La Fiesta Está Viva

La libertad del arte

Antonio Ferrera alcanzó el milagro del toreo. Faenas donde no tiene sentido otra cosa que no sea emocionarse ante la capacidad de un torero que, con el temple, la perfecta colocación y la entrega total de cuerpo y alma, estructura sus faenas bajo el lema de la absoluta libertad del arte.

Podemos pensar que el arte es la expresión del ser humano que no le limita en formas, tiempos, colores, ritmos, párrafos, voces o la manera en la que alguien desea y siente la necesidad de poner en la palestra sus emociones, sentimientos y manera de entender la vida ante los demás sin esperar nada a cambio. Expuesto al escrutinio de ojos y mentes que, sin el valor de poner su alma ante el mundo, sí afilan lengua y pluma para calificar lo que un ser humano ofrece desnudando su alma.

El toreo es la expresión artística más profunda, no sólo porque obliga a desnudar los sentimientos del torero sino porque pone su vida de por medio. Su amor y respeto por el toro le lleva a quedarse solo en el ruedo con él, con capote y muleta ser capaz de descifrar lo que el animal, artista también, ya que al pisar el ruedo saca lo que lleva dentro, desde la bravura innata de su instinto puede expresar con la entrega absoluta y clase en su embestida, siguiendo los engaños con la cara abajo, reduciendo el poderío de su embestida al ritmo del temple que el torero sea capaz de imprimir a su toreo. O bien, mostrando su lado más instintivo y bruto, el del ataque poderoso sin ritmo ni clase, recordándonos de donde proviene su casta, de lo salvaje, hoy con base en la selección ganadera podemos vivir el milagro de la bravura llena de cualidades que permiten el toreo lento y acompasado. Momento sublime del arte: dos cuerpos, dos almas, una mente y un instinto que, sin poder comunicarse, se entienden cuando ambos se entregan sin cortapisa poniendo su vida de por medio.

Los toreros alcanzan la madurez en el justo momento que, una vez dominado el oficio, la técnica y el conocimiento del comportamiento del toro, liberan su alma y se exponen ante miles de personas que están, ahí, buscando conectarse con el diestro y la embestida del toro. Esto hace del toreo un milagro vivo, no sabemos cuándo aparecerá, cómo llegará y en qué tarde lo podremos sentir.

Entre milagros existe el toreo cotidiano, el que tiene los mínimos de emoción, peligro y belleza que es por demás suficiente para mantener esta cultura viva. Aquí vivimos momentos de catarsis, nos vale un remate con el capote, un muletazo o un desplante donde el milagro del toreo florece un segundo y desaparece, manteniendo el alma en búsqueda de esa faena que sorprenda, abrace y fulmine nuestra emoción, haciéndonos partícipes de la comunión sagrada entre toro y torero.

La tarde del 10 de marzo en la Monumental Plaza de Toros México, lo hubo. Seis toros muy bien presentados del hierro centenario de Rancho Seco para Uriel Moreno “El Zapata”, Antonio Ferrera y la confirmación de alternativa de Francisco Martínez.

Más de 15 mil personas dispuestas a emocionarse con la posibilidad de que surja el milagro. La tarde tuvo el interés de seis toros cuajados, sin excesos, respetando al toro que lleva criando la familia Hernández por 102 años. En juego hubo tres buenos, dos complicados y uno que poco dijo. Tarde de emociones coronada con vuelta al ruedo de don Sergio Hernández González, con 84 años, su hijo Sergio Hernández Weber y Antonio Ferrera.

Zapata se llevó el lote malo, ganó el premio en disputa de La Banderilla de Oro, pero poco pudo hacer con sus dos toros, salvo mostrar el oficio que más de un cuarto de siglo otorgan. Martínez tuvo en su primer toro un animal de triunfo, faena con altibajos coronada con soberbio espadazo que le valió una oreja.

El prodigio llegó en dos partes, tercero y quinto toro. Antonio Ferrera alcanzó el milagro del toreo. Faenas donde no tiene sentido otra cosa que no sea emocionarse ante la capacidad de un torero que, con el temple, la perfecta colocación y la entrega total de cuerpo y alma, estructura sus faenas bajo el lema de la absoluta libertad del arte. Con el valor de exponerse como es, y con la recompensa de la conexión con toro y público que genera la catarsis emocional del arte de torear. Supremo.

Mucho hizo por los toros que, de salida, no mostraron en su totalidad lo que llevaban dentro. Ferrera en absoluta entrega y con toda la fe puesta en la bravura de esta casa, les trató con el complejo poder que otorga la suavidad en el manejo de las telas. Compromiso total al temple. Ambos toros agradecidos fueron a más y a más. Embistiendo humillados, con ritmo y conexión en sus movimientos. Toreo por bajo, lento, deletreado, sorprendente, real y profundo. Estocada fulminante al tercero y dos orejas. Al quinto le pinchó y se fueron los premios, pero nunca el recuerdo para toda la vida de una tarde donde vivimos el milagro del toreo.

Rejones para el domingo 17, Andy Cartagena, Emiliano Gamero y Fauro Aloi con toros de La Estancia, ahí nos vemos.

COLUMNAS ANTERIORES

Herencia y transmisión
El rey de Pamplona

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.