Septiembre es el mes en el que el orgullo de ser mexicano aflora visiblemente en las calles, en el colorido de las banderas de los típicos puestos callejeros, el papel picado multicolor en comercios y restaurantes, sombreros y bigotes que portan niños orgullosos para las ceremonias cívicas escolares.
Mes en el que vale la pena reflexionar sobre los mexicanos que dieron su vida y su sangre por nuestra libertad, por ser un país independiente, con ideología e idiosincrasia propia. Además de las maravillas con las que México fue bendecido, me refiero a sus playas, bosques, desiertos, montañas, miles de kilómetros de costas en varios mares, clima bondadoso, petróleo, oro, plata, carbón, etcétera, etcétera… a este país lo han formado sus hombres y mujeres, desde la trinchera y desde la planeación e intelectualidad, su arte, su pintura, su literatura, sus tradiciones, su manera de ver y entender la muerte a través de la vida y viceversa.
Celebraremos 212 años desde aquella valiente noche en la que se inició nuestra independencia. De hecho, fue meramente política porque en nuestro mestizaje, costumbres y raíces ya éramos la fusión de dos culturas que con máximo orgullo hemos defendido a capa y espada.
Este septiembre tengo un sentimiento que no había experimentado nunca. La desazón de sentir y percibir que existen mexicanos -sólo de pasaporte- que están intentando arrancar del corazón del pueblo de México, su relación con el campo, con los animales, con su cultura y tradiciones.
Los intentos prohibicionistas por parte de personajes trágicos como: Jesús Sesma, Arturo Berlanga, Eduardo Serio, Luis Manuel Pérez de Acha y algún otro, están desgarrando el sentido de mexicanidad al pretender en primer lugar, arrebatarles a otros seres humanos, mexicanos o no, la libertad que hace siglos gozamos en este maravilloso país. La libertad de poder escoger si vives bajo los valores de la tauromaquia o simplemente si no te gusta o no la sientes, la libertad de no asistir, no leer, no ver televisión o escuchar la radio taurina.
En este deleznable intento, de lograrse, que dudo se logre, provocarían la desaparición de una especie cuya raza es única y su valor genético inmenso, además de ser un guardián inmejorable de la ecología que se vive en más de 170 mil hectáreas donde en México se cría el toro bravo y conviven cientos de especies animales y vegetales.
¿Qué hay, además de dinero -es evidente-, detrás de estas acciones en contra de la libertad, de la cultura, las tradiciones y de México?
No me lo puedo explicar. A México le duele la inseguridad, la pobreza, la educación, la corrupción, la falta de oportunidades de millones de niños, la división social. A México no le duele su cultura, su color, su alegría, la charrería, la tauromaquia, su gastronomía, su tequila o su mezcal. Así, por favor, que el respeto sea nuestra moneda de cambio, yo respeto que no gusten de los toros, no pretendo que vayan, pero exijo respeto para los millones que sí gustamos de México en plenitud, sin peros ni condiciones, sin decisiones con consecuencias perversas y terribles -ejemplo los circos.
Esta semana celebremos México con el amor y responsabilidad que requieren estos tiempos. Para los taurinos: llenemos las plazas, hay actividad interesante en San Juan del Río, Juriquilla, San Miguel de Allende, Guadalajara, Zacatecas, Ojuelos, Ciudad Lerdo, Estado de México y muchas plazas más donde el 15 y 16 de septiembre, los días más mexicanos, se celebran con un festejo taurino.
Para los mencionados que pretenden prohibir, que pasen un grito degustando hamburguesas, pizzas, hot dogs y alitas de pollo gozando del futbol americano; si ese es su sentido de México.