Madrid.- Los socialistas se han quedado sin discurso y sin votantes para ser alternativa de gobierno.
Eso que conocimos como la socialdemocracia europea, ejemplo de gobiernos capaces de transformar los ingresos públicos en bienestar para la ciudadanía, está en proceso de extinción.
Sin respuestas a las preocupaciones de la población en una nueva época, en la que hay menos “clase obrera” por la automatización.
La socialdemocracia no le dice nada a los jóvenes, que ya no sueñan con utopías sino que tienen pesadillas sobre su futuro personal, sin empleo y sin acceso a la vivienda.
Son un estorbo para la generación de un bien elemental, que es la energía eléctrica.
Carente de respuestas frente a la inseguridad y a la inmigración, la socialdemocracia pierde votantes que giran hacia las opciones populistas de extrema derecha.
Suecia, el “país perfecto”, hoy tiene el mayor índice de homicidios mafiosos de toda Europa.
Muchos de sus líderes son ejemplo de corrupción e incongruencia entre su prédica ideológica y su vida real, el empleo patrimonialista de los recursos públicos, la ubicación de parientes y amantes en las nóminas del gobierno.
El discurso de la extrema derecha, por simplista y directo sobre la inmigración y la inseguridad, la hace atractiva para los votantes menos ilustrados.
La tremenda debacle del histórico Partido Socialista de Portugal registrada en los comicios del domingo reciente, ilustra el derrumbe generalizado de una corriente política en el viejo continente.
En las elecciones de 2022 los socialistas portugueses obtuvieron 41.68 por ciento de los votos, que los confirmó como la primera fuerza política de ese país. El domingo sólo obtuvieron cerca de 23 por ciento y disputan el tercer puesto con la agrupación de ultraderecha Chega (Basta).
Los socialdemócratas de Alemania, que estaban en el gobierno hasta hace unas pocas semanas, cayeron en las elecciones de febrero de este año a 16 por ciento de las preferencias, en un tercer lugar muy lejano del segundo: AfD, el partido fascista.
Francia era gobernada por los socialistas hasta hace apenas siete años, y hoy ese partido sólo tiene el voto de seis por ciento del electorado, muy por debajo de la ultraderecha que encabeza Marine Le Pen, Agrupación Nacional, que tiene 34 por ciento de los votos.
El Partido Democrático de Italia, heredero de la tradición de izquierda de ese país, con figuras de primera línea en su historia política, ahora no alcanza ni 20 por ciento de los votos y es superado ampliamente por una agrupación señalada como de extrema derecha cuyo nombre es “Hermanos de Italia” y gobierna el país.
Los socialdemócratas belgas apenas rasguñan ocho por ciento de los votos, y en los países nórdicos ninguno de ellos sobrepasa el umbral de 20 por ciento.
En España gobiernan los socialistas, pero no porque hayan ganado más votos en las elecciones.
Gobiernan porque en el Congreso pactaron con la derecha separatista catalana a cambio de proteger con amnistía e impunidad a los golpistas encabezados por Carles Puigdemont. Y con los defensores internacionales de Nicolás Maduro: el partido Podemos.
Cada país ofrece realidades diferentes, pero la constante es la debacle socialdemócrata y la prevalencia de la derecha liberal como alternativa frente a la ultraderecha nacionalista y con exponentes fascistas.
El domingo Rumania votó entre la derecha ultranacionalista, pro-Rusia y con líderes que admiran tanto al nazismo como al comunismo, y un independiente de derecha europeísta y liberal.
¿Es fascista 45 por ciento de los rumanos que perdieron la elección? Desde luego que no. Tiene sus razones, derivadas de la carestía y la corrupción.
La carta fuerte del ganador, que es independiente, fue su discurso contra la corrupción de los gobernantes, su propuesta de conciliación para reconstruir Rumania, y su claro rechazo a la invasión rusa a Ucrania, además de mantener a su país en la Unión Europea.
Distinto fue el caso del despegue de la extrema derecha alemana en febrero, la fascista AfD, que brincó al segundo lugar apoyada en bloque por la población del este, lo que fue la Alemania comunista, seducida por la retórica antiinmigrante, especialmente contra los de origen árabe.
En Francia, Inglaterra y Austria el despunte de la ultraderecha nacionalista tiene como factor común el poder seductor de la retórica antiinmigrante de los líderes extremistas.
Tal discurso sólo prospera cuando hay estancamiento económico (Alemania) o bajo crecimiento.
Si lo anterior se combina con la prolongación de la guerra de Rusia contra Ucrania, que implica gas caro, gastos exorbitantes en defensa y apoyo económico y bélico al país invadido, el horizonte es sombrío para las democracias de Europa.
Y en ese contexto –lo vemos– los partidos socialdemócratas sólo podrán aspirar a ser respaldo de la derecha liberal, o servir de puente de plata para que el extremismo nacionalista de ultraderecha llegue pronto al poder.