Sobreaviso

Digerir y administrar el poder

La falta de pericia y oficio del gobierno y Morena para administrar y operar el poder con que cuentan avisa de la pérdida de perspectiva y conciencia del momento. Asombra.

El gobierno y Morena están aún en condición de presumir y ejercer con ostentación el cúmulo de poder legítimamente obtenido y turbiamente aumentado, pero ya no de ignorar la falta de pericia y oficio para administrarlo, proyectarlo e imprimirle un sentido democrático y social profundo.

A seis años y medio de la hazaña de conquistar ese poder y luego ratificarlo con creces, al tiempo de anular o doblegar a actores y factores que reconocían el hecho, pero resistían la consecuencia, la autollamada Cuarta Transformación sigue con la tarea pendiente. No acaba de elaborar planes y fijar metas, como tampoco de diseñar y dominar procesos a fin de consolidar el denominado primer piso e iniciar el segundo, en el ánimo de asegurar un proyecto alternativo de largo alcance y duración sin avasallar la democracia.

Lejos de eso, algunos cuadros y mandos importantes de esa formación se han engolosinado. Tanto poder ha despertado en ellos una suerte de gula y voracidad por echar mano de él a capricho o, peor aún, por apropiarse de alguna parcela en su beneficio. El poder los ha deslumbrado, y más de uno se ha mareado. Así y sin la habilidad para digerir, ejercer y aprovechar el poder, esa fuerza comienza a mostrar fisuras o excesos, a complicar en vez de resolver problemas e, incluso, a celebrar hasta los errores, como de seguro, lo hará el domingo, cuando los ilusione la idea de haber hecho suyo el Poder Judicial que les faltaba, tras haber liquidado, fusionado o neutralizado otros contrapesos, como lo fueron los órganos constitucionales autónomos.

No de inmediato, pero sí antes de lo imaginado –sobre todo, si la economía se mantiene estancada–, el gobierno y Morena se verán en la necesidad de rendir cuentas no sólo ante sólida base social que los respalda, sino también ante sí mismos. Explicar, cómo diciéndose un movimiento democrático de izquierda con inusitado poder, no han sido capaces de concebir e implementar políticas públicas viables para sustituir las instituciones que, hace ya casi dos décadas, su líder histórico mandó al diablo.

Cambiar las ruedas de un ferrocarril en marcha es difícil, pero quitarlas sin colocar otras es imposible.

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El movimiento en el poder puede justificar en dos eventos –ayer, la pandemia; hoy, el megalómano del norte– la dificultad de consolidar el primer piso de su proyecto y echar los castillos del segundo. Le queda ese recurso, pero insistir en que el pasado complica el presente y empaña el futuro ya no da más. Se abusó de ese argumento.

Pese a la circunstancia, la responsabilidad de generar la expectativa de ir por un cambio de régimen político y un ajuste radical del modelo económico neoliberal sin romper un vidrio recae con todo su peso sobre ellos y, por la concentración del poder, particularmente en la jefa del Ejecutivo. Si hace cinco años no se dimensionó el doloroso y fatal efecto devastador de la pandemia y se siguió el guion mal hecho de la transformación, ahora no se acaba de calibrar la fragilidad de la economía nacional ni el peligro que entraña el bárbaro del norte y se actúa como si ello no reclamara replantear a fondo la continuidad con sello propio.

Si ese es el entendimiento del momento y tal es la lógica de la actuación, es comprensible que el gobierno y Morena aun lancen cuetes en festejo del pretendido cambio de régimen y el ajuste del modelo económico, pero no justifica que no adviertan cómo se acumulan varas en el suelo.

La celebración de la posibilidad no oculta la realidad. Desconectar la política local de la regional o global obliga a no descartar un resbalón con visos de catástrofe. En ese vértice, es donde es preciso ubicar la elección judicial que, sin concebirla como la coronación de la dictadura constitucional o de la democracia ampliada, por naturaleza y por lo pronto provocará la parálisis del Poder Judicial y profundizará la incertidumbre que, en estos días, es elemento clave de la estabilidad.

Nomás falta que, así como se quiso sanear la compra, el abasto y la distribución de medicamentos dando lugar no a una solución, sino a un nuevo problema aún hoy irresuelto, desmantelar la estructura del Poder Judicial sin tener claro su replanteamiento se convierta en el dolor de cabeza de este sexenio, siendo que el acceso a la justicia y la certeza jurídica son valores fundamentales del Estado de derecho y la democracia.

Por eso, urge reparar en el momento. Sí, importa reconocer y recorrer una y otra vez el territorio a ras de suelo, pero también sentarse y reflexionar con seriedad en el escritorio. Moverse y removerse en un mismo sitio, quizá, sostiene la popularidad, pero no lleva a ningún lugar.

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Cada vez es más notorio cómo se tambalea el supuesto de proyecto de nación impulsado por el anterior y el actual gobierno y cómo se reblandece la cohesión en Morena.

Más de un proyecto, política, empresa y obra del gobierno anterior está sujeto a una callada, pero manifiesta rectificación, ansiando no irritar a los leales a ciegas de Andrés Manuel López Obrador. Más de un aliado de la llamada Cuarta Transformación saliva por elevar su cuota de poder y disfrutarla, sin preocuparle la tensión y confrontación que provoca. Más de un advenedizo ha incorporado Morena en la gana constituirse en una fuerza hegemónica sin advertir que eso lo debilita. Y con más de un desaire o desplante, mandos relevantes han desafiado a la autoridad presidencial, avisando de falta de operadores y anunciando conflictos.

Si el gobierno y Morena no cobran cabal conciencia de la circunstancia, revisan el ejercicio y la administración del poder y definen el plan a seguir, más adelante les resultará imposible explicar cuándo perdieron la perspectiva y cómo fue que despilfarraron tal cúmulo de poder.

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