Invocar la unidad y actuar separados es una incongruencia. Y tal absurdo se presenta como el vínculo entre el gobierno y Morena.
Justo cuando desde Estados Unidos arrecian los señalamientos acusando en México una “alianza intolerable” entre política y delito sin ocultar la tentación de disolverla directa y unilateralmente, dirigentes y cuadros de Morena se esmeran en darle la razón al vecino. Las fotos de Andrés López Beltrán entregando su credencial de militante al todavía gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha, o la de Gerardo Fernández Noroña y Adán Augusto López cobijando a su nuevo camarada, el expresunto delincuente Miguel Ángel Yunes, parecen decir: “están con nosotros y háganle como quieran”.
Esas estampas constituyen una provocación al bárbaro del norte, un desafío a la presidenta Sheinbaum y una grosería a quienes en el movimiento no han perdido la noción del sentido del poder ni el equilibrio. A ese paso, a ver si la dirigencia de Morena no postula a Cuauhtémoc Blanco, otro nuevo compañero, como embajador de México en Washington, en vez de desaforarlo. Llamar a la unidad, al tiempo de vulnerarla es sembrar vientos en temporada de huracanes.
La peor es que no se advierten operadores del gobierno ni del partido capaces de sintonizar la actuación ¿Quiénes llevan de un lado y del otro esa relación, considerando que la mandataria pidió licencia para apartarse de Morena? Esa falta de operación plantea un asunto delicado: ¿Morena condiciona su apoyo al gobierno? ¿Es tensa la relación entre ambas entidades?
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En el afán de conservar y aumentar el exorbitante cúmulo de poder obtenido, Morena pierde la perspectiva y el sentido de realidad, mientras arrumba los principios y minusvalora a los poderes fácticos. Siendo joven sufre ya de miopía.
La dirección del movimiento actúa con un pragmatismo propio de las formaciones que ansían acceder al poder, pero no de aquellas que lo ejercen sin contrapesos y con excesos. Síntoma de ese giro, las fotos que divulga: no afilian o credencializan militantes en plazas públicas, sino reciclan cuadros impresentables en palacios, salones y oficinas. La imagen de la acción política privilegia el escritorio no el territorio, el piso pulido no el sendero, los intereses no las convicciones. Por eso, quizá, al mostrar su credencial morenista, Miguel Ángel Yunes, declara sentirse en casa, aunque se queja de maltrato.
Lo más grave de ese desplante partidista es que ignora la peligrosa circunstancia por la cual atraviesa el gobierno… y el país. La economía se desacelera, las finanzas públicas son frágiles, el crecimiento cae, la imposición de aranceles a las exportaciones aterra y, así, la continuidad del proyecto, los programas, las obras y la política social se tambalean. La reforma del Poder Judicial tropieza de a tiro por episodio y, en su fracaso o fraude, arrastra al tribunal y el instituto electoral. Los exprecandidatos presidenciales de Morena, hoy coordinadores parlamentarios, actúan anteponiendo intereses personales o grupales. Las iniciativas contra la reelección y el nepotismo llevaban una carga implosiva. El crimen transnacional constituye un problema de seguridad nacional para el país y Estados Unidos. Y, sobre todo, el gobierno y socio vecino despliega con vesania e inaudita arrogancia la diplomacia de la extorsión (no sólo en contra de México, por cierto), dando palos con uno que otro caramelo y siempre haciendo sentir que trae en la mira a criminales y políticos asociados en estas tierras…
Tal es la circunstancia y, pese a ella, la dirigencia de Morena se conduce como si nada ocurriera y todo fuera ir por más, aun provocando conflictos internos. Sin querer o adrede, en vez de ensanchar el margen de maniobra de la presidenta Claudia Sheinbaum, el partido lo estrecha.
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El momento obliga a defender la soberanía ante la hostilidad extranjera, sí, pero también a rescatarla del crimen y a romper sus ligas con la política. No se puede defender aquello que se ha perdido en más de una región. La hazaña de realizar esa doble operación por parte del gobierno y Morena se ve afectada por tres factores.
El desprecio por los contrapesos le provocó una indigestión de poder a la administración y al partido, olvidándose de la política. No supieron encontrar en la resistencia puntos de apoyo y equilibrio y, en tal condición, terminaron por trasladar las diferencias al interior de la argamasa que integran, dejando ver el peligro de una implosión, justo cuando requieren de cohesión para dar un solo frente.
Tanto el presidente anterior como la actual se entramparon en la idea de abdicar –así no fuera cierto– de su militancia partidista, queriendo mandar el mensaje de gobernar para todos. Eso, sin embargo, no existe. La corrección política obliga a decirlo, pero los mandatarios responden a su plataforma ideológica y programa político, así como a la base electoral que los empodera. Jugar con la otra idea es dejar suelto o en la orfandad al partido. Hoy Morena carece de liderazgo o jefatura. Si la presidenta insiste en guardar distancia ante el movimiento, debería tener quien la represente ante él y lleve la relación.
Con tal cúmulo de poder, asombra que Morena afilie o cobije a impresentables de manera indiscriminada. Requiere depurar, no contaminar sus filas, sobre todo, siendo que entre las viejas y las nuevas adquisiciones hay más de un candidato al distrito de Almoloya de Juárez o al de Puente Grande. No toda la basura es reciclable.
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Si gobierno y partido no sintonizan su actuación ante la difícil circunstancia en que se encuentra el país, más de un susto les va a pegar el bárbaro del norte sino es que se lleva o exhibe a más de uno de los cuadros que debería estar tras las rejas.