Garfias es uno de los apellidos ilustres de la tauromaquia tanto en México como en el mundo. La crianza del toro bravo es una actividad compleja para clasificarse, no es una ciencia, aunque tiene mucho de ésta, de genética y estudio de la naturaleza para intentar entender la conducta única e irrepetible en ningún animal de la faz de la Tierra: la bravura.
Hay varios caminos para ser ganadero de toros bravos, primero tener los recursos económicos, comprar rancho y pie de simiente de alguna ganadería predilecta del incipiente ganadero, y comenzar una ardua andanada, compleja, donde las principales cualidades serán humildad y paciencia.
Otra vía para ostentar el título ganadero es por linaje familiar haber nacido en una de las grandes casas ganaderas, o bien establecer temprana relación con el toro bravo y el campo y decidir dedicar la vida misma en el sueño de lograr la embestida perfecta.
Conocemos que en México las cuatro familias base de la ganadería son los Llaguno, los González, los Barbabosa y los Madrazo. De este tronco florecen ramificaciones de apellidos ilustres que han labrado con sudor y sacrificio el campo bravo mexicano para cosechar gloria y orgullo en ruedos a lo largo y ancho del orbe taurino.
Una de estas familias es la Garfias. San Luis Potosí su feudo varias generaciones atrás. Gente del campo, agricultura y ganadería desde finales del siglo XIX, en la Hacienda de Santiago. Ganado suizo lechero, siembra, caballos y borregos, la principal actividad en ese entonces. Don Javier Garfias de los Santos, hermano mayor de Pepe y primogénito de la casa, muy pegado a su padre don Antonio Garfias Peña, es quien se aficiona a la tauromaquia por la vía de un secretario de su padre que lo llevaba a los toros. Don Javier pide a su padre le ayude a comprar ganado bravo y éste, reticente, acepta. A mediados de los 40 comienza la historia de una familia importante en la tauromaquia mexicana: los Garfias. El primer pie de simiente lo adquieren a Manuel Labastida y Peña, primo y ganadero ya de Santo Domingo, importante casa ganadera potosina.
Don Javier, hombre inteligente, con la capacidad y sensibilidad para desmenuzar el comportamiento de sus vacas y toros en cualidades y defectos, tuvo grandes maestros, el principal, don Antonio Llaguno, de quien aprendió los secretos del campo, de la crianza y del equilibrio entre nobleza, bravura y casta.
Mientras tanto José Garfias de los Santos emigra a la Ciudad de México a estudiar preparatoria y carrera; en 1966 regresa a su tierra y funda con 80 vacas y dos sementales de su hermano, la ganadería De Santiago. Dos años después recibe en propiedad la Hacienda de Santiago y comienza un capítulo de oro en la historia de esa casa ganadera, en la vida y carrera de muchos toreros para gloria de la tauromaquia mexicana.
No le fue fácil abrirse camino en las grandes ligas ganaderas mexicanas, ya existía un Garfias, Javier, y el medio no se lo puso fácil a Pepe, que desde sus inicios entendió que el mundo del toro es un ajedrez y que su mejor jugada fue siempre la calidad de sus toros. Sudamérica y la provincia fueron sus mercados iniciales, triunfó, se consolidó y toreros nacionales y extranjeros vieron en su concepto de bravura un Potosí de oportunidades para crear grandes obras en el ruedo.
Como en la vida, en el toro la oportunidad llega. Cuando esto sucedió Pepe estaba consolidado, con la ganadería en la mano y los potreros llenos de bravura, clase, nobleza y recorrido. Lo demás es historia.
Haber nacido y vivido en el campo fue su escuela. Paciencia en la seca y trabajo en las lluvias; humildad en el fracaso; trabajo y goce en el triunfo. Un concepto de toro, el mexicano, el de su hermano Javier, el de don Antonio Llaguno, el de don Julián, que viene siendo el mismo que el de los toreros capaces de torear despacio, encajados, entregados al arte de pasarse un toro con los belfos arrastrando por la arena, con ritmo en las cuatro patas, brindándole al torero la opción de torear desde el alma, ahí el secreto. Pocos son capaces de alcanzar estas cotas y los toros de Pepe Garfias, De Santiago, muchas veces fueron materia prima para ello.
A Pepe lo traté poco, no hizo falta más. Incluso a principios de este siglo tuve el honor de trabajar para él y otro grupo de ganaderos en un proyecto ambicioso, pero a destiempo, llamado Empretauro. De él y de su entrañable familia sólo recibí atenciones y el privilegio de escucharle hablar de toros, de su concepto y visión del toro bravo. Siempre con la pasión de quien entrega su vida entera a cambio de un sueño que sin duda Pepe alcanzó siendo muy joven: ser un gran ganadero.
Un abrazo a Isabel —su mujer— y a sus tres hijos: Isabel —artista del lienzo y orgullo de nuestro arte—, Pepe y Santiago. El recuerdo y honor del admirado Pepe sigue pastando en los potreros y embistiendo en las plazas de toros.