La Fiesta Está Viva

Gracias, maestro

Su vida ha sido la representación total del toreo: el sueño que comienza con un niño que siente en sus entrañas el arte de torear, cuyo cuerpo, proporción física y mente están conectados al arte supremo.

En usted, Maestro, descubrí la profundidad de este arte de locos y para locos. Donde sobran las palabras, estorban los elogios y aburre la ignorancia. Foto: Arjona — Habrá de pasar el tiempo para dimensionar su paso por el toreo. En primera persona le agradezco, desde lo más íntimo de mi alma, haber sido usted el hilo conductor de mi manera de entender, sentir y vivir el toreo.

En usted, Maestro, descubrí la profundidad de este arte de locos y para locos. Donde sobran las palabras, estorban los elogios y aburre la ignorancia. En su silencio encontré la explicación del porqué, del cómo y de la esencia. Pocas, pero geniales palabras; profundidad en los conceptos y humildad en la grandeza.

Su vida ha sido la representación total del toreo: el sueño que comienza con un niño que siente en sus entrañas el arte de torear, cuyo cuerpo, proporción física y mente están conectados al arte supremo. En el andar de ese sueño se sufre, se goza, se llora y se ríe. La sangre es un peaje que ustedes, los toreros, deben pagar. El suyo ha sido inmenso; no solo de sangre, aunque la ha derramado, sino de un dolor más duro y profundo.

El toro fue la herramienta para deambular por los entresijos de su mente. Con su dolor nos hizo gozar; en su incansable búsqueda le acompañamos, muchas veces sin conocer el camino. Con la humildad de los grandes asumió su grandeza. El tiempo, el toro y el toreo lo fueron comprendiendo.

Esta última temporada ha sido la recompensa a tanto sufrimiento padecido, para que los mortales fuéramos, por fin, conscientes de su valor como torero.

Sus formas y sus maneras ahí quedan, rotundas. Tan fuertes, que sobran las palabras. Su genialidad fue la entrega total al toreo bien hecho, con la verdad absoluta del valor de colocarse únicamente donde la magia puede surgir. Todo lo demás siempre sobró.

Consiguió, Maestro, señalar al mundo del toro el rumbo correcto a seguir. Profesionales y público solo podemos continuar en esa incansable búsqueda del sentimiento, ese que no todos consiguen provocar y que no todos pueden percibir.

Sus lágrimas al quitarse el añadido me provocaron un profundo nudo en la garganta: la emoción que nace de la admiración. Lágrimas de un hombre que ha cumplido el sueño de aquel niño; un sueño que no buscaba su camino en la estadística, sino en la verdad que, hasta ahora, nadie había sido capaz de explicar sin palabras.

Grandes figuras han escrito la historia del toreo. Compararlos es absurdo; admirarlos, un deber. En usted veo la amalgama perfecta de distintas épocas, de diferentes embestidas y de la absoluta libertad para enfrentarlas.

Calló usted en silencio las amargas bocas que profanaron su búsqueda. Borró la tinta de los insensatos que, por no saber ver, cayeron en el absurdo de intentar denostar su entrega.

Comenzó el 2025 con la vera del camino encontrado. Se le notó pleno y feliz, incluso en los momentos difíciles. Su consumación como máxima figura del toreo llegó esta temporada, liderada por usted, con infinidad de mensajes directos e indirectos; con la perfecta imperfección de su toreo, el homenaje a los grandes del pasado y los cimientos para dejar un futuro sólido a quien sea capaz de entenderlo.

Su adiós, el 12 de octubre —Día de la Hispanidad—, en la plaza más emblemática del mundo, Las Ventas de Madrid, fue el cierre perfecto. Este año, Madrid terminó por rendirse ante usted: dos orejas cortadas y la verdad que siempre lo ha caracterizado. Desatornilló el añadido despacio, con la sutileza de un acto de brutal fuerza, con lágrimas de hombre y de niño, en absoluta plenitud torera.

Su vida no merecía menos. Su trayectoria tenía escrito este final: con sangre, sudor y sufrimiento; con gloria y grandeza.

Incluso en su adiós, que nos embarga de nostalgia —que no de tristeza—, ha unido usted el palpitar de los ocho países que vivimos el privilegio de la tauromaquia. Nuestros corazones latieron a su compás, a su temple, a su arte.

Su arte ha traspasado fronteras, incluso donde no hay toros. Es usted un genio universal.

No me queda más que desearle plenitud en la salud, que el complejo toro que la vida le ha puesto lo lidie usted con la maestría y la majeza de toda su trayectoria. Lo merece, y por eso todos los que lo admiramos rezaremos a diario para que así sea.

¿Qué pintará Diego Ramos ahora? ¿Sueños o recuerdos?

Le deseo que fume muchos puros —que hasta para eso tiene usted arte—. Disfrute los humos, goce su trayectoria; que la memoria le vuelva por completo y sonría al ser plenamente consciente de que aquel niño de La Puebla del Río ha superado a sus ídolos.

Nos ha explicado usted, Maestro, el arte del toreo. No me cansaré de decirlo: su genialidad nos llenó de vida y de emociones.

Gracias, Maestro. Gracias en silencio, ante la llama de un imponente habano, con el recuerdo de esos lances, chicuelinas, galleos, quiebros, doblones, estatuarios, derechazos y naturales, trincherillas y los andares más toreros que los aficionados pudimos ver en un ruedo.

Ante la verdad de sus estocadas a toros que había cuajado, me rindo ante usted. A Dios le agradezco haber vivido durante su brillante trayectoria. Gracias por aquellas entrevistas, pero, sobre todo, por las charlas posteriores, donde con franqueza y rotundidad definió toreros, ganaderías y la vida misma.

Salud plena, Maestro. Gracias en silencio.

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