Apenas unos días después del anuncio del presidente Donald Trump sobre la imposición de nuevos aranceles y barreras al comercio internacional, el mundo ha entrado en una espiral de tensiones económicas y políticas que recuerdan los peores capítulos de la historia moderna. Las bolsas de valores han reaccionado con una caída en picada, superando incluso los desplomes del 2020 durante la pandemia. Y si bien ningún sector sale ileso, las energías limpias enfrentan un escenario particularmente desafiante.
Muchas voces califican de locas e insensatas estas decisiones unilaterales que solo llevan al caos y no parecen tener solución en el corto plazo, pero aún no aparece en la escena global un líder que pueda detener al mandatario estadounidense.
En un momento en el que la humanidad necesita acelerar su transición hacia fuentes renovables para frenar el cambio climático, la nueva guerra comercial amenaza con poner freno a ese impulso. Los proyectos de energía solar, eólica y otras tecnologías verdes requieren de cadenas de suministro globales, inversiones millonarias y horizontes de recuperación a largo plazo. Y nada les afecta más que la incertidumbre.
El índice de incertidumbre de política económica ha alcanzado niveles que no se veían en décadas. Esto es un golpe directo a la planeación financiera y al apetito de riesgo de los inversionistas en energías limpias. En un entorno donde paneles solares, turbinas eólicas, baterías y componentes clave provienen de múltiples países, principalmente China, Alemania y otras potencias tecnológicas, cada nuevo arancel se convierte en un obstáculo que eleva los costos, retrasa proyectos y pone en pausa decisiones estratégicas.
Las empresas del sector están acostumbradas a navegar aguas turbulentas. Han resistido crisis financieras, retrocesos regulatorios y guerras de precios. Pero lo que hoy enfrentan es distinto: un tsunami de políticas proteccionistas, mezclado con una narrativa política agresiva que desprecia los compromisos ambientales internacionales y que, en el fondo, privilegia el carbón y el petróleo en nombre del “interés nacional”.
México se encuentra en una posición delicada. Apenas comienza a implementar una nueva reforma energética que no ha terminado de asentarse ni de entenderse del todo. El país depende de tecnología e inversión extranjera para desarrollar sus capacidades en renovables. Si se restringe el acceso a componentes más baratos del extranjero o se encarecen los insumos por aranceles, los proyectos locales podrían volverse inviables o no competitivos frente a fuentes fósiles subsidiadas.
Además, el país está atrapado entre dos fuegos: por un lado, debe mantenerse atractivo para los capitales estadounidenses, y por otro, necesita diversificar sus alianzas para no quedar rehén de las decisiones unilaterales de Washington. La paradoja es evidente: justo cuando el mundo necesita cooperación internacional para salvar el planeta, algunos líderes deciden levantar muros comerciales.
En este nuevo tablero geopolítico, donde la energía se mezcla con ideología y proteccionismo, las energías limpias no sólo deben competir en el mercado, también deben sobrevivir a la política. El riesgo más grande no es perder rentabilidad, es perder tiempo. Y en la lucha contra el cambio climático, el tiempo es un lujo que ya no tenemos.