En cuestión de minutos, la atención sobre la Cumbre del G7 en Kananaskis, en las montañas rocosas de Canadá, se perdió para México. Mientras la presidenta Claudia Sheinbaum llegaba a Calgary, a 90 kilómetros de ahí, el presidente Donald Trump preparaba su abrupto regreso a Washington para atender la crisis en Medio Oriente.
Por toda la información pública disponible, Sheinbaum se enteró por los medios que se cancelaría su primer encuentro cara a cara con él, previsto para el martes por la tarde. El interés se evaporó tan rápido como su equipo trató de disfrazar el impacto negativo por el no-encuentro. La propaganda desplegada mostró la preocupación que esa cancelación podría provocar a su imagen. Rápidamente, la Presidencia distribuyó una lista con todas las reuniones programadas para el martes que fueron canceladas y ratificó que Sheinbaum mantendría el resto de su agenda.
Sólo en Australia, otro de los líderes que no pudo ver a Trump, emergió también el revés político que sintieron con la cancelación de su reunión, en donde el primer ministro Anthony Albanese había visto el encuentro como una oportunidad para construir una relación con él.
Un analista en el influyente diario Melbourne Age dijo, capturando el momento, que el revés revelaba el lugar que tenía Australia en la mesa de los grandes.
Sheinbaum ni nadie que fue al G7 podía haber hecho nada para evitar el regreso de Trump a la Casa Blanca, quien llegó directo al Situation Room para recibir toda la información de Medio Oriente y decidir si interviene Estados Unidos en la solución final del conflicto entre Irán e Israel, como lo dijo textualmente.
Pero si bien no es culpable de ello, sí es culpable de que mientras todo esto se estaba cocinando en Kananaskis, ella estuviera viajando a Vancouver y esperando en la escala un vuelo a Calgary, a donde llegó unas 11 horas después.
La presidenta decidió viajar en un vuelo comercial a Calgary, y de ahí, trasladarse a Kananaskis posiblemente por tierra, para ser consecuente, para un recorrido de alrededor de 90 minutos, hasta el martes. ¿Por qué voló la presidenta Claudia Sheinbaum a Canadá en línea comercial si en sus recorridos aéreos en México utiliza aviones de la Fuerza Aérea Mexicana? La sencillez es una máscara que esconde su propaganda. Volar en línea comercial no iba a proyectar positivamente su imagen ante el resto de los líderes del G7. Mostrar a la gradería mexicana que no es una gastalona, que no viaja con privilegios y que por eso voló en clase turista, es una falsedad.
Visto desde el lado económico, Sheinbaum pagó por el boleto redondo en Air Canada 812 dólares más impuestos. Viajó acompañada por un número no revelado de colaboradores. ¿Dos? ¿Tres? Calculemos a la baja: 4. El costo estimado fue de tres mil 248 dólares más impuestos. Su comitiva, que incluía a tres secretarios de Estado más su equipo de apoyo, no voló con ella. Pero para efectos de argumentación, asumamos que en el extremo de comitiva más apoyo, viajaron 10 personas. El costo de sus boletos habría rondado en los ocho mil 120 dólares más impuestos. Pero ninguno de ellos viajó con la presidenta. Hay información no desmentida que viajaron en un avión Gulfstream de la Marina, cuya matrícula es ANX-2012, lo que es un poco extraño. El designador AN, por Aeronáutica Naval y X de mexicana, se refiere a un avión de uso estrictamente militar, aunque también sirve de transporte, pero el Gulfstream es un jet privado de lujo.
Si viajó la comitiva en un avión de la Marina, toda vez que iba a realizarse el gasto, ¿por qué no lo hizo también la presidenta? Por mera simulación, se puede argumentar. Si viajaron en un jet ejecutivo de lujo de la Marina, se puede comparar con los costos que tiene la Fuerza Aérea Mexicana, que dependiendo del modelo, cuesta de siete mil a 12 mil dólares la hora. Para tener una referencia, un jet ejecutivo para 10 personas cuesta tres mil 500 dólares la hora aproximadamente, por lo que el viaje redondo tiene un costo de 42 mil dólares, mientras que en un avión militar mexicano, al mínimo costo, sale al doble.
Si todos en la comitiva de Sheinbaum hubieran viajado en avión comercial, habría salido más barato. Pero si el ahorro hipotético de toda la comitiva de 14, contra un vuelo privado, hubiera sido de 22 mil 736 dólares, ¿432 mil pesos bien valen la farsa de austeridad? En absoluto. La presidenta estuvo desconectada o con comunicación limitada unas siete horas, que fue lo que duraron los dos vuelos comerciales. Más allá de su seguridad, ¿cuánto nos costó a los mexicanos que dejara de gobernar o tratara a susurros asuntos de Estado en público?
No se puede calcular en pesos y centavos, pero sí en desaprovechamiento de oportunidades. Sheinbaum no estuvo en Kananaskis el lunes, donde Trump pasó todo el día, ni tampoco su equipo, que llegó unas siete horas antes, pero no salió de Calgary. No interactuaron en el G7 ni tuvieron encuentros fortuitos, como pasó con el primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, cuya bilateral de este martes fue cancelada, pero que platicó el lunes con Trump, y como dijo a la prensa de su país, acordó continuar fortaleciendo la alianza militar Indo-Pacífico, que era el tema central que llevaba Albanese a su reunión.
Sheinbaum llevaba asuntos sustantivos con Trump –aranceles, fentanilo, migración y redadas–, pero al cancelarse el encuentro necesitaba políticamente un gesto para consumo interno. Pudo haberse negociado un saludo y una fotografía con él, o buscado una declaración del secretario de Estado, Marco Rubio, que abriera la posibilidad concreta de reagendar el encuentro, o una señal que reflejara que México, como socio norteamericano, tenía un trato diferenciado. Nada de eso. No tuvo capacidad de reacción. Era muy complicado. Estaba volando en Air Canada. Ayer por la mañana, al salir del hotel en Calgary, un reportero de Bloomberg le preguntó sobre la cancelación del encuentro con Trump. “Ya habrá otra oportunidad”, respondió. En algún momento, en algún lugar, pero no como en este, neutral y a salvo de emboscadas.