Durante décadas, el sueño dorado de toda empresa ha sido tener muchos clientes. Atraerlos, conquistarlos y fidelizarlos ha sido el eje de innumerables estrategias comerciales, campañas publicitarias y discursos de ventas. Sin embargo, en los tiempos que corren, ese sueño ha dejado de ser suficiente. Hoy, fidelizar al cliente ya no es el único reto crítico, retener al talento humano se ha convertido en una urgencia igual o incluso mayor.
Vivimos una transformación silenciosa pero profunda. Por un lado, los consumidores están cambiando. Cada vez más, sus decisiones de compra no se basan únicamente en el precio o la calidad, sino también en los valores que las empresas representan, cultivan y practican. Buscan marcas que no solo vendan, sino que también cuiden el medio ambiente, respeten los derechos humanos, se pronuncien ante las injusticias sociales y se rijan por una gobernanza ética y transparente.
Esta presión social ha empujado a muchas compañías a redefinir sus prioridades. Lo que antes se consideraba “activismo empresarial” hoy es una necesidad estratégica. En muchos casos, el compromiso con causas sociales, políticas y ambientales ha pasado de ser una opción a ser una exigencia para competir en un mercado cada vez más consciente y exigente.
Pero hay otro factor que está reconfigurando la lógica empresarial y está generando cambios radicales: los propios empleados.
Hoy los colaboradores ya no solo buscan un salario competitivo o un ascenso eventual. Buscan sentido, pertenencia, coherencia. Quieren trabajar en organizaciones que reflejen sus valores personales, que ofrezcan entornos saludables, culturas inclusivas y propósitos que vayan más allá del balance financiero.
Según la encuesta “El Futuro del Trabajo” de Forrester, la afamada firma de investigación de mercados y consultoría, realizada en 2021, el 41% de los empleados planeaba buscar un nuevo empleo en los siguientes 12 meses. Este dato revela una realidad inquietante: la volatilidad laboral no es solo un fenómeno generacional, es una señal clara de desalineación entre lo que los empleados esperan y lo que las empresas ofrecen.
Frente a este nuevo panorama y con semejante éxodo de colaboradores, la construcción de marca, tradicionalmente enfocada en atraer consumidores, debe ampliarse y evolucionar. Hoy, tan importante como tener una marca que enamore al cliente, es tener una cultura organizacional que enamore al empleado.
La empresa que solo piensa en sus clientes y descuida a su gente está construyendo sobre cimientos frágiles. En cambio, aquellas que se convierten en lugares deseables para trabajar, donde el talento se siente valorado, escuchado y motivado, tienen más posibilidades de ser también preferidas por los consumidores. Porque hoy, más que nunca, clientes y empleados hablan entre sí, se influyen mutuamente y comparten la misma conversación sobre lo que una empresa es y representa.
En este contexto, fidelizar al cliente y al colaborador ya no son dos estrategias separadas, sino partes de un mismo esfuerzo: el de construir una organización auténtica, coherente y humana. Ese es el nuevo sueño empresarial. Y, aunque no es fácil, vale la pena perseguirlo.