Saúl López Noriega y Javier Martín Reyes coordinaron un libro que se publicó ayer y que es la reconstrucción más sólida y completa que haya leído sobre el desastre que anuncia la reforma judicial.
Tuve oportunidad de leerlo con anticipación porque me invitaron a reseñarlo para la revista Nexos. En ese momento no conocía el nombre de las personas autoras de los capítulos, pero, por la calidad de los textos, intuía —y hoy confirmo— que se trataba de plumas autorizadas, estudiosas y serias.
El libro se intitula La tormenta judicial (alcance e implicaciones de la reforma judicial en México), se publica en inglés y en español y está destinado a ser un testimonio escrito del fin de la democracia constitucional en México.
Lo digo sin exageraciones porque, como el libro documenta, pronto implosionará el principio de independencia judicial, desaparecerá el control de constitucionalidad de las leyes y, con ello, el derecho (y nuestros derechos) quedarán a merced del poder.
Cuando eso sucede, existen autocracias, no democracias. Y ahí estamos.
Saúl y Javier no podían saber el zafarrancho político que se activaría en estos días entre el expresidente Zedillo y la presidenta Claudia Sheinbaum, pero su libro abona con rigor y seriedad a los argumentos del primero.
Es una compilación de estudios escritos por personas especializadas que explican los principales desatinos del cambio constitucional que ahora se convertirá en la transformación institucional más extraviada del México contemporáneo.
Desde su introducción, los coordinadores explican con un tono mesurado las razones que los llevaron a promover el volumen y advierten la relevancia del tema. Después de leerlos, es inevitable concluir que vivimos en un país que no logró consolidar su democracia constitucional.
De hecho, los coordinadores, mirando a la reforma judicial junto con otros cambios institucionales impulsados por la llamada 4T (militarización de la seguridad pública, ampliación constitucional de la prisión preventiva oficiosa, desaparición de los órganos constitucionales autónomos), arrojan una conclusión demoledora: tenemos un “Estado más autoritario, más autocrático, más militarizado y más punitivo”.
Los capítulos ofrecen una reconstrucción de las piezas principales de la reforma judicial, narran el proceso caótico con el que se seleccionaron las candidaturas, advierten los riesgos de captura de las futuras personas juzgadoras por poderes públicos y privados, legales o ilegales (para parafrasear la idea de los “poderes salvajes” de Luigi Ferrajoli), desmontan las comparaciones con lo que sucede en los EU, anuncian la desprofesionalización del poder judicial mexicano, denuncian omisiones, muestran falencias y anticipan abusos.
La crisis del sistema de precedentes judiciales que se avizora, el surgimiento del Tribunal de Disciplina Judicial con sus poderosas y draconianas facultades, el sueño realizado de Felipe Calderón —qué paradoja— y arma predilecta de Bukele, de los “jueces sin rostro”, son confirmaciones del talante autoritario del sistema constitucional que se nos viene encima.
Por eso supongo —y lamento desde ya— que el libro quedará atrapado en las polarizaciones políticas de estos tiempos. Por ello traje a colación el encontronazo entre el expresidente y la presidenta en estos días. Los términos en los que ha tenido lugar son una prueba de la cerrazón del régimen para escuchar razones y reconsiderar decisiones.
Este libro ofrece muy buenas razones para pensar —como he pensado desde que el actual gobierno asumió el poder— que fue un craso error comprar el capricho del expresidente López Obrador y materializar su reforma envenenada. Un error político de la actual presidenta que pagaremos caro. Temo que lo haremos pronto porque, como el libro documenta, los problemas son muchos y de pronóstico reservado.
Invito a su lectura atenta y mesurada. Después de todo, ahora lo que nos toca —tanto a los seguidores como a los críticos del actual gobierno— es comprender qué es lo que sigue, anticipar riesgos e intentar construir ese diálogo civilizado que desde hace años brilla por su ausencia. Porque en este barco estamos todos y se anuncian tempestades.