo de avanzar en otros campos. El no poder lleva con frecuencia a ejercerlo con dureza donde y con quien sí se puede. Por lo visto, Donald Trump está dispuesto a hundir la relación bilateral con tal de sobrevivir a su propio y eventual naufragio. La grandeza pretendida tiene por base una bajeza.
...
Qué es capaz de hacer Donald Trump está claro. El punto a dilucidar es qué se debe y puede hacer para remontar la situación en que se encuentra el gobierno y al país. Se trata de una emergencia, imposible de superar con aclaraciones en la mañanera o pleitos en el Congreso. Reclama tomar decisiones y actuar en serio, asumiendo los costos.