Estrictamente Personal

Los cinco López

Cada etapa de la saga de los López ha dejado un saldo negativo para México. Ni la retórica moral ni los discursos de transformación del México actual han bastado para frenar el legado de despojo institucional.

En nuestra historia hay dos López de pésima fama y memoria: Antonio López de Santa Ana, que entregó poco más de la mitad del país a Estados Unidos, y José López Portillo, el nepotista cuyos despilfarros provocaron el colapso de la economía. En nuestro presente hay otros tres López que están dominando la agenda de la discusión política nacional: Adán Augusto López, Andrés Manuel López Beltrán, más conocido como Andy, y Andrés Manuel López Obrador. Los dos primeros están metidos en un pozo de problemas, mientras que el tercero es el político invisible que todos ven.

López de Santa Ana fue el arquetipo del caudillo que hizo negocios al amparo del poder, que ejerció el poder de manera teatral con caprichos en un país que consideraba su botín. López Portillo, nepotista confeso y cínico, fue tocado por la soberbia mientras permitía la corrupción de sus amigos y prometía la riqueza para todos. De los tres López restantes, con quienes estamos viviendo la misma época, la construcción de su historia está en proceso. Pero los une no sólo el apellido, que sería lo de menos en un país que lo tiene entre los cinco más comunes, sino su estilo de gobernar por cuotas familiares y políticas, donde se privilegia la lealtad por encima de la capacidad, disfrazada con frases grandilocuentes.

López Hernández y López Beltrán todavía no tienen su talento retórico, pero son herederos de lo demás. Para el todavía coordinador de Morena en el Senado, el mes que está cerrando es probablemente el peor en su vida, al estar siendo presionado desde el interior del régimen –sobre todo por las plumas del régimen– para que deje de convertirse en un lastre para el movimiento y un puñal en el corazón del gobierno de Claudia Sheinbaum. Andy, el secretario de Organización de Morena, que presume ser quien lleva sobre su espalda el legado de su padre, fue descubierto por una cámara indiscreta en un hotel en Tokio –situado entre los tres más caros de la capital japonesa–, vacacionando mientras su partido organizaba el trabajo territorial que debía encabezar.

El primero no logra ponerse a resguardo del huracán categoría 5 que trae sobre la cabeza, y el segundo, que corrió para que nadie lo viera al otro lado del mundo, quedó expuesto por alguien que alumbró su ratonera de lujo. En Palenque se encuentra el otro López, el Obrador, que está viendo cómo la ruta para volverse eterno que diseñó tres años antes de dejar el poder –acomodando su sucesión, decidiendo quién lo sustituiría, cómo repartiría el poder entre los perdedores, quienes serían las albaceas de sus políticas, y vestir en verde oliva a los garantes que evitarían desviaciones de sus caprichos– está siendo demolida.

Morena está revolviéndose en sus conflictos internos y choques de poder, con los hilos sueltos por todos lados, que los efectos se galvanizaron por la información que no deja de brotar como pus en la piel del senador por su relación con Hernán Bermúdez Requena, a quien, como gobernador de Tabasco, nombró secretario de Seguridad, desde donde construyó un imperio criminal asociado con el Cártel Jalisco Nueva Generación desde Chiapas –que gobernaba el cuñado del senador, Rutilio Escandón– hasta Tamaulipas. El caso de Bermúdez Requena toca también al sucesor de Adán Augusto, Carlos Merino, funcionario del actual gobierno, y un hombre incondicional de López Obrador, protector también de Andy.

No deja de ser una paradoja que estos caminos lleven a su finca, porque López Obrador, de acuerdo con funcionarios del gobierno de Sheinbaum, está muy molesto con su hijo y con el senador. La molestia, señalaron, tiene que ver con los abusos en el uso patrimonialista del dinero. El presidente emérito tiene una moral bipolar, donde sí existe corrupción, pero el dinero va fundamentalmente a su causa política –como tantas veces lo hizo él desde los 90–, no es un acto ilegítimo e inmoral. Pero si el dinero llega exclusivamente a los bolsillos de los suyos, es un pecado capital. Según la información que ha trascendido, esta es la razón del cambio de humor y tenor con su hijo y con quien llama “hermano”.

¿Qué va a pasar? En la prensa política, afín al régimen, neutral o crítica, el consenso es que Adán Augusto es un fusible quemado que vive horas extras. Y sobre Andy, varias plumas obradoristas han deslizado que no parece tener la madera ni la vocación para llevar el legado de su padre. La incertidumbre no pasará sin costo. Entre más se mantenga la indefinición sobre el futuro inmediato, más aumentarán los lastres para el gobierno y el desgaste de la presidenta.

Desde la pérdida de la mitad del territorio nacional en 1848 hasta la crisis de la banca en 1982, el discurso moral se convirtió en un traje a la medida para el engaño, el apellido López ha sido emblema de accesos rápidos al poder y desenlaces funestos para México. Hay en esta saga de los cinco López un hilo conductor: la ambición desmedida, el utilitarismo político y el desprecio por las instituciones que sostienen la República, convenientemente respaldado en los tiempos actuales, por silencios y complicidades en el gobierno y el partido.

Un recuento telegrafiado de los cinco López lo integran territorios vendidos, devaluaciones devastadoras, bancos estatales nacionalizados, contratos asignados a su círculo privado, corrupción y ascensos amañados a partir del amiguismo. Cada etapa de esta saga ha dejado un saldo negativo para México. Ni la retórica moral ni los discursos de transformación del México actual han bastado para frenar el legado de despojo institucional.

Hoy, más que apellidos, importan los mecanismos. En ese espejo, los tres López contemporáneos se reflejan como herederos directos de aquel caudillismo y priismo que prometían grandeza y dejaron miseria. El verdadero reto está en un análisis autocrítico del régimen, no sólo con la visión cortoplacista de mantener el poder en la siguiente elección, sino para reconstruir las reglas de juego que hagan inviable el nepotismo, el pacto de impunidad y el saqueo sistemático. De lo contrario, el apellido López continuará siendo en la política, por generaciones, sinónimo de la gran oportunidad de servirse, no de servir.

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